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C3 ¡Soy un chico! (3)

PARTE 1 de 3 (3)

Con el sonido de la campana de las doce, los alumnos se desplazaban de un lugar a otro para reunirse con sus compañeros y almorzar en el vasto jardín inglés que las instalaciones de Atlanta proporcionaban.

—¿Qué miráis? —les preguntó Mike a sus amigos sentados sobre el banco que lo observaban con impaciencia.

— Sabes porque te miramos. —Le respondió Oscar con una sonrisa traviesa.

— No, no lo sé. —Les replicó evadiendo sus ojos.

—No te hagas de rogar. —Añadió Johnny apoyado sobre sus brazos extendido hacía atrás.

— Menos mal que ahora ya hago de más. —Masculló después de un profundo suspiro abriendo su fiambrera mostrando su contenido.

Mike, en contra de sus pensamientos, albergaba muchos dotes, y entre ellos, el que más destacaba era la cocina.

Debido a los constantes viajes de su padre, el joven se quedaba largas temporadas solo y aunque su progenitor lo dejaba con todas las comodidades posibles y grandes sumas de dinero, éste veía que era un desperdicio contratar un catering o una cocinera para alimentar a una sola boca. Por lo que comenzó desde pequeño sus andanzas por la gastronomía asiática hasta llegar a la mediterránea; convirtiéndose en todo un chef.

Pinchos de tortilla española, bocados de gambas y calamar, rollitos de primavera acompañados de bolitas de queso cabra y rebanas de pan de centeno cuidadosamente cortadas. Como todos días, Mike preparaba un gran almuerzo para todos sus amigos los que mal acostumbrados, siempre le dejaban sin comida y con el tiempo aprendió a hacer de más.

— Está buenísimo. —Gimió de placer Oscar cuando probó la comida.

— La chica/chico que se case contigo será muy afortunado. —Se burló Jhonny agarrando otro trozo de tortilla.

— Antes de que se me olvide, pásate por mi casa a eso de las seis de la tarde. —Le informó Andrés a Mike espolsándose las manos.

—¿Tan pronto?

— Mi prima ha hecho un curso de personal beauty, nos ayudará a hacer que parezcas más mujer de lo que ya eres. —Le indicó Andrés con una sonrisa pícara a su compañero que todavía no se creía lo que estaba dispuesto a hacer por un par de fotos.

Al mismo tiempo, a una distancia no muy lejana del grupo de jóvenes, otra reunión del sexo opuesto se llevaba a cabo.

— No entiendo por qué el rarito de Mike no te quita el ojo. No comprende que no tiene posibilidades contigo ¿o qué? —arremetió Emily con expresión de asco—. Nunca deja que le vean el rostro, incluso haciendo ejercicio va con la cara tapada por el flequillo. Pensar en él, hace que me entren escalofríos.

— Pues a mí me parece un chico muy atento y amable. Desde mi punto de vista, no es ningún rarito. —Conforme comía una manzana corrigió Anna a su amiga—. No hables así de él.

Anna era la representación angelical personificada. De cabello rojizo-anaranjado con corte por el cuello, sus ojos azules celestes combinaban a la perfección con su piel pálida rosada y sus labios pequeños pero carnosos la hacían ver perfecta. Desde hacía tiempo, Anna albergaba sentimientos por Mike, lo conocía desde eran pequeños, no obstante, nunca tuvo la valentía de confesarse a él.

— Bueno, si te pones así ¿por qué no te confiesas de una vez en vez de darnos la brasa, Anna? —inclinándose hacía su amiga, Emily la avasalló.

— Eso es...

— Eso es... —repitió Emily en tono de burla—. Eso es porque a veces eres igual de rarita que él. Demasiados años juntos con ese te han vuelto atolondrada.

— No te pases, Emily. —Detuvo Diana a Emily en un tono pausado.

— Es que a veces me pone de los nervios. Cambiemos de tema, antes de que me cabreé más. —Dejando la manzana mitad comida sobre el banco y levándose de él, refunfuñó Emily llevándose los brazos a las caderas—. He habla con Dereck...

—¿No habrás...?

— Exacto. —Respondió Emily a Diana cortándola con una sonrisa victoriosa—. Le he dicho que estarías dispuesta a ir a mi cumpleaños con él.

— Sabes que no me interesa...

— No te interesa estar con nadie. Sí, ya lo sé. Pero ya es hora de que salgas con algún chico, mujer. Además, él tiene muchas ganas de conocerte. No puedes hacerle ese feo. —Se inclinó suplicante a su amiga haciendo pucheros.

— De acuerdo...—aceptó Diana a regañadientes sabiendo lo terca que podía volverse Emily cuando se le metía una idea entre ceja y ceja.

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Las horas habían pasado y las luces del atardecer asomaban por el horizonte. Mike, como era de esperar, regresaba a un apartamento de lujo solitario, frío y vacío.

Su padre había emprendido otro viaje de negocios y así lo dejaba plasmado en una nota que se encontraba en la mesa del comedor acompañada de un gran fajo de billetes de quinientos euros. Y como era de costumbre en Mike, éste arrugo la nota escrita a mano para lanzarla desde la distancia a la basura.

Bajo la completa oscuridad, se dirigió a su habitación, encendiendo la lampara de estar de su escritorio, se quitó la mochila para dejarla al borde de la cama y se desplomó sobre la alcoba.

Miles de pensamientos revoloteaban en su mente, sobre todo, la idea de ir disfrazado de mujer para acompañar a su mejor amigo a una fiesta dónde la chica que le gusta estaría, era la peor de las decisiones que había tomado en su vida...

Y sin inmutarse de su posición, con un gesto de manos, abrió la cremallera del bolsillo delantero de su mochila para sacar las fotos por las que había aceptado hacer tal locura. Y una vez sus ojos hicieron contacto con las imágenes de Diana, su corazón dio un vuelco que rápidamente lo llevó a la más absoluta tristeza. Porque en lo más profundo sabía que Diana no era, ni sería para él.

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