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C5 Cinco

Era él, sin duda alguna. Isabella se reclinó en su silla, abrigando la esperanza de que todo fuera un sueño, pero no era así. Anthony la había besado de verdad. Charles... había logrado excitarla sin apenas esforzarse. Incluso después de seis años, seguía teniendo ese don. Con los dedos rozando sus labios, Isabella revivió cada detalle de cómo él la había poseído con una intención más marcada que en los tiempos en que salían.

Al llegar a casa ese día y mirar a Gabriel, se percató de que hacía mucho que no se sentía tan profundamente excitada. Su esposo nunca se había tomado la molestia de procurarle placer durante el sexo. Lo único que Gabriel parecía querer era descargar su semilla en ella.

La tristeza volvió a invadirla. Isabella se preguntó cómo sería su vida si no hubiera huido minutos antes de su boda con Anthony. Seguramente no carecería de un sexo apasionado, y tal vez tampoco estaría lidiando con una empresa al borde del colapso. Con un suspiro, se convenció de que era inútil ahogarse en arrepentimientos a estas alturas. Si algo debía hacer, era redoblar esfuerzos para rescatar su compañía de las cenizas.

Su mirada se posó en la tarjeta que yacía sobre la mesa, emitiendo un halo de tentación. Parecía llamarla, incitarla a tomar ese cartón y marcar el número impreso en él.

"Isa, tenemos un problema", la voz de Caleb la arrancó de sus cavilaciones. Al verlo sentarse, Isabella se armó de valor para enfrentar la terrible noticia que estaba a punto de escuchar. Más temprano ese día, uno de sus clientes más leales había sufrido un accidente en el baño, asestando un duro golpe al ya tambaleante estado del hotel.

"He llamado a cada una de las personas que prometieron ver si podían echarnos una mano, y ninguna, absolutamente ninguna, está dispuesta a fusionarse. Es desolador. Es como si todos hubieran acordado en una reunión secreta de última hora excluirnos completamente. Isa..."

"Caleb, ¿qué está sucediendo? ¿Por qué todo va de mal en peor? Tan solo ayer..."

Caleb tomó su mano, interrumpiendo su queja. "Escucha Isa, no es momento para esto. Amargarse por cómo están las cosas aquí no nos va a ayudar." Le acarició la piel con suavidad, de manera reconfortante, antes de reclinarse en su asiento. "He estado pensando... ¿no crees que ya es hora de que consideres vender este lugar?"

Isabella soltó un suspiro y se estremeció ligeramente, la cruda realidad de su pregunta la golpeó de nuevo. "Sabes", su voz se tiñó de pesar mientras giraba en su silla, "antes de que esta cadena de crisis azotara el hotel, este lugar era lo único que me proporcionaba verdadera felicidad. Aún ahora, con todo patas arriba, me hace feliz, de una forma extraña. Caleb," sus ojos se posaron en el hombre que la escuchaba atentamente, "no quiero perder este sitio. Más allá de la lucha que tuve con mi padre para obtenerlo, este hotel es..." Isabella sacudió la cabeza con vehemencia, buscando las palabras precisas.

"Este sitio es lo único constante en mi vida. Me levanto cada día en esa casa que se supone es de mi esposo y lo único que quiero es escapar y venir aquí. Vender podría ser una buena idea, pero..." Isabella sentía cómo su corazón se aceleraba, invadida por el temor solo de pensarlo. "No será tan sencillo como decirlo."

La sonrisa comprensiva que se dibujaba en el rostro de Caleb le hizo comprender lo patético de su propia imagen. Desvió la mirada, enjugando con la mano una lágrima que asomaba en su ojo. "Me encantaría que algún día me explicaras por qué será tan difícil dejar a ese tal Gabriel."

"Algún día, Caleb. Eso espero."

Ambos guardaron en silencio las palabras que aún les quedaban por decir y se sumieron en sus pensamientos, cada uno perdido en su propio mundo.

Unos momentos después, Caleb comentó: "Aún no hemos contactado al señor Oxford". La mirada de ella se volvió hacia él con intensidad. "Ayer lo busqué en Google y tengo que admitir, ese hombre nada en la abundancia. Más allá de la fortuna de su padre, él mismo ha acumulado una gran riqueza. ¿Y su imperio? Crece día con día".

"¿Piensas que podría ayudarnos?" Isabella revivía aquel encuentro en su mente y de inmediato se sintió acalorada. La situación la perturbaba. El hecho de que él apareciera de la nada y aún así, ejerciera el mismo impacto en ella que años atrás.

"Él mencionó que nuestro caso le interesaba".

