C5 Capítulo 5

Preguntó con cortesía: "¿Dónde estaba esa educación cuando estábamos a solas?" Aún aturdida por su aparición repentina, me mantuve impasible y mi madre sugirió: "Pregúntale a Sophie".

Al oír a mi madre, lo miré. Él me devolvió la mirada con sus ojos insondables. Incapaz de articular palabra por la conmoción, me quedé inmóvil y, ante mi silencio, él preguntó con impaciencia:

"¿Me das un vaso de agua?" Mi madre asintió y se retiró. Apenas se fue, él me zarandeó, arrancándome de mis pensamientos.

"¿En qué piensas? Vamos, necesitamos hablar", me exigió más que pidió. Mis labios se apretaron en una línea tensa mientras desviaba la mirada. Mi madre regresó con el agua y le anuncié:

"Voy a cambiarme". Me dirigí a mi habitación y tomé conciencia de mi aspecto desaliñado. Me vestí rápidamente con una camisa a cuadros roja y unos vaqueros negros. Me peiné y salí sin atreverme a encontrarme con su intimidante mirada al marcharme con él.

Nos fuimos y, en un gesto de caballerosidad, él me abrió la puerta del coche. Él conducía y el opresivo silencio se adueñó de nuevo del ambiente. Pero, decidida a decirle lo que pensaba, rompí el silencio:

"Escucha..." Dudé, sin saber cómo dirigirme a él, así que omití su nombre.

"¿Hmm?" fue su respuesta, y continué:

"¿Por qué quieres casarte conmigo? Con tu dinero podrías tener a cualquier chica. ¿Por qué una chica de clase media como yo?"

Él frenó el coche y me miró fijamente por un instante. Entrelacé mis dedos fríos, sintiendo cómo mis piernas se entumecían bajo la presión de su mirada oscura y amenazante. Bajé la vista y me callé, invadida por la sensación de que no debía hablar a menos que él me lo permitiera.

"Estás atrapada y no puedes traicionarme, por mucho que lo desees", fue todo lo que dijo antes de poner el coche en marcha de nuevo.

Después de unos segundos, rompió el silencio,

"Quiero casarme contigo cuanto antes." 'Pero yo no quiero'. Aunque deseaba decir la verdad, solo pude responder con un 'está bien'.

"No quiero que me vean como una cazafortunas..." murmuré para mí, pero él lo escuchó y replicó,

"Te casas conmigo por el dinero." Sus palabras heladas me atravesaron el corazón como una flecha.

"Sé que es así, pero aún así no lo deseo..." confesé con voz tenue y abatida, mientras las lágrimas asomaban en mis ojos. Me mordí la mejilla y desvié la mirada hacia la ventana.

"Nadie tiene derecho a menospreciarte", afirmó, y yo lo miré, incrédula. ¿Acaso él también es capaz de decir palabras reconfortantes? Cuán equivocada estaba. Me lanzó una mirada y terminó su pensamiento: "Excepto yo".

Me quedé petrificada, aparté la vista y una lágrima que luchaba por contener se deslizó por mi mejilla. Me abracé a mí misma, rodeando mi cintura con fuerza.

Mirando a través de la ventana, invadida por la angustia, me sentí desolada... completamente vacía...

Después de un rato, el coche se detuvo. Crucé mi mirada con la suya, esos ojos dominantes y siniestros. Incapaz de sostener su mirada, la bajé.

De repente, se acercó hasta quedar a escasos centímetros de mí. Mi corazón se aceleró al sentir su aliento en mi rostro.

Un escalofrío cargado de temor me recorrió hasta lo más profundo. Cerré los ojos, abrumada por la ominosa presencia que se cernía sobre mí. Me aparté lo más que pude y le supliqué con voz temblorosa,

"Por favor, aléjate". Paralizada por el pánico ante su acercamiento, me quedé inmóvil. Noté que se retiraba mientras abría los ojos lentamente y lo observaba. Él parecía satisfecho, como si hubiera buscado provocar mi reacción a propósito.

Sus ojos relucían con un brillo oscuro y letal, presagiando un mal augurio sobre lo que estaba por suceder.

"Por favor, llévame a casa. Mi madre debe estar preocupada." Un escalofrío de miedo me recorre. No puedo estar ni un segundo más con él.

Él observó mi figura tensa y una sonrisa se dibujó en sus labios.

"Tanta inocencia..." murmuró con un tono bajo pero intenso. Me perdí en la profundidad de su mirada inescrutable.

Por un instante pensé que todo esto era solo para descubrir algo más allá de mí, algo que desconozco.

Pero descarté la idea como un absurdo y me sacudí el pensamiento. Sus ojos escondían expresiones que me resultaban incomprensibles.

Desvió su enigmática mirada de la mía y puso en marcha el coche, "La próxima semana". Confundida, le pregunté:

"¿Qué?"

"Nuestra boda es la próxima semana."

"Es demasiado pronto", protesté.

"Te lo dije, quiero casarme contigo cuanto antes." Su voz sonó monótona mientras yo soltaba una risita incrédula y desviaba la mirada.

Llegamos a mi casa y justo cuando iba a salir, él me detuvo.

"Antes de que te vayas, firma estos papeles." Me extendió unos documentos. Los tomé y los leí. Eran los contratos basados en nuestra conversación durante la cena.

Le lancé una mirada implorante y le dije:

"Por favor, no hagas esto... Ya me he entregado a ti. No conviertas mi matrimonio en un trato comercial." Esperaba que pudiera entenderme.

"Firma. Los." Su voz era un susurro amenazante. Negué con la cabeza. Él me agarró del codo y me atrajo hacia él con fuerza.

"Tú. Vas. A. Firmarlos." gruñó. Las lágrimas brotaron en mis ojos y supliqué de nuevo, "Por favor... no lo hagas..." Pero mis súplicas eran ignoradas mientras él se burlaba y decía:

"No cometo el mismo error dos veces." Incapaz de comprender sus palabras, continué llorando.

"¡Hazlo!" Exclamó con fuerza, y yo, sobresaltada, comencé a jadear en un estado de terror. Finalmente me soltó y firmé los papeles con mano temblorosa.

Con el corazón hecho pedazos, sequé mis lágrimas y lo miré con furia. Le arrojé los papeles en las manos y lo encaré,

"Ahora que has reducido nuestro matrimonio a un simple contrato, permíteme decirte algo, señor Christian Elvis", pronuncié con un tono helado. Justo antes de marcharme, le lancé una mirada cargada de ira y le advertí,

"Este matrimonio será venenoso para los dos".