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C2 ¡Soy un chico! (2)

PARTE 1 de 3 (2)

Una de las grandes debilidades de Mike, era Diana. La chica por la que llevaba años colado en secreto. Una mujer dulce, hecha a sí misma y de grandes principios. Pero lo que más amaba de ella; su sonrisa. Una sonrisa que quebrantaba cada parte de su cuerpo hasta llegar a su musculo más vital, que agitaba cada una de sus extremidades y debilitaba sus piernas, que aceleraba su corazón y calentaba cada rincón de su ser. Una sonrisa que le despertaba cada día, haciéndole volver a creer en las personas.

— De acuerdo. —Aceptó avergonzado Mike conforme agarraba con humillación las fotos que yacían sobre los dedos de su compañero colmado de victoria y regocijo.

— Eres demasiado bueno, Mike. —Expresó Oscar tapándose los labios sonrientes con la mano.

— Buenos días, Mike. —Se escuchó un saludo tímido detrás de los jóvenes.

— Buenos días, Anna. —Respondió Mike a la bienvenida de Anna, que repentinamente salió corriendo; dejándolos a todos boquiabiertos.

—¿Sabes que Anna está prendada de ti? —rompió Johnny el silencio provocado por la reacción de Anna.

— Lo sabe desde que van a primaria, pero él solo tiene ojos para una de las chicas más guapas de la universidad, con la que tiene oportunidades cero. Y hablando de la reina de roma...—señalizó Oscar sutilmente con el dedo la puerta en la que entraba Diana acompañada de Emily.

Las dos chicas, renombradas como las musas de "1-D", eran conocidas como las más bellas de toda la facultad.

Atlanta, la universidad más prestigiosa de Midwest, era la academia dónde los hijos de los políticos y magnates más poderosos de todo el mundo recibían su educación.

Y en esa universidad, sin tener un apellido que la haga especial, ni tener el nivel económico de los padres de sus compañeros, Diana, entre todas las chicas, llamaba la atención, sobre todo al sexo masculino. Una chica de rasgos finos, rostro redondo, curvas sinuosas y piel de ébano. Unos labios carnosos, unidos a una mirada felina pero tímida, junto con una melena negra azabache ondulada, Diana era la debilidad de muchos de los hombres en esa academia.

— Sin ninguna duda oportunidades cero, amigo mío. —Rechino entre dientes Andrés mientras las muchachas pasaban delante de ellos.

— Vamos a comenzar la clase. —Mencionó el profesor al sonar la campana indicando a los alumnos que tomaran asiento.

Media hora había transcurrido de clase y el aburrimiento era latente en el ambiente. Mike que se sentaba dos puestos detrás de Diana jugueteaba nerviosamente con el bolígrafo observando desde la distancia aquella por la que su cuerpo, solo con nombrarla, flaqueaba.

Cuando se percató que ésta, con un giro sutil de cabeza, desvió su atención sobre él, haciendo que sus miradas se encontrasen, el tiempo se detuvo. Unos segundos que parecieron eternos y en el que su corazón dejó de latir. Esos profundos ojos negros lo observaban con curiosidad y una pizca de picardía. Una mirada juguetona pero tierna.

Mike no sabía que actitud debía tomar en esa clase de casos, si la seguía observando ella podría llegar a pensar que era un degenerado, pero si apartaba sus ojos cabría la posibilidad de que las cosas se confundieran y creyera que tenía algún problema con su persona. Sin embargo, no se esperaba la flamante sonrisa que le dedicó momentos después y que su cuerpo no supo replicar, paralizándose por unos segundos perdiendo el control de todas sus extremidades y cayendo alborotadamente, como consecuencia, el lápiz con él jugueteaba.

—¡Mike! —alertó el profesor al escuchar el ruido del objeto caer al suelo.

—¡Sí! —contestó levantándose del asiento ruborizado.

— Pillado. —Musitó Andrés aguántense la risa.

— Ya que tienes tiempo para mirar a las chicas ¿por qué no me resuelves este ejercicio? —le solicitó el docente entre las carcajadas y murmullos ahogados de sus compañeros de clase.

Y conforme transcurría el tiempo, Mike realizaba el ejercicio sin poder dejar de pensar que no tenía posibilidades con Diana. Que ella era elegante, refinada, amable y femenina. Y que era imposible que una mujer como ella pudiera estar interesada en un hombre que aparentaba no poder ni con una mosca.

«Simplemente, es un amor imposible.» se convenció a sí mismo con amargura en lo más profundo de su corazón soltando la tiza en el saliente de la pizarra. Para comenzar a caminar hacía su asiento, esquivando la mirada de Diana.

— Como siempre, perfecto. —Alagó el profesor a Mike dando la clase por finalizada.

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