C8 "Pequeño momento de torpeza".
Camino, resignada, sabiendo que, si antes no soportaba la personalidad de mi padre, ahora tampoco cuento con la comprensión de mi madre. Solo queda mi hermano y bueno, con tan solo pensar en eso quiero vomitar. Prefiero hablar con el perro que, con él, al menos Rocco solo escucha y como mucho ladra, Oliver es capaz de hablar y comentar tonterías que me enfurecerían aún más.
Veo a Samuel, sentado sobre la parte frontera del auto, intercambiando unas palabras con el portero. Apenas siente el ruido de nuestros pasos, gira el rostro y al verme, baja de un salto, como si lo que estuviera haciendo fuese un delito penal. Bufo y le doy un giro a la casa para ir a buscar a Mía, quien vuelve conmigo tan solo un minuto después.
Ya estando en el auto, cuyo asiento delantero ocupa mi hermano, para luego comunicarle a donde debe llevarnos, Samuel acelera, no sin antes mirarme por el espejo retrovisor. Rápidamente desvío la mirada, depositándola sobre la ventana, cuya imagen de fondo comienza a moverse de a poco, a medida que el vehículo aumenta la velocidad. Me cuesta mirarlo a los ojos luego de la noche anterior, tras haber tenido ese sueño tan raro y erótico con él. No sé qué clase de locura se había metido en mi cabeza, esa no era yo. Evidentemente no era, yo no soy así. Tan...impulsiva, ni lo fui alguna vez.
De hecho, nunca tuve mucha suerte en el ámbito del amor y luego del desenlace de mi última relación, preferí aceptar que simplemente eso no es lo mío, ya que me tomo muy en serio las cosas, me entrego completamente a cambio de una mínima muestra de cariño de parte de alguien que quizás solo me gusta y termino siempre lastimada, viendo que esa persona no se preocupaba tanto por mi como yo por él, encontrándomelo tan solo días después de la mano de otra chica o con una sonrisa de oreja a oreja dibujada en su rostro, cuando yo, por mi parte solo lloro por las noches recordándolo a él. Antes no entendía esa forma de pensar que tienen algunas personas, despreocupadas, de mentalidad libre, que solo viven interesándose por ellos y su felicidad, ignorando las formas o métodos que a veces requieren para llegar a ella, hiriendo a muchos individuos de su alrededor en el camino. Ahora, luego de ser víctima de esas personas un par de veces, creo que...me convertí en una de ellas. Ya no me importa nada, ni nadie.
Pero a pesar de todo eso, hay algo en mí que no cambio y se trata de la gruesa barrera de mi mente que separa a los desconocidos de los seres de confianza. Me cuesta horrores confiar en alguien y por eso mismo no comprendo, ni me termina de cerrar mi actitud en el sueño que tuve esa noche. Nunca me dejé llevar por impulsos, sin embargo, me recuerdo perfectamente desabrochar la camisa de Samuel en mi mente y besarlo con desesperación, lo cual me aterra, haciendo que mirarlo a los ojos sea incómodo y vergonzoso, si bien él no sabe nada de lo que estoy pensando.
El auto se detiene interrumpiendo mis pensamientos y bajo, con el objetivo de evitar que el me abra la puerta y estar obligada a tenerlo cerca. Una vez que los tres nos encontramos fuera del vehículo y comenzamos a caminar hacia la playa, me volteo y veo como el enciende el motor nuevamente, planeando irse. El hecho de que recuerde lo que le dije ayer y prefiera volver a hacerlo hoy e irse, fingiendo ser solo un chofer para que Mía no lo note me asombra. Suelto un suspiro de alivio y entro a la playa.
Luego de caminar descalzos varios minutos sobre la arena semihúmeda del mediodía, la "Marea Roja" aparece delante de nuestros ojos. Se encuentra en el otro extremo de la playa, construida sobre una serie de columnas de madera que la sostienen arriba del agua. No es muy grande, pero posee un ambiente agradable, que sumado al estilo costero del lugar lo convierten en un relajante complejo. En el interior solo hay una pequeña barra de madera, muy típico del lugar, una mesa de billar, sobre el cual cuelga una televisión antigua y unos cuantos empleados disfrazados de marineros que logran sacarte una sonrisa aun cuando el humor no te acompaña. Por las noches generalmente se llena de alcohólicos o fanáticos de los deportes que se reúnen en la parte interior, toman cerveza, juegan billar y admiran a sus equipos lanzando gritos alentadores y un par de groserías, razón por la cual en la mañana el negocio siempre está cerrado, ya que los chicos disfrazados no tienen tiempo para nada más que limpiar todo el desorden acumulado. En la parte de afuera es donde están las mesas. Deben no ser más de cinco o seis, tienen forma cuadriculada y están rodeadas por cuatro sillas de madera. A la noche, cuando el interior del lugar se convierte en un caos, los jóvenes suelen juntarse aquí, que parece ser un enorme balcón, tocando canciones en alguna que otra guitarra que traen y acompañándolas con sus voces.
Tras estar un largo rato en el bar, salimos y nos acostamos sobre la cálida arena. Pasamos toda la tarde allí y ya está a punto de anochecer cuando decidimos volver.
Oliver: ¿Cómo es el número de Samuel?
May: ¿Por?
Oliver: Lo llamo para que venga.
May: No hace falta.
Oliver: Bueno, llamalo vos entonces.
Honestamente, prefiero no ver a Samuel ahora, ni mucho menos ser el objetivo fijo de sus ojos. Después de aquel sueño su presencia me incomoda.
May: Quiero caminar.
Mía: ¿Más de tres kilómetros? (La miro con odio). Aunque...(sigo observándola) estaría lindo caminar un poco.
Los chicos se miran entre ellos.
Oliver: Si algún día llego a entender a las mujeres, acordate de ponerlo en mi tumba (le dice a Pablo y este ríe).
May: Bueno córtenla. ¿Vamos?
Oliver: Na ni en pedo. Después me cagan a pedo a mi porque tenías que haber vuelto con guardaespaldas.
Mía: Paren, paren. ¿Qué? ¿Samuel es tu guardaespaldas?
Cuestiona sorprendida y mi cerebro solo se encarga de calcular cómo me sería más fácil enterrar vivo a mi hermano.