C4 Capitulo 3

Unas voces familiares se escuchaban hablar aceleradamente. Jonathan intentó abrir sus ojos pero la brillante luz de aquella habitación lograba encandilar su visión. Sin darse cuenta, comenzó a manotear a su costado, tratando de agarrarse de algo, hasta que sintió la suave mano de su esposa.

-Jony... Tranquilo Cielo. Aquí estoy...- Susurró Cecilia tomando su mano.

- Y por si te interesa, yo también estoy aquí.- Soltó Damián al otro extremo de la habitación.

-Por favor ¿podrías apagar la luz un minuto?- Preguntó Jonathan aún sin poder abrir los ojos.

- ¿Porqué...? ¿Qué tienes viejo? ¿Acaso los disparos te dejaron ciego?-

- ¿Ciego?... Tú sólo apaga la maldita luz, para no ver tu rostro japones.- Exclamó Jonathan burlándose de su amigo mientras éste apagaba la luz.- ¿Qué fue lo que pasó?-

-Te dispararon.- Fue la respuesta de Cecilia.

- ¿Y los Heredia?- Preguntó con incertidumbre.

- Todos presos. Pero el hijo de puta te disparó dos veces en el pecho.- Soltó Damian intentando explicarle lo que le había pasado.- Recibiste dos disparos en el torso, una de las balas se detuvo dentro de tu pericardio, la membrana que envuelve el corazón. Y la otra, acabó en tu esófago y prácticamente te la tragaste...-

-¿Cómo es que sigo con vida?- Comentó Jonathan sorprendido de escuchar el relato de Damián.

- Es que, como explicó el médico, "algunas balas son mágicas".- Dijo Cecilia sin soltar su mano.

- En todo caso, la gravedad del disparo de bala siempre se determina en función de la distancia del disparo y de la zona en la que ha impactado. Es decir, la suerte juega un papel importante... Y tú amigo, la tuviste toda.- Explicó Damián.- Me alegro que hayas despertado. Ya estaba cansado de cuidarte Viejo decrépito. Saldré un momento a tomar un café, de paso los dejo solos.-

- Damián...- Lo sorprendió Jony antes de que saliera de la habitación.- Muchas gracias amigo.- Pero éste negó con la cabeza.

-Soy yo el que debe agradecerte. Me salvaste la vida... Por lo tanto, te debo una.-Dijo Damián con una sonrisa y salió de allí.

Bajó hasta la cafetería, compró dos café y un paquete de galletas antes de volver nuevamente a la habitación. Al ver que no había tardado lo suficiente, se sentó en una de las sillas en el pasillo. De golpe, la presencia de una mujer llamó su atención. Como si él hubiese percibido su presencia, miró en su dirección. Su frente se crispó en un ceño intrigado y ladeó un poco la cabeza, como concentrándose.

La chica trató de apartar la mirada pero él no se lo permitió, pues no apartaba la suya del rostro de ella. Dominada por un repentino pánico, ella se volvió y empezó a caminar con pasos controlados, pero ya era demasiado tarde. Él le cortó el paso y se acercó a ella, obligándola a detenerse, antes de chocar con él.

Ella sintió que su corazón latía dolorosamente en su pecho. Levantó la mirada y se

encontró con los ojos más extraordinarios que hubiese visto nunca, negros y carismáticos, despiadados e inteligentes, enmarcados por pestañas negras.

-¿A dónde vas?- Preguntó Damián con una juguetona sonrisa.- Te miraba y te miraba y no lograba recordar ¿De dónde te conocía?... Pero ya recordé.- Chasqueó su lengua entre los dientes.- Eres la pequeña hija de la familia Ingals.-

- ¿De qué estás hablando? ¿Y quién eres? Ni te conozco.-

-La foto en la casa de tus padres... Con las trenzas.- Exclamó él con convencimiento y luego se le escapó una carcajada.- Te veías tan traviesa y caprichosa con un toque de maldad.-

- Te aseguro que conservo todo.- Su voz tenía la clara autoridad de la de Jonathan, pero vibraba en ella un atractivo y sutil ronroneo.

-¿En serio? -dijo Damián, pronunciando con dificultad por los labios rígidos.- Tal vez

te haya visto en Buenos Aires. Solía vivir allí.-

Él siguió mirándola fijamente y ella, por su parte, sólo podía pensar: ¿Y quién te Preguntó?

A Damián le intrigaba la joven que estaba ante él. Mientras que a ella, le irritaba su sola presencia, la curva de sus labios, su estúpida sonrisa...

-Si nos hubiésemos visto, jamás olvidaría tu rostro. Te recordaría cada vez que voy al supermercado chino.- Ella torció el extremo de su labio en una sonrisa burlona y él sólo revoleó los ojos por aquella comparación.

Pero en ese instante se dijo a si mismo que él jamás hubiese olvidado a una mujer como ella, porque había algo en ella que lo inquietaba. Era delgada, y parecía fría con su vestido azul claro, con su pose regia que no daba lugar al menor atisbo de incertidumbre. Su rostro se asemejaba más a la pintura de algún artista que a un rasgo de una mujer real, era fascinante. Y lo más notable era la palidez de su piel y su cabello rubio, propios de un ángel caído, sin embargo, reflejaban el conocimiento de las maldades más dolorosas de éste mundo. La puerta de la habitación se abrió de repente y a Cecilia casi se le escapa un grito de emoción.

- Mamá... Que alegría verte.- Soltó la joven mientras se abrazaba a Cecilia.

- Sabía que eras Jurlyn...- Dijo Damián con una traviesa sonrisa.

-¿Quién es éste tipo?- Soltó ella refiriéndose a él.

- Es Damián, mí amigo.- Jonathan le dirigió una breve sonrisa a su hija, Y ésta llegó hasta él sorprendida de verlo despierto, ya que debido a la gravedad, esperaba ver otra cosa.

-Hola hija. Perdón por preocuparte...- Ella negó con la cabeza mientras se aguantaba las ganas de llorar.

-Estaba como loca de venir aquí contigo.-

-Pensé que jamás te conocería...- Interrumpió Damián.- Y aquí estás.- Soltó, y los tres lo miraron desconcertados.- Lo siento, estoy pensando en voz alta, no me hagan caso.-

-¿Quien te dió vela en este entierro?- Preguntó Jurlyn con un gesto de desagrado.

- Trabaja conmigo. Será quién tome mí lugar cuando me jubile.-

La confusión paralizó y enmudeció a Jurlyn. De súbito, a su cerebro le costaba funcionar. Dudó de haber oído bien. Era extraño oír ese nombre de labios de su padre, tan extraño que, después de haber imaginado tantas visiones temibles e indignantes, descubrir que el "amigo" de su padre, era un hombre de carne y hueso.

Si ella pudiese hallar el modo de desaparecer, ya lo habría hecho... pero, al contrario, no atinaba a hacer otra cosa que permanecer ahí.

No se explicaba por qué no había esperado que aquel hombre fuese tan apuesto, espléndido, y elegante como un príncipe extranjero. Era un individuo alto, de presencia potente y serena. Bajo una campera negra, y pantalones gris oscuro, los anchos hombros dominaban sobre un torso y sus facciones eran austeras y perfectas, su mirada, pícara y traviesa, como si estuviese preparando algún comentario gracioso.

Formaba un sorprendente contraste con los hombres con los que ella solía vincularse como, por ejemplo, Mauricio un muchacho con el que había salido un tiempo, un tanto inteligente pero vacío de emociones. Éste hombre, en cambio, parecía intenso, insaciable, fresco y...

Un escalofrío hizo que su cuerpo se sacudiera.

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