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C2 DOS

Agotada.

No había otra palabra que pudiera describir mejor cómo se sentía en ese momento. Hundida en el sofá de cuero marrón, Isabella rememoraba con amargura la reunión que acababa de tener con el representante del banco.

La empresa se hundía cada vez más en deudas y ella no lograba vislumbrar una salida a corto plazo. Al tomar su móvil para comprobar la hora, Isabella se percató de que ya casi era hora de volver a casa.

A casa.

Ese era otro problema en sí mismo. Un problema al que se enfrentaría al llegar, pero ahora lo urgente era hallar una manera de rescatar a su empresa del abismo financiero en el que se encontraba. Se puso de pie, caminó hacia su escritorio y llamó a su secretaria para que pasara.

"Hey Isa."

"Caleb". Se apoyó ligeramente en el borde del escritorio de vidrio.

El hombre rubio se acercó a ella con un andar peculiar, resultado de algún percance en la granja de su padre, algo relacionado con gallinas, o algo por el estilo. Al notar la expresión en su rostro, Caleb se reclinó y emitió un sonido semejante a un suspiro: "Me imagino que la reunión no fue bien".

"Es aún peor de lo que pensábamos. Ya no podemos obtener más préstamos, estamos al borde del cierre". Se giró hacia él y preguntó con desesperación: "¿Qué hago, Caleb? Estoy sin ideas. Nadie quiere echar una mano. Todos dicen que nuestro negocio ya no es relevante".

"Sé que no soportarías perder la empresa, así que debemos redoblar nuestros esfuerzos para salvarla. Pero Isabella, más allá de los problemas que enfrentamos aquí, sabes bien cuál es el desafío principal".

Recordar la pesada carga que la esperaba en casa le oprimió el pecho. "Estoy haciendo lo posible, Caleb. Trato de hacerle entender que no puede seguir derrochando, pero no me hace caso".

"Deja a ese hombre, Isabella. ¿Por qué no te libras de él?"

La angustia se asomó en su rostro por un instante, Isabella se levantó para disimularla. "No es tan fácil, Caleb. Desearía que lo fuera, pero no lo es. Dejemos eso de lado por ahora, ¿qué nuevas ideas tienes para sacarnos de este embrollo? Porque al paso que vamos, para la próxima semana habremos despedido al noventa por ciento del personal".

Suspiró, desenlazó su pierna y llevó su mano a la barbilla áspera para rascar pensamientos, "Hay un evento benéfico el próximo jueves".

"¿Sí?"

"Se celebrará en el Hotel Aquiles y tú y yo sabemos qué tipo de personas organizan eventos ahí".

"La élite de este mundo. Continúa." Isabella se sentó.

"Podría conseguirnos una invitación y quizás podamos socializar con los asistentes y, quién sabe, quizá alguien esté dispuesto a fusionarse o comprarnos para sacarnos de este aprieto".

Una mueca de preocupación cruzó brevemente el rostro cansado de Isabella. "¿Comprarnos? No. No, Caleb, no pienso vender mi empresa. Luché mucho para convencer a mi padre de no venderla a un desconocido, sino de permitirme dirigirla. Así que no, nada de ventas".

"Oh." Caleb sonrió con una disculpa. "Lo siento, no quise decirlo así. Pero probablemente sea nuestra única oportunidad para resolver lo de la deuda".

"Es la única opción que tenemos, hay que intentarlo. Consigue esas invitaciones y yo me encargaré de presentar la empresa de la mejor manera".

"De acuerdo. Entonces está decidido. ¿Cuánto tiempo nos queda antes de que el banco tome medidas para cerrarnos?"

"Un mes".

"Está bien. Todo saldrá bien en ese evento, lo presiento." Isabella no pudo más que valorar su optimismo. A pesar de su afirmación tan positiva, ella se sentía algo desanimada. Estaba realmente agradecida de tener a Caleb, contenta de haberse hecho amiga de alguien como él.

"Supongo que es hora de irnos a casa". Caleb asintió y se preparó para levantarse. "Dale recuerdos a tu padre y haz algo con esa forma de caminar, te estás pareciendo al pollo que te atacó".

"Claro, claro. Buenas noches, Isa. Cuídate".

Seguridad.

Esa palabra le hacía falta. Una imagen se le vino a la mente, provocándole un gesto de disgusto. Realmente necesitaba esa palabra.

El aroma a alcohol impregnaba toda la habitación, y eso ya era de por sí una mala señal.

"Gabriel", invocó Isabella con dulzura, mientras depositaba su bolso y chaqueta en la silla más próxima. El hedor se intensificaba con cada paso que daba, y no podía evitar preguntarse cuántas botellas habría consumido.

La noche anterior, había contado al menos quince.

"Gabriel".

"¿Por qué diablos estás gritando mi nombre?"

Isabella cerró los ojos, mentalizándose para el conflicto que se avecinaba, y se giró para enfrentarse a su esposo, con quien llevaba más de cinco años. Su esposo, el mismo que siempre provocaba la pregunta en los demás: ¿por qué sigues con él? - cada vez que se mostraban en público. "Gabriel, ¿por qué huele la casa a alcohol como si fuera un bar?"

"¿Y tú quién te crees para cuestionarme?" El hombre alto avanzó hacia ella, con una mueca de desagrado. Tomándola del codo con brusquedad, espetó: "Esta es mi casa y hago lo que me da la gana aquí. ¿Quedó claro?" Isabella asintió con timidez. "¡Te he preguntado si te ha quedado claro!", bramó él.

"Sí, Gabriel."

La presión de su mano se intensificaba en su piel, causándole malestar, pero ella se mantuvo firme, sin dejar traslucir ninguna queja. "Eres mi esposa, no mi jefa, y así debe seguir siendo." La figura delicada de Isabella se desequilibró cuando él la soltó de golpe. Estuvo a punto de caer de bruces sobre el suelo de baldosas marrones, si no fuera por la fuerza que aún le quedaba.

Mientras observaba a Gabriel alejarse en calzoncillos y camiseta de tirantes blanca, Isabella se debatía sobre si preguntarle si había comido algo.

"Ah, por cierto, el dinero que escondiste en la ropa, ya lo gasté. Así que no te desgastes buscando lo que ya no está." Decidió no preguntarle nada sobre la comida.

"¿Pero qué diablos dices, Gabriel? Ese dinero tenía que alcanzarnos para los próximos seis meses. Estaba a punto de ingresarlo en el banco. ¿Cómo has podido...? ¿En qué diablos lo has gastado?"

Gabriel se encogió de hombros, llevando su mano a rascarse justo por encima del muslo. "En cosas. No te atormentes tanto, ya conseguirás más. Para eso trabajas."

Las manos de Isabella se cerraron en puños y sintió un nudo en la garganta. "No debías tocar eso, Gabriel".

"Escúchame", la ira de él resurgió y, aunque no estaba cerca, Isabella retrocedió para evitar cualquier confrontación física. "Esto es lo que te mereces por negarte a darme un hijo".

"Gabriel..."

"Dame un hijo y dejaré de desperdiciar tus cosas". Ella se dejó caer al suelo. "No me esperes esta noche, saldré a divertirme."

"¿Vas a apostar otra vez, verdad?"

Si la escuchó, no dio señales de ello. Al cerrarse la puerta del dormitorio con un portazo, Isabella sintió cómo se hundían sus hombros. La opresión en su pecho era tan grande que parecía buscar otro lugar donde expandirse.

Si tan solo ocurriera un milagro, pensó mientras se levantaba para buscar algo de comer. Porque en ese momento, eso era precisamente lo que necesitaba para salir de su desastre.

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