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C1 Encuéntrala

En el país A, un hombre se encontraba de pie frente a un ventanal francés, la mirada perdida en la lejanía, absorto en sus pensamientos. Sus ojos, profundos y gélidos, no revelaban lo que cruzaba por su mente.

A su lado, su asistente Max sostenía un montón de documentos. Siempre había estado al lado del que muchos consideraban el hombre más atractivo del mundo y un empresario implacable y desalmado. Era conocido como el CEO sin corazón, habiendo roto el corazón de incontables mujeres. Algunos llegaban a decir que carecía de corazón. Su estilo en los negocios era tiránico y despiadado. Era el hombre más rico del país A y el más poderoso de Asia. De repente, su voz profunda y magnética rompió el silencio:

"¿La encontraste esta vez?"

Estaba en la búsqueda de alguien desde hacía años, pero ella parecía haberse esfumado sin dejar rastro. Max, que conocía bien las reacciones de su jefe, se estremeció al anticipar su furia, pero aun así logró articular: "Nuestros equipos siguen buscándola en el país M". Como era de esperarse, un estruendo resonó cuando los objetos sobre la mesa se dispersaron con un fuerte "¡Bang!", la ira asesina del hombre era innegable. Su voz volvió a resonar con firmeza:

"No te presentes ante mí hasta que la encuentres. La quiero a cualquier precio. Si está viva, la quiero; si está muerta, la quiero igual. Si está muerta, encuentra su cuerpo. La quiero, viva o muerta."

Max salió disparado de la oficina, como un perro con el rabo entre las patas. Llevaba años en esta búsqueda incansable por todo el mundo, sin lograr encontrar ni el más mínimo rastro de ella. Había contratado a los mejores detectives, pero ninguno había logrado darle el resultado que anhelaba. Max era la mano derecha del jefe, su confidente, y había vivido con él tanto los buenos como los malos momentos. Siendo el hombre más deseado, ¿qué mujer se le resistiría? Sin embargo, Max aún no había logrado comprender el corazón de su jefe a lo largo de los años. Su jefe no era de los que perdían el control emocional fácilmente, pero había una sola cosa que invariablemente lo hacía perder la compostura.

Max nunca la había visto, pero siempre se preguntaba qué tenía esa chica que lograba desestabilizar a su jefe, siempre tan sereno y distante.

"¿Cómo?"

"¿Estás seguro? Si esta vez tu información resulta ser falsa, nadie podrá salvarnos."

Max se comunicó con sus contactos en el país M.

"Esta vez estoy seguro."

La voz llena de confianza resonó desde el otro lado del teléfono.

Después de tomar un respiro, Max volvió a entrar en la oficina de su jefe.

"Craaaackkk"

El sonido surgió bajo su pie. Quedó atónito al ver que había destrozado la habitación que antes estaba impecable. Muebles, papeles, todo disperso por doquier. Las mesas y sillas, hechas añicos.

El hombre estaba de pie, de espaldas a la ventana, fumando otra vez. El cigarrillo medio consumido yacía cerca de sus pies. Su rostro se ocultaba en la penumbra nocturna.

"¿Qué sucede?"

"Jefe, esta vez la hemos encontrado."

Su voz era suave, pero firme.

"¿Dónde?"

El hombre frunció el ceño, marcando su atractivo rostro.

"En el país M."

Max reflexionó un momento tras pronunciar esas palabras.

El hombre evocó aquel nombre en su interior.

Ese lugar era su pueblo natal. Allí tenía recuerdos tanto alegres como dolorosos. Habían pasado muchos años desde que había vuelto a su patria, su verdadero hogar.

"¿Estás seguro de que tus hombres la han localizado esta vez?"

Exhaló la última bocanada de su cigarrillo.

"Sí, jefe, esta vez están seguros."

Max le mostró unos documentos que había obtenido hace poco. La chica en la fotografía de los documentos era hermosa; solo se le veía la espalda y parte del rostro.

Vestía prendas lujosas y de última moda de un diseñador renombrado del país. Se notaba que llevaba una vida opulenta. En la imagen aparecía con un hombre y un bebé.

"¿Quién está con ella?"

El semblante del hombre se ensombreció aún más, oscureciéndose tanto como la noche misma.

Max reflexionó un momento antes de responder.

"Su esposo y su hija."

No logra disimular la intención asesina en su mirada profunda y letal. Su mano aprieta la carpeta con más fuerza.

Prepárate para el país M.

"Sí, jefe."

La oscuridad reinaba afuera, pero no era más intensa que la que nublaba su semblante.

"¿De verdad, vas a volver a casa, hijo?"

La alegría de la mujer al otro lado de la línea era evidente. La emoción de tener a su hijo de regreso después de tantos años se traslucía en su voz.

"Madre... ¿cómo lo sabes?"

Su madre era la persona que más amaba en el mundo. Siempre se maravillaba de cómo ella sabía todo sin necesidad de que él le dijera nada. Ella siempre lo sabía todo; una sonrisa se dibujaba en sus labios y la sombra de tristeza en su rostro se disipaba poco a poco.

"Sí, mamá, llegaré mañana por la tarde."

"Oh, mi querido hijo, no tienes idea de lo feliz que está tu madre hoy. Tu abuela, tus tíos, tías, primos... todos están muy contentos y te esperan con ansias. Todos te hemos extrañado mucho estos años, en especial tu abuela, que ya está mayor y su salud no es la mejor".

Él era el único hijo de la familia y todos por parte de su padre lo querían como si fuera su único vástago, en especial su abuela, ya que era su único nieto.

Está bien, adiós, te quiero, hijo. Tengo que atender un asunto urgente, cuídate mucho, mi niño.

Su voz sonaba apresurada y colgó la llamada. Ella era la única en el mundo que podía llamarlo "mi niño", pues todos los demás le temían.

Se acomodó en la silla de su oficina y abrió la carpeta de nuevo, extrajo la foto con lentitud; en su mirada intensa no se percibía emoción alguna. Nadie podría adivinar en qué pensaba. La melancolía volvía a asomarse en su rostro.

La sujetó con tal fuerza que se deterioró.

Y, consumido por la ira, lanzó el expediente al suelo antes de salir de su oficina con paso tempestuoso.

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