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C3 2

Amelia despertó con los ojos hinchados, otra vez.

Ya tenía el remedio para eso, así que fue a la cocina y preparó dos bolsitas de té y se los puso sobre los ojos durante un rato.

El teléfono empezó a timbrar, y contestó.

—¿Estás en San Francisco? —preguntó una voz muy conocida para ella, y el corazón empezó a latirle con fuerza en el pecho. Era Catherine, la hermana de Damien.

—Conseguiste mi número.

—Tengo mis métodos —sonrió ella—. Pero contéstame, ¿estás en San Francisco?

—¿Para qué quieres saberlo?

—Oh, bueno… es sólo que… quisiera pedirte un favor.

—Qué será —preguntó Amelia, algo molesta, y quitándose las bolsitas de té de ambos ojos y arrojándolas a un lado.

—Quería que hablaras con mi hermano.

—¿Estás loca? —gritó al instante—. Catherine, ¿cómo se te ocurre…?

—Tengo dos hermanos —la interrumpió Catherine elevando la voz—. El uno es el diablo, y a ese jamás te pediría que lo llames.

—Ah…

—Se trata de Zack… —siguió Catherine con tono preocupado—. Está pasando un mal momento.

Amelia guardó silencio por un momento. Siempre olvidaba que Zack era un Galecki, que era el hermano de Damien. Para ella, como si fuera de otro mundo; nunca los vinculaba con ellos, y era un poco extraño aun para ella.

—No me ha dicho nada —comentó bajando el tono de su voz.

—Ni te lo dirá. Sabes cómo es. Vamos, llámalo, a ver si contigo se desahoga un poco—. Amelia se echó a reír.

—Tal vez de eso se trata. Si quisiera contarme lo que le pasa, ya lo habría hecho, pues tiene mi número.

—Sí, a diferencia de mí.

—Sabes por qué lo hago.

—Realmente no. Pero no importa ahora… Zack te necesita, Amelia… Él fue quien te ayudó cuando más lo necesitabas, ¿lo olvidaste?

—Y cómo, si te tengo a ti para que me lo eches en cara. Y acaso… ¿qué le está pasando?

—Se está divorciando —Eso dejó en silencio a Amelia. Zack, el hermano mayor de Damien, se había casado con Vivian, una hermosa mujer de buena familia, hacía unos ocho años. Ella estuvo en su boda, sólo porque se trataba de Zack. Había tenido que aguantarse la presencia de Damien, pero este estaba muy bien atado a su silla por la madre de su tercer hijo, y excepto para lanzarle miradas incómodas, no habían tenido contacto, así que había sobrevivido.

Zack divorciándose.

El corazón le dolió un poco. Debía tener razones muy, muy poderosas como para llegar a eso, pues sabía que, para él, el matrimonio era para toda la vida.

—Lo llamaré.

—Oh, gracias. Hazlo hoy mismo. Está en San Francisco por unos días, y volverá a Los Ángeles… o no sé qué haga. Te juro que estoy muy preocupada.

—Vale, vale, lo llamaré hoy mismo.

Antes de hacerlo, Amelia revisó las redes de Zack. Pero él era tan circunspecto… No tenía Instagram, sólo Facebook, y la última fotografía subida era de él, Vivian y su hijo en algún paseo en el campo. No había nada más, así que de esa manera no pudo enterarse de su vida.

Tuvo que llamarlo.

—Vaya —dijo Zack con su voz grave—. Un milagro—. Amelia se echó a reír.

—Supe que estás en la ciudad y quise invitarte a tomarnos un trago. ¿Te apuntas? —lo escuchó suspirar.

—¿Un trago de qué?

—¿Tequila? ¿Vodka? ¿Whiskey? Yo invito.

—¿Tú a mí?

—¿Por qué no? ¿Eres machista?

—Oh, no. Está bien, haré que te arrepientas de invitarme —Amelia volvió a sonreír.

—Algo de lo que no me arrepiento es de… tu amistad. Es de las pocas cosas auténticas que me ha dado la vida.

—No te pongas sentimental —bromeó él, aunque su voz sonó extraña—. ¿Paso por ti, o nos vemos en un sitio en especial? —Amelia suspiró.