"Quizás debería ir a verlo entonces. Con suerte, podrá ayudarnos". Isabella se reprochaba internamente por haber dicho eso. Por alguna razón, sentía rabia hacia Anthony, lo cual era absurdo, ya que ella fue quien se escapó antes de que pudieran casarse. Le partió el corazón, acabó con una relación hermosa sin dar ninguna explicación. Su huida tampoco fue fácil para ella.

Pero siendo honesta, no le quedaba otra alternativa. Isabella sabía que reunirse con Anthony era la única esperanza para su empresa. Si eso fallaba, no tendría más remedio que vender el hotel, por doloroso que fuera.

"¿Quieres que te acompañe?"

Isabella prefería ver a Anthony a solas, por lo que negó con la cabeza. Con las manos recogiendo su barbilla, pensó: "Quizás ha llegado el momento de contarle a Anthony todo sobre lo ocurrido hace seis años, necesito aliviar mi conciencia".

~

El silencio inusual de la casa era un alivio para la morena, que daría cualquier cosa por disfrutar de un momento de soledad en su hogar. Isabella se deshizo de sus tacones y comenzó a girar sobre el suelo liso antes de dirigirse a la cocina.

El dormitorio estaba a solo unos pasos de la cocina, así que el ruido que escuchó mientras bebía un sorbo de la botella de vino que había abierto una noche, sin duda provenía de esa habitación. Apoyó la botella en la encimera de mármol, tomó su bolso y se encaminó hacia el dormitorio.

La escena que la recibió le hizo temblar las rodillas. "Gabriel..."

Su voz apenas era un susurro, cargado de dolor.

Sin el menor cuidado, su esposo abrió los ojos y apartó la mano delicada que reposaba sobre su pecho desnudo. Tras murmurar algo a las tres mujeres que, entre risitas, se apresuraron a salir desnudas de la habitación, finalmente se dirigió a Isabella.

"¿Por qué interrumpes mi diversión?"

"Tu..." Ella soltó una risa amarga. "Gabriel, ¿cómo se te ocurre traer prostitutas a nuestra casa?"

"¿Por qué? ¿Acaso estás celosa porque ellas acaparan toda mi atención?" Se acercó aún más. "Ya sabes lo que tienes que hacer para obtenerla."

"¿Obtener qué? ¿Tu atención? Por favor. Lo único que debería considerar es marcharme de aquí."

"¿Cómo osas?" La mirada de él era un rayo, su aliento la azotaba sin compasión. "¿Cómo te atreves a dirigirte a mí de esa manera? No olvides que tu padre será quien sufra si intentas hacer alguna gracia."

Con su mano grande y áspera, la agarró del cabello y tiró con tanta fuerza que ella no pudo evitar gritar.

"Gabriel..." intentó alcanzar su mano, que no hacía más que apretar. "Por favor... detente."

La miró con furia, y su hedor ofensivo invadió aún más sus sentidos. "Quiero que entiendas que cualquier error de tu parte podría significar el fin para tu padre. No querrás ser tú la causa de su ruina, ¿verdad?"

Ella no podía articular palabra mientras intentaba liberar su cabello del doloroso agarre.

Pero su silencio solo exacerbó la ira del hombre, quien la sujetó con brusquedad por detrás y hundió sus dedos en su nalga.

"¿Me has entendido?"

"S-sí", asintió Isabella rápidamente.

"Muy bien. Ahora, necesito que hagas algo", finalmente la soltó.

"Desnúdate y sube a la cama".

"¿Cómo?" Isabella gritaba por dentro. Que él se acostara con ella significaba más sufrimiento, y no solo físico.

"Súbete. A. La. Cama". Le espetó él con un gruñido.

"Estoy menstruando".

"¿Qué? Entonces no me sirves de nada. Fuera", masculló mientras se encaminaba a la cama frunciendo el ceño.

Isabella, con las manos recorriendo su cabeza con elegancia, entró a recoger una pequeña bolsa que había escondido justo detrás de la puerta. Al dirigirse nuevamente hacia la salida, aún con su mente en un torbellino, se topó con Gabriel, quien se entretenía con su entrepierna.

"Debo ir a la oficina". Aquel lugar se sentía más como un hogar en comparación con el infierno al que había terminado llamando matrimonio.

"Trae algo de comer cuando vuelvas", le ordenó sin siquiera mirarla. "Y haz que esas chicas vuelvan. Me estoy aburriendo".

Isabella soltó un suspiro tembloroso que casi la lleva a las lágrimas, si no fuera porque se aferró al último resquicio de cordura y paciencia que le quedaba.

Avanzando hacia la cocina en busca de algo de comer, Isabella elevó una súplica interna por el milagro que tanto había anhelado.

Lo necesitaba más que nunca en ese instante.

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