C5 Capítulo 4

El lunes por la mañana, llego a la escuela en compañía de papá y mamá. El sábado la secretaria del director de la escuela les habló para programar una cita urgente para discutir el inadecuado comportamiento de su hija y debatir el castigo a seguir. Y no solo eso, si no que además falté a la ceremonia de aniversario número ochenta porque por más que intentaron buscarme, no me hallaron.

Tuve que convencer a mis padres de que en realidad sí asistí, pero al ver mi rostro en la pantalla entré en pánico y escapé. Recibí gritos porque pensaron que me fui de pinta a quien sabe dónde, pero les aseguré que pasé lista y eso no se puede borrar. Terminaron por creerme, después de todo, mi hermano, muy amigablemente, corroboró mi historia. Ya no somos tan cercanos, pero aun me apoya.

Como si no hubiese sido suficiente ver mi video una vez, el director lo reproduce de nuevo. Me quiero hacer bolita y desaparecer en el aire, durante el minuto y medio ninguno despega la mirada de la pantalla, pero una vez que concluye, los tres me miran fijamente. ¿Qué? No tengo nada que decir o no sé si me miren esperando que haga malabares mientras estoy en split. Trago saliva y clavo la vista en el suelo. Esto es demasiado, quien lo haya provocado, se arrepentirá.

Mi madre me lanza una mirada entre decepcionada y malhumorada. Papá más bien trata de no reírse. Como era de esperarse, mamá se disculpa (utiliza todos sus dones de convencimiento) y promete que jamás ocurrirá de nuevo. Se ofrece a pagar cualquier daño ocasionado (el único daño ocasionado fue a mi dignidad, por cierto) y jura que me pondrá un castigo ejemplar. Después pide que me disculpe, cosa que ni loca voy a hacer.

—Soy culpable de grabar el video —me guardo el dato de los otros cuatro videos—. Pero jamás los proyectaría. No sólo porque es una falta de respeto, si no porque me estaría quemando yo misma. Les juro que yo no soy la responsable del suceso del sábado.

Puedo ver que el director está enfadándose, su pelona comienza a cobrar un ligero tinte colorado y las aletas de la nariz se dilatan. Viejo ridículo, si cree que soy capaz de ponerme en ridículo con tal de arruinar su preciada ceremonia, significa que se le ha caído un tornillo. Uh, oh, ya lo vi, está bajo el escritorio, a dos centímetros de su zapato.

—Entonces deme el nombre del responsable.

Me temo que no podré ayudarlo con eso. Tengo una idea de quien pudo hacerlo, pero son teorías descabelladas, no tengo ni una sola prueba que apunte a las tres personas sospechosas. Estoy enojada, pero no tanto como para culpar sin evidencia a mis compañeros. Aparte, lo que menos quiero ahorita es enemistarme con la gente. Serán los dos meses más difíciles de mi vida, con las burlas será más que suficiente.

Al ver que no hablo y que me ahogo con mis intentos de buscar una respuesta, niega con la cabeza. ¿Qué mis padres no me creen? Me gustaría que me apoyaran un poco, ¿o es que me creen capaz de hacer algo como eso?

—Señorita Galetto, si no tiene una respuesta, en lo que a mí y a las autoridades concierne, es usted la responsable del hecho —intento no resoplar con irritación—. No pienso expulsarla, me parece un castigo excesivo, pero tendrá que hacer trabajo social tres veces por semana en lo que resta del año. Ya sea recoger basura, acomodar los libros en la biblioteca o apoyar a algún profesor.

Si no tuviera tres miradas clavadas en mí, ya estaría haciendo muecas de desagrado y ademán de vomitar. Si le veo el lado bueno: Genial, no me expulsaron. Ahora necesito tomar un buen trago de tequila, o dos, o tres.

Acepto de buena gana el castigo, mamá también y mi padre agradece la atención brindada. Después de una fría despedida, salimos de la oficina. Debería ir a mi clase, pero ya han pasado veinte minutos y no quiero interrumpir. Avanzo con mis padres hasta el estacionamiento, vamos en silencio tenso. Ay, vamos, no fue para tanto.

—¿En qué estabas pensando cuando grabaste un video así?

Si mi madre supiera que también me lo pregunto.