—Yo pasaré por ti.

—Mi dama galante y caballerosa —ella rio ahora con ganas.

No tuvo problemas para reclamar su auto en el bar en el que había estado anoche. Invirtió su día haciendo algunas compras, revisó en su teléfono algunas citas agendadas, regresó a casa y puso a lavar ropa, recibió una llamada de Andrew, su sobrino, y habló un rato con él. Adelantó cosas del trabajo, etc.

Al llegar la noche, fue al hotel donde estaba hospedado Zack, y al verlo no pudo evitar sentir alegría. Lo abrazó con fuerza y le besó la mejilla barbuda. Cuando lo miró a los ojos, notó en él los cambios.

De adolescente, Zack no había sido guapo. Era pelirrojo, el cabello muy rizado, y su piel muy blanca y pecosa. Había necesitado ortodoncia un buen tiempo, y su cuerpo no era atlético. Todo lo contrario de Damien, que había sido casi perfecto desde niño. Sin embargo, la madurez le había hecho bien a Zack, y ahora no tenía nada que envidiarle a su hermano menor. Era alto, con más del metro ochenta, de espalda ancha y barba cerrada. De nariz recta, labios rosados y ojos gris azuloso, mentón cuadrado y orejas pequeñas; Zack era simplemente guapísimo. A eso se le sumaba que era mucho más humano, más gente, más persona, más de todo.

Nunca le había oído decir una mentira, nunca lo escuchó maldecir a nadie. Siempre estaba de buen humor, pasara lo que pasara, y era el pacifista de la familia, siempre mediando por la paz. Ella había presenciado muchas discusiones entre él y Damien, y Zack era de los que prefería dejarlo peleando solo que seguir con el tema.

No había conocido a nadie como él, y ella había conocido bastantes hombres. Zack era constante, decidido, y para ella… admirable.

Se preguntaba qué había pasado con Vivian. La había felicitado por llevarse un gran hombre, aunque a ella no le parecía que fuera la mejor mujer, pero había respetado la decisión de su amigo, tanto, que hasta asistió a su boda, aunque eso había representado tener que volver a ver al esperpento de su hermano.

—Estás cambiado —le dijo Amelia acomodando un poco su camisa debajo de su americana, y él sonrió, aunque su sonrisa no iluminó sus grises ojos.

—Estoy más viejo.

—Me estás diciendo vieja también a mí.

—Te llevo casi dos años —Amelia volvió a reír.

—Dos años. Qué gran diferencia.

—Dos años pueden representar mucho… La diferencia entre la felicidad y la infelicidad.

—Ah, ¿sí? ¿Por qué dices eso? —él sólo sonrió de medio lado y sacudió su cabeza. Tenía los rizos un poco largos, pero se le veían muy bien. A pesar de las tristezas que lo aquejaban, hoy Zack lucía particularmente guapo. ¿O era ella que lo veía así?

¿Y por qué ahora? Estaba teniendo pensamientos muy extraños con respecto a su amigo.

—¿A dónde me vas a llevar?

—A un tugurio, claro —le contestó ella mirándolo de reojo y arrugando su nariz—. Uno con putas, y asientos sucios de semen.

—Mi sitio favorito —riendo, abrazó su cintura y lo condujo hasta su auto, y una vez en él, se hicieron las preguntas de rigor. Pero notó que sólo ella estaba contestando. Trabajo, familia, relaciones…

—Mi trabajo me va excelente, mi padre está muy bien, ya Andy está en la universidad, y pronto terminaré con mi novio.

—¿Por qué le terminarás? —preguntó él un poco ceñudo, y Amelia sólo se encogió de hombros.

—Ahora, haz el favor de contestar las mismas preguntas —él hizo una mueca.

—Me acabo de divorciar, también acabo de vender mi parte en las acciones de la empresa y… —al notar la mirada de ella, Zack se detuvo y sonrió—. ¿Me vas a decir que no lo sabías? ¿Acaso no fue Cath la que te dijo? —Amelia tragó saliva.

—¿Y Tommy? —preguntó ella, refiriéndose a su pequeño hijo de siete años.

