C1 Prefacio

Llego a casa por la tarde después de un terrible último primer día de clases de preparatoria. El ánimo se olfateaba en los pasillos, la emoción por estar cada vez más cerca de la universidad y la nostalgia por despedirse de los amigos eran casi palpables. Para mí fue difícil, extraño, provocó una punzada de melancolía típica de un corazón roto. Un corazón que se curará, pues de amor nadie se muere.

Hubo una votación para decidir qué actividad haríamos como generación, algo que nos definiera como alumnos. Alguien propuso un baile de fin de curso, otra persona planteó hacer una obra teatral en donde todos estuviéramos involucrados. Alguien ofreció pintar una pared del colegio, cada quién obtendría un trozo de muro y sería libre de decorarlo como quisiera.

Me gustó esa última propuesta, el problema fue que, para cuando la dijeron, yo había propuesto un típico cliché de las películas: La cápsula del tiempo. Guardaríamos por 25 años algo que nos representara, de forma que, cuando la generación que estaría 25 años después de nosotros la abriera, pudiera ver un poco de los que fueron alumnos antes que ellos. Y de esa forma, el objeto contaría una historia. En conjunto, se contaría la historia de nosotros como generación. Voté por la idea de pintar el muro, pero la mayoría votó por mi idea. Y mi idea se quedó. Ahora tengo que buscar algún objeto para guardar con los objetos de todos los demás el sábado. Este objeto debe contar una historia, mi historia. ¿Qué le puedo dar a alguien del futuro para que pueda darse una idea de cómo era yo? ¿De mi experiencia durante la preparatoria?

Una historia, la idea es contar una historia. Bien.

Mi hermano estará en práctica de soccer, mi madre estará en el tribunal dado que es abogada y mi padre dará alguna clase vespertina en la universidad. Anteriormente practicaba deporte, pero simplemente no le encontré sentido a seguirlo haciendo. Ya no más. Estaré sola por un rato así que debo aprovechar el tiempo al máximo.

Busco la vieja cámara de mamá, subo a mi habitación y dispongo un buen fondo en mi habitación. Antes de atreverme a grabar, cepillo mi cabello oscuro y lo peino en una trenza, al final cambio de opinión y lo suelto; al ser uno de mis mejores atributos tiene que resaltar. Finalmente, tomo asiento frente a la cámara dispuesta sobre una pila de libros. Mi piel morena se ve levemente más oscura, me gusta. Sonrío nerviosa, esto podrá parecer ridículo, pero creo que estará bien.

Empiezo a grabar y me acomodo, tomo un profundo respiro y dejo a las palabras fluir.

Mi nombre es Brisa Galetto, tengo dieciocho años y espero llegar a los diecinueve. Si estás viendo esto es porque han pasado veinticinco años y eres estudiante de último año de preparatoria. Abrieron la cápsula del tiempo que enterramos y te tocó mi objeto. Se supone que el objeto de la cápsula debe contar una historia. Y en este video no es una, si no cuatro. ¿Por qué? Bueno, nunca he podido hablar de esto con alguien y, sinceramente, no quiero que mis recuerdos se pierdan conmigo y mueran en el olvido. Tal vez para los otros involucrados la historia significó nada, pero para mí lo fue todo. Porque entre tantas épocas, países y ciudades, coincidimos. Y eso me hizo más daño que a ellos. Si le ves el lado bueno, puedes tomar mis palabras como una guía de cómo declararte a tu crush sin morir en el intento. Ya sabes, aprender a sobrevivir a un corazón roto. Las historias comienzan con una chica de primer año quien cometió el error más humano de todos. Me enamoré. No sé el momento exacto o la palabra específica, pero cuando me di cuenta, mi corazón ya les pertenecía. Abel, David, Joelle y Fabrizio, aquí cuento nuestra historia, acepto el rechazo y me despido para siempre.

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