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C4 El ataque

"¿Qué estará tramando esa mujer?" reflexionó Max en plena cena. El arroz de su plato ya casi había desaparecido, pero el debate interno seguía sin resolverse.

"¿A qué extremos está dispuesta a llegar? Tsk, ¿quién habrá pagado por su actuación en este teatro?"

"Disculpe, señor. Tiene una llamada de la guardia", informó una sirvienta con la cabeza gacha mientras le extendía un teléfono móvil.

Max arqueó las cejas de forma involuntaria. "¿La guardia?"

La sirvienta confirmó con un gesto afirmativo.

"¿Será posible que esa mujer haya venido hasta aquí?"

El CEO no perdió ni un segundo y atendió la llamada. "¿Qué sucede?"

"Una joven insiste en verlo, señor."

El semblante de Max se tensó al instante. "¿Quién es?"

"Se llama Gabriella."

Un suspiro se le escapó de los labios al hombre.

"Vaya sorpresa. ¿Por qué habrá decidido venir?"

"¿Tenemos alguna 'poción de la verdad' en el puesto de guardia?" preguntó Max en clave.

"Sí, señor."

Una sonrisa enigmática se dibujó en su rostro.

"Dásela a la chica. Si no toma dos vasos, no la dejes pasar."

"¿Dos vasos, señor?" replicó el guardia, sorprendido.

"Así es. ¿Hay algún problema?"

"Parece excesivo, la chica tiene pinta de ser muy inocente. ¿Qué pasa si la dosis es demasiado?"

"No te dejes engañar por las apariencias. Puede que su rostro sea el de una inocente, pero su verdadera naturaleza... eso está por verse."

"Entendido, señor."

Max se levantó de la mesa sin más dilación.

"Sus vitaminas, señor", recordó el sirviente, mostrando unas píldoras en un pequeño contenedor.

"Ah, claro. Gracias."

El CEO ingirió todas las pastillas sin contarlas.

"Va a venir una chica. No hace falta que la recibas. Simplemente dile que me espere en mi habitación."

"¿Cuál es su habitación, señor?"

"El protocolo número uno."

Los ojos del camarero se agrandaron de golpe. "¿El protocolo número uno? ¿Acaso esa joven representa un peligro?"

Max dibujó una sonrisa tenue en su rostro.

"Aún está por verse. Pero no pierdas tiempo y haz el anuncio. La casa debe estar completamente aislada para cuando ella llegue."

"Como ordene, señor."

La sirvienta se dirigió a sus compañeros con premura. Les susurró algo y, en un abrir y cerrar de ojos, todos dejaron lo que estaban haciendo.

"Veamos si la joven puede mentir después de tomar la poción de la verdad."

"¿Qué es esto? ¡No pienso beber eso!" Gabriella se resistió, retrocediendo un paso.

"Si ese es el caso, no podrá entrar a la casa, señorita."

"Pero necesito hablar con el director general de Quebracha", dijo la chica con un tono de súplica.

"Entonces, deberá estar dispuesta a beber esto."

Gabriella puso una cara de disgusto. No obstante, el guardia no mostró compasión. Con un suspiro de resignación, tomó el vaso y lo olfateó.

"¿Qué es esto?", inquirió al detectar un aroma penetrante.

"¡Bébalo y ya!"

Con los ojos cerrados, Gabriella probó un sorbo de la poción amarillenta.

"Otra más, señorita."

"¿Otra?"

La joven frunció el ceño, pero el guardia le instó a tomar otro vaso. A regañadientes, se bebió el contenido.

Al abrirse las puertas, Gabriella tosió. Sosteniéndose la garganta con las manos, avanzó hacia el edificio principal, imponente en el centro del jardín.

"Este hombre es terrible. Con tanto terreno, ¿por qué tuvo que destruir mi casa?" murmuró Gabriella mientras aceleraba el paso hacia la gran entrada.

"Buenas noches, señorita", la recibió una sirvienta con las manos temblorosas. "Por favor, suba por las escaleras y gire a la izquierda. Pase por la puerta que está abierta. El señor director general la espera allí."