—Está muy bien —contestó él con voz opaca—. Con su mamá.

—¿Le vas a ceder la custodia a ella?

—No tengo mucho que decir al respecto.

—¿Por qué no? Eres su papá, y serías mejor para el niño que la maldita esa.

—¿Por qué maldita? —preguntó él con media sonrisa.

—Te ha perdido, ¿no? Eso la hace una maldita para mí. Dime, ¿qué te hizo? ¿Te fue infiel? ¿Dejó de cumplir con sus obligaciones conyugales? ¿Dejó de quererte?

—Todo eso… en orden inverso.

—Oh… —se sorprendió Amelia mirándolo con ojos grandes—. Oh, rayos. Maldita, mil veces maldita. Lo siento tanto, Zack.

—Tú no tienes que sentirlo.

—¿Con quién te fue infiel?

—Esta conversación está siendo muy dura sin el primer trago de alcohol.

—Cierto, cierto… —se apresuró a llegar al bar. Era temprano, y mañana era domingo, así que podían quedarse un buen rato. Le pidió algo fuerte a él, la botella entera, y algo ligero para ella. Esta noche debía conducir para devolverlo a su hotel, y se acercó a él todo lo que pudo, dispuesta a escuchar su historia.

Zack era uno de esos pocos hombres con los que Amelia se sentía a gusto, sin presiones de ningún tipo. Era el único amigo varón que tenía en el mundo, sabía. Era el único hombre que jamás le había fallado, y era así porque era sólo un amigo.

Y no podía verlo de otra forma, era el hermano de Damien.

Zack era consciente de eso. Siempre había sido consciente de eso.

Ella sólo había tenido ojos para Damien; toda su vida, Amelia había amado a su hermano. Aún mientras lo odiaba, ella lo amaba.

Fue tan difícil para él verla unirse a él, saber que se habían casado a escondidas, saber que su hermano le era infiel cada vez que podía. La había visto llorar demasiadas veces, y eso sólo lo había llevado a odiarlo a él, a su propio hermano. En varias ocasiones se fueron a los golpes por ella.

—¡Si tanto te gusta, quédatela! —le gritó Damien una vez, y Zack le rompió el labio con el puñetazo que le dio. Eran igual de grandes y corpulentos, así que Damien no tardó en recuperarse y devolverle el golpe.

Casi podía recordar el momento en que se enamoraron, el momento en que se arruinaron. Estaban en la misma escuela, él ya en el último año, y fue testigo del inicio de la relación. Pero se había tenido que ir a la universidad, dejándola sola.

Igual, en aquel tiempo ella nunca se fijó siquiera en él, pero él sí que se fijó en ella. Sintió miedo de irse, como si algo dentro le gritara que todo saldría mal si la dejaba a merced de su hermano, y no se había equivocado.

Cuando supo que los dos habían entrado a la misma universidad que él, intentó acercarse de nuevo, pero entonces supo por su hermana que se habían casado, que llevaban la relación a escondidas, y toda esperanza para él había acabado.

Amelia nunca le contó a su familia, pero Damien no tuvo reparo en revelarle a varios el secreto, y por eso supo de todas las veces que le fue infiel, y que le estaba arruinando la vida.

Ella había sido inteligente al fin y se había alejado de su hermano, pero entonces, también se había alejado de él. Habían pasado años antes de que ella volviera a aceptar hablarle, y se había debido más a las casualidades que a cualquier otra cosa. Con el tiempo, ella empezó a confiar en él, a contarle las razones que había creído tener para soportar todo lo que soportó, y a relegarlo al puesto de mejor amigo.

De todos modos, eran ese tipo de amigos que siempre parecían conectar, que, cada vez que se encontraban, parecían haberse visto el día anterior, y sólo era sentarse para que los temas de conversación se sucedieran unos a otros.