—En nada, fue algo impulsivo —digo sombría—. Es sólo que a veces la vida es corta, todo puede cambiar en un parpadeo. Lo hice sin pensar, te juro que me arrepiento.

Mamá suspira, talla sus ojos y parece querer llorar. Ay, vamos, que no sea exagerada. Ya ni yo que soy la persona directamente afectada. Papá, al hablar, es más comprensivo, no parece enojado.

—Fue un error, lo entiendo —papá me sonríe levemente—. Si dices que no fuiste tú, te creo, pero necesito saber quién fue.

Es que no lo sé. No me callé el nombre sólo para proteger a algún compañero. Se lo explico, pero no parece convencido, aunque al final ni dice nada. Me despido de ellos y finjo que voy camino a mi clase, pero una vez que los pierdo de vista me escabullo a los sanitarios. No es el mejor escondite, pero es confiable y me servirá para tener un poco de paz en lo que empieza la siguiente clase.

Me siento sobre el lavabo mientras me pongo los auriculares y escucho música. Me miro al espejo para verme al imitar a las y los cantantes de las canciones que escucho. Hago gestos y movimientos que recuerdo haber visto en los videos musicales respectivos. En poco rato ya me he montado, frente al espejo de los baños, un concierto con baile incluido de una música que sólo yo oigo. Guiño un ojo y lanzo un beso a mi público imaginario cuando veo, gracias al reflejo, que se abre la puerta.

Pego un brinco y me meto corriendo lo más rápido que puedo al cubículo más cercano. Cierro la puerta y me pego a ella. No vi quien entró, eso significa que tampoco me vio. Si no lo veo, no me ve.

Apago la música y me quito los audífonos, la persona ha entrado a un cubículo y tararea suavemente una canción que no conozco. Trato de respirar silenciosamente, pero me exalté tanto y siento que estoy jadeando como si estuviera a medio maratón. La chica satisface sus necesidades, jala la palanca y aprovecho para intentar recuperar el aliento.

Escucho el agua correr cuando se abre el grifo, seguramente ahora se está poniendo jabón, luego toma papel para secarse y finalmente se oye el chirrido de la puerta al abrirse. Suelto un suspiro, todo está bien. Y entonces suena el timbre; es hora de ir a la siguiente clase.

Soy de las primeras en entrar, solo está una chica recostada sobre la banca y un chico con audífonos que interactúa con su teléfono. Camino hacia mi asiento como si nada; ninguno levanta la vista.

Cuando creo que ha pasado lo peor y me dedico a sacar mi libreta para preparar la clase, alguien se sienta junto a mí. Mis hombros se tensan, mi corazón se acelera. A mi alrededor, el tiempo se ralentiza. La persona se sienta casi en el borde, parece que no se va a quedar mucho tiempo. Muerdo mi labio inferior, trago saliva. No quiero mirar a la cara al recién llegado.

Fabrizio Dolce es tan odioso. Tiene un carisma natural, en encanto inigualable; no es guapo, cero, pero tiene un atractivo que hace voltear a verlo. Por suerte, soy inmune a su encanto. Cuando una persona se vuelvo arrogante y creída, pierde puntos. Y él perdió todos conmigo. Esta vez no tiene dibujada una sonrisa traviesa en su rostro; sus ojos son casi inexpresivos. Nos miramos. Lo miro de cabeza a pies, hago una mueca de desagrado y me centro en poner la fecha en la parte superior de la libreta. Jamás pongo la fecha, pero es mejor fingir que estoy ocupada.

—Seré breve —dice con su voz grave y su característico acento—. No sé cuál fue tu objetivo al proyectar el video, pero si aun no has podido superarme...

—Hey, tranquilo campeón, vas muy rápido —suelto una carcajada amarga y burlona—. ¿Quién te ha dicho que me enamoré de tí? No te creas el casanova, hay miles de personas en Velaria, ¿por qué piensas que eres uno de los cuatro?

Fabrizio se queda callado, su entrecejo se frunce en confusión, entreabre la boca estúpidamente y puedo jurar que su cerebro va a mil tratando de entender qué le acabo de decir.

—Bueno...yo...lo di por hecho.

Creo que va a agregar algo más pero hago un gesto despectivo con la mano. Maldito Fabrizio, el que me parecía menos inteligente fue el primero que lo descifró. O al menos al único que le importó.

