Deseos manchados/C4 Capítulo 4
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C4 Capítulo 4

CAPÍTULO CUATRO

*

*

Derek y yo acabábamos de tener otra pelea. Desde aquella noche, él estaba sumamente alterado, herido hasta lo más profundo por todo lo sucedido. Persistía en la idea de que lo había traicionado al no haberle hablado nunca de la alianza, y que solo se había enterado esa fatídica noche.

No lograba hacerle entender que no me casaría con otro que no fuera él, y para ser honesta, ni yo misma estaba completamente segura de ello.

Mamá no había podido persuadir a papá; yo debía continuar con el compromiso establecido, no me correspondía elegir lo que deseaba.

Todo en esta habitación parecía empujarme al borde de la locura.

Los lujosos estuches de joyas esparcidos en un rincón y mi nuevo guardarropa solo aumentaban mi desesperación.

El vestido de novia era el más hermoso que jamás había visto, engalanado con perlas blancas.

Su belleza era una burla cruel.

Eran el recordatorio constante de que mañana mi suerte estaría echada.

Lucian Castiel se convertiría en mi esposo, como él mismo había prometido.

La imagen de sus ojos fríos y despiadados, la sensación de sus labios presionando los míos, no me habían abandonado en todos estos días.

Mi cuello aún conservaba la tenue marca de sus manos, donde me había sujetado con tanta fuerza.

Un escalofrío me recorrió al recordarlo. Se formó una capa de sudor frío en mi rostro; tenía que haber alguna manera de detener esto, de huir de él.

Había considerado escaparme con Derek, parecía la única salida, pero ni siquiera eso podía hacer. Sin ayuda, nos atraparían con facilidad, y no quería ni pensar en las consecuencias.

Un golpe suave resonó en la puerta. Me levanté de la cama y, alisando mi camisón, me dirigí hacia ella.

"¿Gabby?" El susurro tenue de mi madre me llevó a desbloquear la puerta, y ella entró y la cerró con llave tras de sí.

Sus acciones sembraron sospechas en mi mente; algo no estaba bien, sus ojos reflejaban preocupación, estaba nerviosa.

"Madre, ¿qué ocurre?"

Sin mediar palabra, me tomó del brazo, arrastrándome consigo hasta sentarnos en la cama.

"Toma esto", dijo, y fue entonces cuando noté la pila de sobres en sus manos.

La sorpresa no alcanzaba a describir lo que sentí al abrirlo.

"Solo tienes hasta mañana por la mañana, debes alejarte cuanto puedas de aquí."

Mi mirada se fijó en los pasaportes; no solo estaba el mío, también el de Derek, y había tres o cuatro tarjetas de crédito.

"Son indetectables, te bastarán para que ambos puedan establecerse. Tomarán el primer vuelo y asegúrense de ir lo más lejos posible."

Las lágrimas brotaron de mis ojos al comprender lo que estaba haciendo, y ella también tenía lágrimas en los suyos.

"No puedo hacer esto, no seré capaz de dejarte."

Ella negó con la cabeza, apretando mis manos entre las suyas.

"¿Y serás capaz de renunciar al amor de tu vida para casarte con Lucian Castiel?"

No respondí, mi corazón se desgarraba. Si me marchaba como ella sugería, ¿cuándo la volvería a ver?

Su expresión se tornó grave. "No te estoy ayudando por amor, ese guardia tampoco me agrada, pero creo que es la opción menos mala; él no te lastimaría."

Sus dedos rozaron la tenue cicatriz en el borde de mi cuello, que mi ropa de noche no lograba ocultar. Jamás imaginé que lo hubiera notado, pero evidentemente sí lo hizo.

"En cuanto a papá, ¿qué te sucederá si descubre que...?" Mis ojos se abrieron desmesuradamente, aterrada ante la idea. Por mucho que deseara huir con Derek, no podía permitir que ella sufriera por mi causa.

"No te angusties por eso, ya tengo un plan."

Sus palabras no me tranquilizaron, pero esta vez me tomó firmemente de los hombros.

"No debes preocuparte por nada, recuerda que vendré por ti temprano en la mañana, tienes que estar lista."

Asentí con determinación.

Ella se puso de pie, lista para irse. La acompañé hasta la puerta y, al abrirla, nos topamos con la mirada inquisitiva de Phoebe.

Debió escucharnos.

"¡Están cometiendo un error, madre! ¿Cómo pudiste hacer esto?" Me lanzó una mirada acusadora.

"Phoebe, modera tu voz. Sea lo que sea que hayas escuchado, te prohíbo que se lo menciones a tu padre o a nadie. ¿Qué haces despierta a estas horas?"

Ella bufó, cruzándose de brazos.

"Para no enterarme del magnífico plan de escape que han ideado, ¿alguna vez pensaron en lo que nos pasará si mañana no hay novia?" Exclamó, palideciendo ante la sola idea.

La duda me invadió de nuevo. No podía arriesgarlos a todos, sería un acto de puro egoísmo. No podía pensar solo en mí e ignorar las posibles consecuencias violentas.

"Tal vez no debería irme, yo... yo..."

"¡Tonterías!" interrumpió mi madre. "Ve y prepárate para mañana, y no olvides lo que te he dicho."

Tomó del brazo a una Phoebe reticente y la condujo fuera de mi vista.

Suspiré profundamente, cerré la puerta y me dirigí a mi cama.

Mi mirada se posó en mi celular; sería mejor avisarle a Derek sobre el cambio de planes.

Oré en silencio, deseando que nada saliera mal, ni para mí ni para mi madre que había decidido ayudarme.

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Me encontré con Derek en nuestro rincón secreto del jardín, donde nadie jamás nos había descubierto.

La brisa suave agitaba su cabello castaño claro mientras caminaba de un lado a otro, esperándome.

Llamé su nombre y sus ojos se posaron en mí casi al instante.

"¿Qué sucede?" susurré.

Se le veía frustrado, más tenso de lo que jamás lo había visto. Las ojeras delataban que tampoco había dormido bien.

"Nada, salvo que mañana te casas con otro hombre," dijo con un tono cargado de amargura.

Mordía mis labios con ansiedad, debatiéndome sobre cómo darle la noticia.

"No me casaré."

Él me miró entonces con una mirada más dulce.

"Esto también debe ser difícil para ti, estoy siendo egoísta. No había considerado que podría ser más duro para ti que para mí."

En un gesto apresurado, tomé sus manos entre las mías y miré alrededor, como si temiera que alguien pudiera irrumpir en cualquier momento.

"¡Escúchame, no tenemos mucho tiempo!"

Le expliqué el plan y pude ver el alivio en sus ojos. Estaba dispuesto a huir conmigo, y nunca había sentido una alegría tan inmensa como la de ese momento.

Entonces, sus labios rozaron los míos en uno de los besos más tiernos que jamás había experimentado.

"¡Te amo!" me susurró al oído.

Todo habría sido perfecto si una pequeña voz, escondida en un rincón de mi corazón, no repitiera aquellas palabras.

SUS palabras.

"¡Serás mía!"

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