Ella era tan bonita, tan inteligente. Siempre lo había fascinado su tenacidad para alcanzar sus metas, lo estricta que era consigo mismo hasta para una simple dieta, lo dura que era con la mediocridad… También su capacidad de tomarse las cosas con buen humor, su chispa y espontaneidad. Le encantaba su pasión por la lectura, por la música, por la cultura… y hasta esos momentos donde se enfrascaba en conversaciones acerca de la economía del país y la manera de llevar las finanzas. Fácilmente podía verse a sí mismo con ella, en silencio, sólo disfrutando de la compañía, del buen clima, o hasta del malo, porque con ella nada era incómodo ni forzado.

Ella era casi perfecta.

Su único defecto, y algo que ni siquiera él le podía perdonar, era el haberse fijado en Damien.

Si hubiese sido al contrario, si en vez de Damien hubiese sido él…

Pero, ¿qué caso tenía lamentar eso ahora? Para siempre, ella estaba vetada para él. Por lo que le quedaba de vida, él sólo podría mirarla de lejos. Era su cuñada, o lo había sido, y lo peor, en los ojos de ella, todavía se reflejaba el daño y el dolor que le había causado Damien.

—Desembucha —lo apremió ella con ojos entrecerrados y dando golpecitos sobre la mesa ante la cual estaban sentados—. ¿Cómo fue todo? —Zack suspiró y echó una mirada alrededor. El sitio era adecuado para bailar, hablar en voz alta y reír a carcajadas, desentonando terriblemente con su estado de ánimo, pero tal vez, si gritaba un poco, pasaría desapercibido, y era lo que le apetecía.

—Vivian estaba saliendo con… uno de mis socios.

—Vaya mierda —exclamó ella al instante, mirándolo con su ceño fruncido y expresión de asco y desaprobación.

—Sí —corroboró él—. Vaya mierda.

—¿Cómo era su nombre?

—Patrick.

—El maldito Patrick de los cojones —él volvió a reír—. Ahora lo recuerdo… ¿No era un poco amanerado?

—Sólo lo viste una vez. ¿Cómo que amanerado?

—Sí, me pareció rarito…

—Cosas tuyas. Ya ves que prefiere las mujeres.

—De todos modos, yo creo que Vivian es mujer sólo porque parió un hijo. ¿Y cómo los descubriste? —Zack aún estaba riendo por su primer comentario, pero contestó:

—Lo empecé a sospechar por algo que él dijo en un descuido… De ahí en adelante empecé a notar que eran muy familiares… se miraban… y se tocaban con la mirada. No sé cómo explicarte.

—Conciencia de amantes —explicó ella—. Cuando tienes sexo con alguien, tu mirada hacia esa persona cambia. Como que ya no eres capaz de verlo con la ropa puesta—. Zack elevo una ceja rojiza.

—Si tú lo dices… El caso es que tuve razón. Los seguí en una ocasión… y los sorprendí. Pagaban la misma habitación siempre, una suite carísima… No eran demasiado discretos, era yo el ingenuo, el tonto.

—No digas eso. Los mentirosos no necesitan que seas tonto.

—No lo sé, Amy —suspiró él usando el diminutivo de su nombre, y tragó saliva. Apoyó sus brazos en la mesa y siguió—. Llevaban mucho tiempo viéndose, casi el año. Y no me di cuenta sino hasta hace poco. Y cuando les reclamé… ella ni siquiera se sintió avergonzada, ni arrepentida… Parecía, más bien, como si hubiese estado esperando que la descubriera, porque no le importó lo más mínimo. Todo le importó una mierda—. Zack se apretó una mano con la otra y mordió sus labios.

Vivian. Otro error en su vida.

La había conocido hacía diez años. Era tan guapa, sofisticada y equilibrada… se parecía un poco a Amelia, la verdad. Tan independiente y emprendedora.

No iba a mentir, ella le había gustado; le pareció inteligente y divertida, con esa dosis de encanto que la hacía sensual y atractiva sin llegar a ser una coqueta. Se acostó con ella, inició una relación, y cuando le dijo que Tommy venía en camino… simplemente se casó. No hubo un enamoramiento demasiado apasionado por su parte, pero sabía que era capaz de hacer feliz a una mujer, de hacer unos votos y cumplirlos. Y había pensado que ella también.

Pero las cosas cambiaron porque Vivian era terriblemente celosa, a la vez que despreocupada por todo lo que tuviera que ver con él. Era como si sólo quisiera la atención de él sobre ella las veinticuatro horas del día, pero no se molestase en darle un mínimo de su propia atención a él.