—Primer regla de la vida: Jamás des por hecho algo —lo miro a los ojos, ya no le veo el atractivo, ya no encuentro gusto alguno—. Todo es incierto. Tómalo como un consejo gratuito, si vienes por otro, ya tendrá un precio.

Le guiño un ojo y me pongo a escribir cualquier tontería en la libreta. Hago puros garabatos inentendibles, pero funciona para ahuyentarlo. En cuanto sale por la puerta, entran mis compañeros. Dos chicas me ven y ríen entre ellas. Un chavo me mira con extrañeza. Ya mejor me hago la dormida.

Más tarde, voy a mi casillero para guardar los libros que no utilizaré. No debería extrañarme ver hojas pegadas por fuera. Notas idiotas que rezan: "¿Quiénes son tus crush?" "Te rechazaron por inmadura." "Ponte a estudiar en lugar de hacer videos." "Ya te crees influencer, ¿o qué?" Inmaduros quienes escriben como cobardes notas para molestar. Y soy incluso más estudiosa que ellos, o sea, entré a la Universidad de Mazca. Lo de influencer no lo entiendo.

Dentro del casillero, hay una nota. No pensaba abrirla, pero la forma en está doblada me llamó la atención. "Se necesita mucho valor para declarar tu amor, te admiro." Oh, bueno, un mensaje positivo. Da igual, tiro todos a la basura.

Me encuentro con Demi en el estacionamiento, está fumando un cigarro cuando llego. En cuanto me ve, lo tira al suelo y lo apaga con el zapato. Me molesta el humo de cigarro, además que me da alergia. Sigo sin saber quién le pegó el vicio, un verano se fue de vacaciones lejos, estuvo incomunicada y cuando volvió, el cigarrillo era su nuevo mejor amigo.

—Oh, no, Bris, tu cara dice que te fue mal.

—Ni tanto, sólo tendré servicio comunitario dos veces a la semana—replico desganada—. Lo malo son las notas en mi casillero, las miradas de burla y que Fabrizio me visitó. Los ojos de Demi se abren de par en par y aumentan al menos al doble su tamaño.

—¿El mariscal de campo? —asiento sin mucho ánimo—. Oh, mierda. ¿Y por qué te buscaría? Ana lo engañó y todo, pero si buscara un nuevo interés no...

¿No sería yo? Bueno, vaya, qué buena amiga. Me siento totalmente apoyada. Al menos no terminó la oración. Pero vamos, siempre hemos sido sinceras; lo más posible. Y aunque la verdad duela, es mejor que te lo diga alguien de confianza. Lo peor es que efectivamente, no soy del interés de Fabrizio, al menos no del tipo amoroso. Ya me lo dejó en claro una vez.Al ver que me quedo callada, mi amiga continúa.

—¡JODER! Él es uno de ellos, ¿no? —su expresión se debate entre decepción y asombro—. No te presioné antes para saber la identidad de los chicos misteriosos porque entendía el momento difícil, pero...

—Demi, no te enojes —la interrumpo, pues vi venir la ira—. Son episodios tan vergonzosos, de verdad quiero dejarlo atrás. No digo que no quiera contarte.

—Pues no me contaste en todo este tiempo.

Sí, soy mala amiga. No es que no confíe en ella, claro que lo hago, sabe mi más profundo secreto y no ha soltado palabra. Pero cada vez que mi corazón fue destrozado, me sentí tonta e ingenua por caer en el amor sin pensarlo. Además, fueron situaciones idiotas, no vale la pena recordar sucesos que terminaron mal. No le hace bien a mi estado de ánimo ni a la salud física.

—Te voy a contar, es sólo que no hoy —digo afligida a ver si se compadece—. Este día fue pesado, necesito un poco de tranquilidad.

Se cruza de brazos y me mira con una mueca en los labios. Instantes después, voltea los ojos y sonríe.

—No quise presionarte, lo siento. Tómate el tiempo que quieras y si no quieres decirme, no lo hagas —gracias, por eso es una buena amiga—. Pero hay que descubrir quién está detrás de la proyección. Si no, toda la escuela se puede enterar de tus crush.

