Casada con el Rey Alfa/C4 Compañeros inesperados
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C4 Compañeros inesperados

Los pasos de Sarah la guiaron inexorablemente hacia la cocina. Su estómago se retorcía como si una cuchilla lo atravesara. El hambre punzante no era una novedad para ella, pero ahora que tenía la oportunidad, ¿por qué no aplacarla?

Comenzó abriendo cada uno de los armarios y luego, con un andar pesado, se dirigió al refrigerador y tomó el tirador con delicadeza. Su acabado negro brillante y su apariencia de lujo la hicieron abrirlo con cuidado para no estropearlo. La explosión de alimentos que se desplegó ante sus ojos era como un destello de luz en un mundo de sombras. Había manjares que rara vez había tenido la oportunidad de ver, y mucho menos de degustar, y otros que solía encontrar más en estado de descomposición que frescos.

Ante tal variedad, la indecisión la asaltó de inmediato. Cada vez que su mano se decidía por algo, se desviaba hacia otro producto que le resultaba más tentador. En el fondo, ansiaba probarlo todo, pero evitó alimentos como los huevos y la carne, que requerían cocción y de los cuales no tenía ni idea de cómo preparar. Sería un desastre intentarlo, más aún considerando que tanto la cocina como la casa entera eran de Damon.

Finalmente, optó por helado, tres yogures de sabores distintos, cereales y un par de platos con sobras que ni se molestó en calentar. Damon le había dicho que podía servirse algo de comer. No especificó cantidad ni tipo de alimento. Así que se tomó la libertad de llenar la mesa con todo lo que le apetecía. Aunque Damon se enfureciera después y llegara a amenazar su vida, al menos moriría saciada.

Con un gesto de anticipación, Sarah se relamió los labios, echó un vistazo a su alrededor buscando miradas ajenas y se frotó las manos hasta sentir el calor en ellas antes de sumergirse con alegría en su banquete. Aunque el frío de la comida le molestaba en los dientes, devoró todo con una sonrisa radiante. Era probablemente su única oportunidad de comer a su antojo y, sabiendo lo despiadado que podía ser Damon Kalesto, temía que si dilataba el momento, él aparecería de repente y le arruinaría el festín. Sería realmente desafortunado, dada la euforia que sentía al tener tantas delicias al alcance de su mano.

Antes de ser recogida por la sucursal de Tráfico Humano, Sarah había sobrevivido en las calles. Sin familia, sin amigos... sin nadie. Para comer, tenía que hurgar en montones de contenedores en busca de las sobras que los más afortunados desechaban. A su parecer, la vida en el calabozo era algo mejor que en la calle. Allí comía sin tener que hacer más que permanecer en su celda, aunque a veces el señor Knack se negaba a alimentarla, alegando que los "inservibles" no merecían comida.

Reflexionando sobre ello, se consideraba afortunada de haber sido escogida por alguien con una casa tan grande y que podía proporcionarle tantas cosas. Existía una gran posibilidad de que su vida diera un vuelco significativo, para bien o para mal. Aunque en el futuro Damon la maltratara o abusara de ella, no importaba... porque mientras tuviera algo que comer y un techo bajo el cual refugiarse, para ella, todo sería perfecto.

No pasó mucho tiempo antes de que terminara con todo lo que tenía frente a sí. Con una sonrisa, se palmoteó el vientre hinchado y se puso de pie. Después de comer, se sentía algo somnolienta. Se dirigió hacia las escaleras y deslizó su mano derecha por el pasamanos mientras ascendía. Solo quería encontrar su habitación, la que fuera, tomar un baño y acostarse, pero antes de que pudiera llegar al último peldaño, tres figuras emergieron de la nada y se interpusieron en su camino.

Sarah examinó a las tres mujeres de arriba abajo. En cuestión de segundos, comprendió quiénes eran... esclavas sexuales, las esclavas sexuales del Rey Alfa. Los números marcados en el costado de sus cuellos no dejaban lugar a dudas.