Aun casado, llevaba un estilo de vida como de soltero: aún era él quien se hacía cargo de todo lo referente a la casa, las cuentas de los gastos, las tareas del hogar. Vivian no trabajaba, y tenía el dinero de su familia, así que la mayor parte del día estaba de compras o viéndose con sus amigas con el mismo estilo de vida. Al principio intentó proponerle repartir la carga entre los dos, pero ella se enfadó tanto… Lo acusó de machista, de retrógrada, de blanco privilegiado y etc. Le propuso entonces contratar ayuda y pagarla entre los dos, y ella aceptó, pero al final, terminó él con toda la carga.

Y a pesar de lo insostenible que se había hecho la relación, por su mente nunca pasó separarse, ni mucho menos buscarse otra. Tal vez era por su crianza anticuada, o lo idealizado que tenía el matrimonio al ver el de sus padres funcionar, o quién sabe por qué, pero podía jurar con la mano sobre biblia sin temor a ser fulminado por un rayo que siempre intentó salvar su relación.

Pero eso no había sido suficiente. Él era bueno, no estúpido, y había cosas que no se debían perdonar por simple amor propio.

—Con tu socio —comentó Amelia, indignada, y sacándolo de sus pensamientos—. Qué perra. ¿Cómo una mujer le es infiel a un hombre como tú? Patrick ni siquiera es la mitad de guapo.

—Oh, ¿de verdad?

—¡Ni la mitad de hombre! —siguió Amelia, irritada—. Ni la mitad de responsable, inteligente, ni… —Zack no pudo menos que sonreír al ver la vehemencia con que ella lo defendía. Y siempre había sido así. La lealtad de Amelia no se podía comparar a la de ninguna otra persona—. ¿O es que tú… la tenías abandonada? —le preguntó cambiando el tono—. La culpa nunca es de uno solo…

—No, nunca… Soy culpable de no haberla detenido a tiempo, de haber permitido que pasara por encima de mí —Zack suspiró y siguió—. Debí hablar, poner las cartas sobre la mesa desde el principio. Pero ahora no sé qué hubiese pasado. Si me hubiese comportado como un macho dominante que la sometiera, me habría acusado de déspota, pero como no lo fui, entonces me puso los cuernos. De verdad… creo que nunca la entendí, nunca supe qué quería.

—Qué mujer más estúpida —rezongó Amelia—. Ahora te acuso a ti por haberte enamorado de alguien así —él volvió a reír.

—¿Y qué es el amor, Amelia?

—No me lo preguntes a mí. Soy la menos indicada para contestar a eso.

—Creí que me amaba… —siguió él, bajando la mirada—. Y creí que lo que yo sentía por ella resistiría… Pero todo se fue desvaneciendo, y con el tiempo sólo quedó la costumbre, y luego, ya ni eso, porque somos tan… inconformes con todo —suspiró—. Tengo mucha culpa en lo que pasó. No fue ella sola, no fue sólo su infidelidad y sus mentiras, sus… miles de mentiras… Un mentiroso necesita a un crédulo… y yo fui ese crédulo.

—En qué más te mintió, ¿Zack? —él se echó a reír. Rellenó su vaso de whiskey y se lo bebió de un trago.

No fue capaz de decirlo. Ni cuando bebió otra vez fue capaz de decirle la peor mentira de todas. Oh, que le hubiese sido infiel, que fuera con su socio, palidecía ante esta otra monstruosidad.

Zack, de repente, se había quedado sin nada. Sin esposa, sin casa, sin empresa… sin hijo.

Cuando Vivian le dijo que estaba embarazada, hacía ya ocho años, él no pudo evitar sentir alegría. También susto, y hasta incomodidad, pues había pensado que se había protegido, pero al parecer el preservativo le había fallado. Recordaba haberlo usado, pero esas cosas pasaban, se dijo.

