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C13 ¿Por qué a mí? (3)

PARTE 2 de 3 (1)

Los rayos de sol indicaban el pasar del tiempo. La ciudad destelleaba los conocidos colores del atardecer y Mike caminaba por una barriada poco transitada.

Con las indicaciones de Emily sujetas en una mano y con un gran sentido de la orientación, el joven llegó a un viejo bloque de apartamentos que parecía que en cualquier momento iba a derrumbarse.

Mike era conocedor de que Diana consiguió entrar a la universidad gracias a una de las pocas becas que otorga Atlanta cada cinco años, pero, desconocía el nivel económico de su familia.

—2B, 2B, 2B...—se repetía a sí mismo mientras subía las escaleras del viejo edificio.

Al llegar a la entrada que le indicaba el intrincado mapa de su compañera no sabía si tocarla ya que daba la sensación de que, con un leve soplido al igual que en los tres cerditos, esa puerta cedería con facilidad. Aun así, con unos cuidados movimientos golpeó la puerta en la que, pasados unos pocos segundos, se asomaron por el marco, unos ojos negros.

—¿Quién eres? —interrogó desconfiado el chico sin llegar a abrir por completo.

— Buenas tardes, soy compañero de clase de Diana, vengo a dejarle los deberes.

—¿Compañero de clase? ¿Cómo quieres que te crea y más siendo un hombre? —preguntó el crio con recelo sin dejar ver todo su rostro.

— Mira mi uniforme, con eso debería bastarte.

—¿Y quién no me dice que no has robado o copiado el uniforme del colegio de mi hermana con la intención de venir a hacerla cosas depravadas?

Dentro del infantilismo que desprendía el niño había algo dulce y muy familiar. Su cabello rebelde, esos profundo ojos negros y esos rasgos definidos con sutiles pinceladas los había visto en algún lugar... aunque esa imaginación tan desbordante, era un poco preocupante.

— Entonces ¿eres el hermano de Diana? —le consultó Mike con una sonrisa.

— Te dejaré pasar si me dejas tu DNI. —Le comunicó el niño sacando un brazo e indicándole que lo dejara en su mano.

Mike no sabía si el universo se había puesto de acuerdo en que las cosas más surrealistas le pasaran a él o simplemente era una confabulación del destino. Sin embargo, después de un profundo suspiro, sacó su cartera para darle su identificación. Documento que una vez lo tuvo en sus manos, le cerró la puerta en toda la cara para minutos después, y ante la cara estupefacta de Mike, abrirla completamente.

— Puedes pasar. —Le comunicó invitándole a entrar.

— Gracias. —Asintió con educación Mike entrando con miedo a la casa.

Una vez dentro, pudo finalmente darse cuenta de que ese niño, de no más de ocho años, era la viva imagen de Diana, pero en hombre. Pese a ello, algo llamó su atención, el crio tenía un corte reciente en la parte inferior del labio.

—Mi nombre es Zedd, soy el hermano pequeño de Diana. He sacado una foto de tu identificación por si las moscas, en el caso que intentes sobrepasarte con mi dulce hermana iré directo a la policía. —Devolviéndole el DNI, le informó con expresión seria—. Ella está limpiando el comedor. La segunda puerta a la derecha.

Conforme caminaba por el apartamento, Mike se dio cuenta del estado de la casa. A primera vista, se notaba que hacía años que no lo habían reformado, con la pintura desprendida en según qué rincones y en otras con grandes grietas que denotaban lo desgastado del lugar. No quería tomar impresiones por lo que veían sus ojos, pero parecía que la familia de Diana se podría colocar en un nivel económico de clase media baja.

Sin embargo, todos esos pensamientos que recorrían su cabeza como la espuma, desaparecieron de golpe cuando llegó al arco que conducía al salón y ver, con sus azules ojos, la mejor de las escenas deseadas... ver a la chica que le gustaba, vestida con unos simples pantalones de casa y una camisa desgastada; unos cascos enormes que duplicaban su pequeña cabeza, con fregona en mano, limpiar la estancia al compás de la música que solo ella podía escuchar.

A veces se deslizaba con la fregona; otras, contoneaba con sensualidad sus sinuosas curvas y otras simplemente cantaba a todo pulmón. Y aunque fuera la interpretación más graciosa y simple que habían visto sus ojos, la velocidad de sus latidos, junto al sonrojar de sus mejillas revelaba perfectamente como se sentía en ese instante; simplemente gozoso.

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