Una vez que quedó resuelto el asunto con el director, me siento más tranquila. No me expulsaron, el castigo no es tan severo y no me encontré con los demás involucrados. No me di el tiempo de pensar en la identidad de mi agresor emocional el día de hoy, pero sigo dudando sobre los tres sospechosos.

—Vale, tuviste un día difícil, pero para eso estoy yo —saca de su mochila una libreta de notas—. Tomo clase de Química con Carlos; es muy bueno. Me acerqué casualmente para pedirle ayuda con la práctica y no descubrí nada. Hace demasiados ademanes al hablar, eso sí. En el receso busqué a Estela, estaba con sus amigos de natación. Se la pasaron hablando de competencias y ejercicios para resistencia. Pero al final, hablaron del video; Estela se burló mucho, de ridícula no te bajó, pero la campeona estatal del cien libre dijo que fue creativo aunque también se burló. Quien casi no dijo nada y eso que es parlanchín, fue David; aunque no le veo la relevancia —con ese último dato se nota desconcertada, ja, ja, si supiera que David es otro crush—. A Romina no la he visto, sigo pensando que no es culpable, pero no hay que dar nada por hecho. Me toca Teatro con ella en media hora, te mandaré por mensaje mis observaciones.

Le agradezco que haga tanta investigación por mí. Desde mañana también adoptaré mi actitud detectivesca y averiguaremos juntas quién es responsable de tan ruin acción. Me despido de beso, le vuelvo a agradecer y empiezo mi camino a casa. Me voy a morir de aburrimiento. Admito que fue un error dejar el deporte, pero no me siento preparada para volver a clases en la preparatoria y menos aún después de mi video. Tal vez busque alguna clase por fuera, algo de dibujo, cerámica o no sé. Sería buena idea buscar otro deporte, nada más necesito algo que me apasione tanto como la natación. Ya veré.

El autobús tarda mucho en pasar, no entiendo qué lo demora tanto. Me siento en la banca de la parada y espero impaciente. Lo veo acercarse a lo lejos, viene abarrotado. Le hago una seña para que se detenga y el muy cabrón chofer se sigue de largo. ¿En serio? Oh, por dios, qué vergüenza. Bueno, mejor me voy caminando, más adelante tomaré el autobús.

Camino jugando a no pisar la línea, es increíble que tan adictivo es este juego. Pierdo cuando piso una de mis agujetas desamarradas y tropiezo. Oh, demonios, iba rompiendo récord. El sonido del motor de un auto me llama la atención, sin saber por qué, volteo y me encuentro con André.

—¿Necesitas que te lleven?

Sí, estaría bien, pero no se me olvida que se fue sin una despedida.

—No en realidad —frunzo la nariz—. La única vez que te vi, te fuiste sin despedir.

—Me quise quedar, de verdad, pero no me dejaron, me dijeron no muy gentilmente que me fuera.

Ay, por favor, no creo que la enfermera o la recepcionista lo sacaran. A un hospital puede entrar cualquiera. Y no es como si estuviese haciendo algo malo.

—Ajá —respondo cínica—. ¿Quién?

—Tu padre.

Ah, ya. Acabo de quedar como estúpida. Es creíble, tanto mi madre como mi padre son capaces de eso. Y más si ven a alguien como André. ¿Lucir como un tipo malo te hace malo? Obvio no. Pero mis padres son antiguos y mi madre es una snob.

—Entonces, Brisa, ¿te llevo?

—He tenido un día pesado, tedioso...creo que acepto tu oferta.

Le indico el camino a casa antes de emprender camino, por lo visto me expliqué bien, pues llegamos sanos y salvos a la puerta de mi casa.

—Gracias por hacer mi día un poco menos mierda —le agradezco mientras bajo—. Me ahorraste el caminar bajo el cielo gris.

—Cuando quieras, sirve que me cuentas más datos curiosos como los del orgasmo del cerdo.

Muy gracioso, supongo que jamás lo olvidará. Meneo la cabeza y lo despido con la mano antes de entrar a casa. No doy ni dos pasos cuando me detiene.

—Olvidé decirte que me gustó tu debut como actriz.

Frunzo el ceño, me doy la media vuelta y hago un gesto de interrogación. No necesita responderme con palabras, pues me muestra en su teléfono, mi video. ¿Qué? Esto no se podía poner peor y aún así, lo hizo.

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