Se casó, y todo fue muy bien. Se mudaron a Los Ángeles, porque allí él quería iniciar su empresa, y esta inició con pie derecho, sin la ayuda de los padres de ella, que se la ofrecieron mil veces, Zack logró salir adelante. Estaba enamorado de Tommy, por él quería hacerlo todo. Era un niño precioso, moreno como su mamá, de ojos oscuros como ella, precioso, precioso.

Lo arrullaba, lo mimaba, y a veces lo malcriaba un poco, pero era su bebé, su único hijo.

No entendía cómo Damien podía ir por la vida ignorando a sus tres hijos, y tenía que ser demandado para que les diese el alimento y la educación. Tommy lo era todo para él.

Cuando las cosas empezaron a ir mal con Vivian, su hijo le dio la fortaleza para seguir adelante. No quería dejarlo sin su familia estructurada como la conocía. No quería crearle un trauma, un dolor, así que siempre bajó la cabeza, siempre se mordió la lengua y nunca dijo lo que pensaba de su mujer, que era egoísta, intransigente, materialista, y con un don único para hacerlo sentir a él como la mierda.

Nadie nunca lo había lastimado tanto. Nadie nunca le hizo sentir tan poca cosa, tan poco hombre, tan insignificante.

Pero lo aguantó todo en silencio por su hijo. Por él llegaría a viejo como sea al lado de esa arpía, por él, sólo por él.

—No seas estúpido —le dijo Vivian cuando, al descubrir su infidelidad y pedirle el divorcio, él reclamó la custodia del niño—. No lo vas a tener.

—Si demuestro ante la ley lo mala madre que eres, si demuestro lo poco que te importa él, si logro hacerles ver que conmigo está mejor…

—Nunca lo tendrás —le espetó Vivian—. Tommy no es hijo tuyo.

Nada lo había hecho caer. Había resistido que fuera Patrick, su socio, el que se estaba revolcando con ella, que le dijera que nunca lo había amado. Había soportado todo, pero aquello… aquello realmente lo había devastado.

—No —le había dicho, rogado.

Retíralo, había querido decir. Retráctate. No. Es mentira. Di que es mentira. Que lo dices sólo porque eres mala, cruel. Di que no. Tommy es mío. Es mío.

Obviamente, no le había bastado su palabra, e hizo las pruebas.

Y las pruebas fueron contundentes. No había la más mínima posibilidad de que Tommy hubiese sido engendrado por él.

Oh, Dios. Cuánto dolor había sentido.

¿Qué sentido tenía ahora la vida? Conservar la empresa, ¿para qué? Allí estaba el maldito ese, allí estaba ella, también. Y se unieron para comprarle su parte y dejarlo por fuera. A él, que había sido el que iniciara todo; había sido su idea, su trabajo, su esfuerzo y su sudor, pero, ¿qué sentido tenía seguir allí?

Bebió de su vaso otra vez y sintió cómo el licor quemaba su garganta, su pecho y su alma.

Tommy no tenía la culpa de nada. A pesar de que no llevaba su sangre, él quería a ese niño por lo que era. Pero ahora se había quedado sin argumentos para reclamarlo.

No era su hijo, había criado y le había dado su amor al hijo de otro como si fuera suyo porque él simplemente era el imbécil más grande del mundo… Y luego se sentía mal por pensar así, porque el niño era la principal víctima de todo. Sus sentimientos eran contradictorios, sus pensamientos habían estado en guerra desde que supiera la verdad.

Ahora no era más que el cascarón de un hombre. Se levantaba todos los días con la mente en blanco. Sin planes, sin proyectos. Sin siquiera deseos. No tenía nada. Más que un puñado de dinero en el banco, lo suficiente como para empezar una nueva empresa, pero empezar otra vez… otra vez, desde cero…

Miró a Amelia dándose cuenta de que ni siquiera era capaz de revelarle todo. Ella no necesitaba saber que había perdido. Le avergonzaba que se enterara de que ahora no tenía nada, que no era nadie.

Tal vez en unos días se sintiera mejor. Tal vez en un mes todo esto pasara y él volviera a emprender su vida, retomara las riendas, volviera a empezar con más fuerza y con la ventaja de la experiencia, pero ahora mismo sólo quería permanecer en su pequeño agujero y lamer sus heridas. Los golpes de la vida lo habían machacado demasiado, y él había tratado de resistir, pero había cosas que ni el hombre más fuerte era capaz de aguantar.

