Alliance-Edhen Blaque/C2 Capítulo I:
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C2 Capítulo I:

Aritz

Capital: Iratxe

Palacio Real.

—Oí sonar el cuerno anoche, al parecer ya ha sido tomada una decisión—el silencio en la mesa se hizo gélido, incluso los cubiertos pasaron a completo mutismo, la servidumbre parecía incluso aguantar la respiración, Amarü por un segundo deseó estar en cualquier otro lugar que no fuera ese, nunca había querido escapar con tanta desesperación, no había logrado conciliar el sueño en toda la noche, y dudaba lograrlo en lo que le quedara de vida, eso junto a su reducido apetito, quizás le hicieran morir de cansancio antes de llegar a Anskar.

La mañana ya había llegado y con elo la realidad que parecí abofetiar a Amarü con una fuerza que le era ya imposible de ignorar, anoche, una vez que el cuerno había dado su última tonada de informe y por un segundo pensó captar el lamento del mismo, era lenta y poco agradable a los tímpanos, pero tan melancólica que puede llegar a considerarse hermosa a quien realmente supiera apreciar su belleza,, la última vez que había tenido la desdicha de escuchar el lamento del cuerno, fue cuando era pequeña y su padre partía a la guerra, sus memorias de esa época son algo difusas, pero eso, lo recuerda bien.

—Tienes razón—habló por fin su padre, limpiandose los labios ligeramente con una cervilleta, dejando amboas codos a un lado del plato que resguardaba el alimento, mirándola directo a los ojos.

Myron Radost era el vivo ejemplo del sacificio, las marcas que portaba su espalda lo probaba, según él, la única recompenza que recibió a lo largo de los años y que le mantuvo dispuesto a siempre darlo todo, fue su esposa, Sade, su hermosa morena de ojos verdosos, y sus dos niñas, Layla y Amarü, siempre una sonrisa de aliento para ellas, sus mujeres, su familia, mas ahora, el moreno y masculino rostro se encontraba estóico, incluso con una imprturbable serenidad, sin embargo Amarü leía mucho más allá, sabía que si su padre pudiera cogerla de la mano y meterla en una burbuja, lo haría sin dudar, los ojos grises opacos, casi negros por las propias emociones del hombre le hicieron bajar la mirada solo un segundo antes de recomponerse y mirarlo con decisión.

—¿Cuándo parto hacia Anskar?—el rey Myron no desvió la mirada, incluso parecía feliz de la postura y actitud de Amarü.

—Esta misma tarde—dijo esta vez su dirección con pesado tono.

Amarü había llorado por horas ante la positiva alianza entre Aritz y Anskar, solo el hecho de que la guerra era imparable y la vida de todo su pueblo estaba en juego le había hecho aún con dudas dar su brazo a torcer. Amarü asintió y sin emitir palabra alguna se llevó un bocado entre los labios, tragando con fuerza esperando hacer más fácil el solo hecho de intentar ingerir la más mínima cosa, su vida no terminaba, esta era solo una prueba, tenía que serlo.

—No te culparé si por un segundo dejas caer la corona y te comportas como la joven que eres, Amarü—la princesa negó y siguió comiendo con fuerza, empujando la comida en la boca, olvidando la etiqueta con la evidente tensión y fuerza marcada en sus rígidos movimientos—Sé que no quieres esto, y no sabes lo orgulloso que estoy, de que pongas a nuestro pueblo por encima de ello, eres una heredera digna—Amarü no respondió, masticó la comida casi atragantándose con ella, la mirada de su madre y hermana–hasta ahora en silencio–debían ser de pena pura, sabían que se estaba conteniendo a sí misma, siempre hacía eso desde pequeña, cuando no quería hablar y dar rienda suelta su furia.

Para cuando logró tragar solo sintió los brazos de su padre su alrededor por el costado de la silla, dejándole un beso en el cabello, Amarü miró a un lado encontrando los cristalizados orbes de su progenitor, tristes pero con ese retazo brillante que ella conocía tan bien.

—Eres mi niña Amarü, mi niña adorada, y dios salve a quien intente hacerte daño, tu padre lamenta hacerte esto, mucho, espero algún día puedas perdonarme.

Para cuando su padre terminó de hablar las lágrimas de Amarü rodaban por sus mejillas, el llanto brotó de su pecho y emitió sonido desde su garganta, su padre solo la abrazó y dejó que se desahogara, mientras su madre, la reina, y hermana, observaban la escena con congoja y, la servidumbre, suspiraba de pena.