Antes de que Gabriella pudiera siquiera saludar, el sirviente ya había salido, cerrando la puerta con un golpe seco. El sonido de la llave al girar hizo que las cejas de la joven se elevaran en señal de sorpresa.

"¿Una trampa? ¿Por qué la cerraría con llave?"

Gabriella se acercó a la puerta e intentó abrirla sin éxito. "Confirmado, está cerrada", suspiró con una mezcla de ansiedad.

En un instante, sus manos se apretaron con determinación.

"He llegado hasta aquí, no pienso rendirme ahora".

Con pasos firmes y decididos, Gabriella ascendió por las escaleras. Tan enfocada estaba que ni siquiera se detuvo a observar las fotografías que adornaban las paredes de la estancia.

"Quienquiera que sea el CEO, no tiene ningún derecho a demoler mi casa".

Al toparse con una puerta entreabierta, Gabriella se detuvo. Se limpió el rostro, respiró profundamente y asintió con convicción.

"No debo mostrar debilidad".

Acto seguido, cruzó el umbral de la habitación con ímpetu. Sus ojos se abrieron como platos al ver una cama. Solo entonces se percató de que había entrado en el dormitorio de un hombre.

"¿Será realmente una trampa?" meditó Gabriella, parpadeando para aclarar su mente mientras una ligera sensación de vértigo la asaltaba.

"Le doy la bienvenida, señorita Gabriella", la voz de un hombre resonó desde un rincón. Ella se giró rápidamente hacia la derecha.

"¿Usted...?"

Con el dedo índice apuntando y la boca entreabierta, Gabriella no podía creerlo.

"¿Así que tú eres el Director General de Quebracha?"

Max, con la mano en el bolsillo del pantalón, avanzó con un andar despreocupado.

"No hay necesidad de que finja sorpresa, señorita. Seguro ya sabe quién soy", dijo con tono desenfadado.

Una sonrisa de irritación se dibujó en el rostro de Gabriella.

"Ah, ya caigo. Arrasaste con mi casa porque te sentiste ofendido, humillado, y todo porque firmé autógrafos sin prestar atención".

Max cruzó los brazos y arqueó una ceja. "Vaya, pareces toda una actriz consumada, ¿no es así? Casi caigo en tu teatro."

"¿A qué te refieres?" Gabriella preguntó, incrédula.

"Chas, parece que la poción todavía no ha hecho efecto. Debí haberle dado tres vasos", murmuró Max rascándose la sien.

"Bueno, pues... Entremos en tu juego. ¿Cuánto pides?"

El rostro de Gabriella se contrajo de forma involuntaria. "¿Piensas que mi hogar se puede compensar con dinero?"

Max asintió con suficiencia. "Claro que sí. ¿Acaso no es eso lo que buscas? De lo contrario, no te habrías tomado la molestia de venir hasta aquí a simular esta rabia."

El pecho de Gabriella se incendió con las palabras del CEO. Su respiración se aceleró y sus labios comenzaron a temblar, presa de la ira.

"¿Crees que todo es una actuación?" Las lágrimas se acumularon de repente. "¿Tienes idea de lo que esa casa significa para mí? Es la herencia de mis padres. Está llena de nuestros recuerdos, y ahora tú los has borrado por completo."

Gabriella cerró los ojos, abrumada por la tristeza y la indignación que martilleaban su mente.

"Esa casa es mi vida. Si la destruyes, destruyes mi existencia. ¿Aún piensas que mi enfado es una farsa?"

Max se tocó el lóbulo de la oreja, que no le picaba en absoluto. Las lágrimas en el rostro enrojecido de Gabriella parecían auténticas. Tenía ganas de aplaudir su convincente interpretación.

"Y bien, ¿qué se supone que haga ahora? ¿Quieres que reconstruya la casa? Quizás... los ladrillos se puedan volver a cementar. La madera y las tablas, fijar con clavos. O quizá el cristal favorito pueda pegarse. Un millar de grietas no importarán, ¿cierto?"

La furia de Gabriella no encontraba límites. Un segundo después, la joven se lanzó sobre el CEO con sus dedos alargados y uñas sin filo.

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