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C4 ¡Soy un chico! (4)

PARTE 2 de 3 (1)

Los colores del atardecer se reflejaban en el conjunto de edificios de la ciudad. Mike, todavía indeciso, marcaba el cuarenta y dos sobre el teclado del interfono de los apartamentos de lujo de la calle Bakeford.

—¿Mike? —se oyó una voz acelerada dentro del portero.

— Sí, soy yo.

—¡¿DÓNDE ESTABAS?! ¡Ya pensaba que no vendrías! ¡Sube antes de que me dé un infarto! —emitió en alaridos un Andrés alterado conforme sonaba el pitido de la puerta principal abriéndola.

— Que guapos vais. —Les comunicó Mike a sus dos compañeros, completamente ataviados de la cabeza a los pies, al atravesar el umbral de la casa.

— Que le voy a hacer. Todo me queda bien. —Se jactó Johnny llevándose la mano al cabello.

— Pensaba que tendrías el descaro de no presentarte. —Le increpó Andrés resoplando, a sorpresa de Mike que se preguntaba "¿qué quién le estaba haciendo el favor a quién?"

— Siempre cumplo mis promesas. —Le respondió Mike a su amigo poniéndose de morros, cuando sintió que una mano le agarraba por la espalda—. Hola Coraline...

— Dejad la charla para después, no tenemos tiempo. —Se interpuso la prima de Andrés mientras arrastraba a Mike por el pasillo para sentarlo en una de las tantas habitaciones de la casa.

La vivienda en la que habitaba Andrés era un piso de primera clase con vistas al mar. De espacio diáfano a excepción de las habitaciones que se encontraban en un pasillo que daba a un enorme balcón. Las vistas de la ciudad en el salón eran espectaculares gracias a las grandes cristaleras que recorrían cada pared.

Sin embargo, la vida de Andrés era todo un misterio. Desde que lo recuerdan, a excepción de Mike, sus compañeros eran conocedores de que el joven siempre residió solo en esa descomunal casa. En lo que respecta a privacidad, Andrés siempre fue como una tumba, jamás hablaba de su familia y mucho menos, de su pasado.

La cara de Mike se puso lila viendo la cantidad de potingues y cachivaches que iba apelotonando Coraline sobre el escritorio de la habitación, los cuales desconocía su funcionamiento, y que podrían pasar perfectamente por herramientas de tortura.

—¿Lo tengo todo? Extensiones, pechos y caderas de silicona, relleno de culo, fajas para las piernas... ¿qué más? ¿qué más...? —se repetía para ella misma tocándose con el dedo índice el labio inferior pensativa.

—¿Vas a ponerme todo eso? —le preguntó Mike mientras un escalofrío recorría su cuerpo.

—Creo que me faltan cosas...Pero por ahora va bien. Desde que te conocí no sabes las ganas que he tenido de hacerte mi muñeca. —Añadió Coraline después de una larga pausa y una sonrisa maquiavélica.

—¿Cómo? —preguntó Mike aterrorizado.

—¿He dicho eso en alto?

— Sí.

— No me hagas caso. —Le quitó importancia la joven agitando las manos despreocupadamente acercándose a él con un depilador facial, pero que para Mike suponía el peor de los instrumentos vistos en sus diecinueve años de existencia.

— Que pena me da Mike. —Escuchó Mike la voz de Johnny detrás de una aterradora Coraline.

— Lo dejo todo en tus manos. —Añadió Andrés saliendo de la habitación junto a su compañero como si hubieran perdido a un soldado en el frente de batalla.

— ¡NO ME DEJÉIS SOLO! —se escuchó el grito suplicante del pobre Mike fuera de la habitación.

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