La familia sobre la familia, y sobre esta, solo el pueblo, ese el lema de la corona de Arit.

Cuando cayó la tarde en el puerto y Amarü se despedía de su madre, padre y hermana con sonrisa tambaleante y melancólica, el pueblo se posicionaba estratégicamente para ver a su princesa partir, Sade, su madre la miró con esos brillantes ojos verdes de ella y le besó la frente antes de abrazarla y darle su bendición, después su hermana hizo lo mismo y se lamento por enésima vez, al no poder ocupar su lugar, Myron sin embargo fue menos emotivo, la abrazó con fuerza, la miró directo a los ojos y volvió a repetirle lo orgulloso que estaba de la gran mujer en que se había convertido a todo aquello Amarü solo pudo cerrar los ojos, suspirar y sonreír.

Cuando los baúles comenzaron a llenar el barco Amarü miró a todos aquellos que se habían tomado el tiempo de ir a verla partir, ahí estaba su gente, mujeres que habían sido como segundas madre, hombres que quería como un padre, niños que merecían un futuro tanto o mejor que un presente lleno de guerras.

Con cuidado se posicionó de frente a estos y con suavidad colocó las rodillas en suelo, se inclinó sobre la madera del puerto y dejó su frente descansar en esta para después dejar un beso y levantarse, y sin miramientos dio media vuelta subiendo al barco quedando de espaldas a todos aguantándose de la madera.

Rítmicos pasos, fuertes y conocidos se acercaron antes de que la melódica voz llegara a ella

—Tranquila—pidió viendo a la joven mujer parada al borde del barco aguantada a la madera con las manos hechas un puño admirando el mar mientras subían todo lo necesario para el viaje, volteó a darle una rápida mirada sonriendo, una sonrisa pequeña y tensa que le costó las fuerzas que no tenía.

—Me pides demasiado, Hoccar—dijo con tono bajo y uniforme mirando las saladas aguas—Hoy comienza el camino a contraer nupcias con el enemigo, calma es lo último que puedes pedirme, que me haya resignado a mi poscición en todo esto, no quiere decir que esté conforme con ello.

—Haría lo que fuera por salvarte de tal destino, princesa—ella sonríe ante sus palabras, el simpre buen y dispuesto Hoccar.

—Pero no puedes Hoccar, los necesitamos, incluso yo he de reconocerlo, solos no podremos contra el reino de Farid, y Anskar perecerán sin nuestra ayuda—giró el rostro observando el hombre a su lado, alto, fuerte, lleno de músculos, de cabello negro y ensortijado, cejas cimétricas y adornadas con un aro de oro, ojos mieles, labios gruesos, piel negra; alzó la mano dejándola estar en la masculina mejilla con una sutil caricia que hizo a Hoccar cerrar los ojos y sentir, sonrió, iba extrañar a ese hombre con todo su corazón, a su hermano de otra madre, a su querido Hoccar, irían juntos, pero la unión no sería la misma.

—¿Crees que ellos han aceptado de buena gana?—preguntó retirando la mano sin dejar de sonreir, sus ojos tranquilos al igual que su postura, pero con un corazón retumbante e inseguro—Años de malas intenciones no se olvidan cariño, pero estamos tan necesitados el uno del otro, que he de cruzar el mar y contraer matrimonio con el heredero del trono blanco.

—Solo di que quieres escapar y te ayudaré—negó dando una casi imperceptible y se puede decir tímida risa, respiró hondo y miró al mar cerrando los ojos, empapándose con el viento que soplaba por todo el puerto, el salitre, el sonar de las olas, el sol calentando su piel—Princesa.

—Solo crearía los cimientos de una inminente masacre Hoccar—dijo con un atisbo de dolor, sus ojos amenazaban con cristalizarse—Lo pensé muchas veces, mis dioses están conscientes de ello, rezé por libertad, pero no puedo—suspiró—Llevo la corona de una nación sobre mi cabeza, un pueblo sobre mis hombros y las vidas de cada una de nuestra gente en mi conciencia, no podría sacrificar a todo nuestro pueblo por mi felicidad.

—Serás miserable.

—Así sea, Hoccar—dejó ir un suspiro que le dio el adiós a su patria—Así sea.

Esas habían sido las últimas palabras que oyó el reino de Aritz de los labios de una de sus herederas, en el hermoso puerto de Iratxe, capital de Aritz.

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