¿Por qué no fuiste tú?, se preguntó con la mirada fija en Amelia. ¿Por qué tenías que fijarte en mi hermano? Ese bebé habría sido mío, y lo habríamos cuidado mucho. Lo habríamos amado tanto. No me habría importado esperar a terminar la universidad, esperar a casarnos para poder estar juntos. Esperar para que las cosas se dieran bien. Porque te amaba, Amelia, como jamás fui capaz de amar a otra mujer. Como jamás seré capaz de amar a otra mujer.

Con tu decisión, no sólo arruinaste tu vida, arruinaste también la mía.

—Me mintió en todo —respondió Zack al fin a la pregunta de Amelia—. Luego de casarme con ella, me di cuenta realmente de quién era. Y era… una mujer que jamás habría elegido. Jamás la habría elegido a ella por encima de las demás.

—Sé que es odioso, pero…

—Sí. Tú me dijiste que ella no te convencía del todo. Y tenías razón… toda la razón.

—No te sientas mal por haberle creído a un mentiroso. Yo caí en las mentiras de un hombre… Sé lo que se siente el engaño. Nunca fui capaz de pagarle con la misma moneda, y sé que tú tampoco, y ante mí eso te hace admirable. Eres de los pocos hombres en los que confío, Zack. Te admiro tanto —él extendió su mano a ella y tocó su mejilla. Amelia sólo sonrió, considerándolo tal vez borracho.

¿Qué harás si te beso?, quiso preguntarle.

Pero la respuesta que seguramente tendría hizo que apartara su mano de ella. Ella se espantaría, lo acusaría, se alejaría, y para siempre.

Mejor las migajas de su amistad que nada. Nada era… demasiado duro para él.

—Zack —habló Amelia acercándose un poco más a él y le enseñó sus manos empuñadas como si dentro escondiera pequeños tesoros —Si en esta mano yo tuviera cincuenta millones de dólares, sólo para ti, y en esta otra la posibilidad de retroceder veinte años al pasado… con todos tus recuerdos intactos… ¿qué elegirías? —Zack sonrió. La respuesta era tan fácil…

—¿Es en serio?

—Sólo contesta. No quiere decir que vaya a pasar, ¿no? Decide… cincuenta millones… o veinte años al pasado.

—Veinte años al pasado —contestó él sin pérdida de tiempo—. Y veinte años son perfectos, creo.

—Sí, ya lo creo. ¿Entonces tú… devolverías el tiempo?

—Si es con mis recuerdos intactos, sí… Para así evitar los errores que cometí.

—Como casarte con Vivian, por ejemplo, pero… ¿Y Tommy? Porque entonces, él no existiría—. Él suspiró y tragó saliva.

—Creo que Tommy estará bien. Y lo primero que haría… sería evitar que Damien te ponga la mano encima—. Aquello pareció sorprender a Amelia, tal vez porque él no pedía mucho para sí mismo, sino para ella.

—Damien nunca me pegó.

—Sabes a lo que me refiero.

—Oh… pero para eso no necesitaría tu ayuda. Yo solita lo mandaría a la mierda, gracias—. Zack sonrió.

—Y, ¿en qué necesitarías mi ayuda? —ella hizo una mueca, y no contestó.

En nada, pensó él. Porque de no ser por Damien, jamás seríamos amigos. De no ser porque estuve allí en ese hospital, jamás me habrías contado la verdad.

Las migajas de su amistad, o nada. Esa era su verdadera elección.

—Te quiero, Amelia.

—Y yo a ti —le contestó ella, sonriendo con tristeza.

Oh, lo había dicho, pero ella creía que sólo era producto del whiskey.

No, no. Te quiero de verdad. Te amo… te deseo. Siempre te deseé. Eres tan bonita, tan inteligente, tan íntegra…

Se frotó los ojos. Sí, estaba ebrio.

Me muero por ti.

Eran demasiados tragos encima. Si no se andaba con cuidado, cometería un error, y lo lamentaría por siempre.

Daría la vida por ti…

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