La comprensión de esto le apretó el corazón. Contuvo el impulso de lanzarles una mirada fulminante tanto como el de frotarse el pecho adolorido. Era común que los reyes tuvieran numerosas mujeres, así que no debería sentirse ofendida, de hecho, no debería sentir nada. Sin embargo, no podía ignorar sus emociones ante la situación.

Sarah era lo suficientemente sensata para atribuirlo al lazo de pareja. Los hombres lobo son instintivamente posesivos con lo que consideran suyo, pero ella no era una loba, era humana. ¿Cómo podía sentirse tan posesiva con alguien que ni siquiera parecía interesado en ella?

Retiró su mano del pasamanos, jugueteó con sus dedos y se mordió el labio. "Hola", dijo con cortesía. Había intentado que sonara alegre, pero no pudo disimular su desagrado.

Las mujeres se miraron entre sí y estallaron en carcajadas. Sarah frunció el ceño. "¿Qué pasa? ¿He dicho algo gracioso?" Estaba genuinamente confundida, pero las chicas interpretaron su comentario como una falta de respeto.

La primera en dejar de reír fue Alexis. Su sonrisa se desvaneció en un instante. "Si piensas que te van a tratar mejor que a nosotras solo porque eres su pareja, más te vale que no te hagas ilusiones", espetó, lanzando su cabello hacia atrás mientras evaluaba a Sarah con la mirada. Sus dos acompañantes asintieron y alzaron la barbilla, intentando parecer intimidantes. "Yo soy la que recibe toda la atención aquí. Si quieres vivir en paz, olvídate de esa actitud confiada. Te conviene más así".

Sarah parpadeó, completamente desconcertada por sus acusaciones. No le agradaba la idea de que ellas estuvieran allí, pero no tenía nada en contra de ellas. Incluso estaba dispuesta a entablar amistad si ellas querían.

"No estaba tratando de ser confiada. Solo dije 'Hola' y ustedes se rieron. ¿No son ustedes las que parecen demasiado seguras de sí mismas?" Las palabras se le escaparon antes de que pudiera pensarlas. Su boca la había traicionado, y no era la primera vez. Ya había tenido problemas con el señor Knack en varias ocasiones por lo mismo, y aún así, no parecía haber aprendido la lección.

La expresión de asombro en el rostro de la chica la impulsó a corregir su error. "¡No quería insinuar que fueras presumida ni nada por el estilo!", se apresuró a decir. "Solo intentaba decir que tú..."

"¡Basta ya!" Alexis estaba furiosa. Sarah había logrado exasperarla. Primero aparecía con aires de confianza y ahora se las daba de inocente. Eso era lo que realmente la enfurecía. Con la mandíbula apretada, avanzó un paso, helando a Sarah hasta la médula.

Al percibir que la situación se descontrolaba, sus amigas trataron de hacerle recordar a Alexis que Sarah era la compañera de Damon, pero Alexis les hizo un gesto con la mano para que se callaran. Sus ojos se entrecerraron, fijándose en ella con determinación. Estaba resuelta a sembrar el terror en el alma de Sarah.

"Tú..." escupió Alexis con desdén. Comenzó a empujarla en el pecho con fuerza, haciendo que Sarah retrocediera mientras ella avanzaba. "—Fuiste la última en llegar, así que deberías conocer tu lugar. ¿No te parece?"

Sarah se tensó, nerviosa. Mientras Alexis le lanzaba un torrente de insultos, ella seguía retrocediendo hasta que, de forma torpe, tropezó con sus propios pies. Parecía condenada a una caída mortal, pero su cuerpo nunca llegó a impactar contra el suelo. En su lugar, se estrelló contra un pecho tan sólido como la roca y sintió un cosquilleo que se esparció por su piel.

No era necesario ser un genio para darse cuenta de quién acababa de salvarla de un destino fatal...

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