EL JURAMENTO DE UN AMOR OCULTO/C2 MI AMIGO ANDRÉ
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C2 MI AMIGO ANDRÉ

Un niño, que tenía casi su misma edad, había aparecido en su casa repentinamente. “El es André Grandier, será tu valet a partir de ahora”, había dicho escuetamente el General Jarjayes a su único “hijo”, Odette. El galardonado general no pudo engendrar ningún hijo varón, así que, en un arrebato de desesperación, decidió criar a la menor de sus hijas como un hombre, por lo que, incluso, había pensado en el nombre que su hijo llevaría. Sin embargo, por más protestas que dio el general, su esposa, Lady Jarjayes, no permitió que su hija fuese llamada como un hombre y, por lo tanto, fue llamada por el nombre Odette, aunque su padre se opuso en rotundo a ese hecho. Pero, después de una fuerte discusión con su esposa, so amenaza de separación y posterior divorcio, él no tuvo más remedio que aceptar la única exigencia de la mujer que amaba, con su propia exigencia de que le permitiese criarla como un verdadero hombre, algo que ella no estuvo de acuerdo, pero, aunque no tuvo tiempo de refutar, ya que al mes y medio de haber dado a luz a la niña, ella falleció dejando al general a cargo de la crianza de sus hijas, sobre todo, de la menor.

Después de la muerte de su amada esposa, el hombre había jurado que su última hija sería el tan soñado heredero de la tradición Jarjayes, quien, además, ocuparía altos cargos en la Guardia Imperial Francesa, planes que la pequeña aún no conocía.

La niña, aún ignorante de los proyectos de su padre, pasaba sus días jugando con André, un niño con muchas energías y que era capaz de hacer cualquier cosa, solo con el fin de dibujar una carcajada en el rostro de su amiga. La escena casi siempre era la misma; el travieso nieto tratando de huir sin mucho éxito de la abuela. Su querida nana, que había cuidado de ella y, de todas sus hermanas desde que eran unas recién nacidas, le exigía constantemente a su único nieto ser más respetuosa con la niña de la casa, —Es la hija menor de nuestro patrón y tú debes protegerla, no la expongas a ningún peligro y recuerda que debes llamarla Lady Odette”. A tan corta edad, André ya tenía una gran responsabilidad cuidando a Odette, solo un año menor que él.

André llegó a casa de los Jarjayes debido a circunstancias muy tristes. Había quedado huérfano y su único pariente vivo era su abuela, tenía solo seis años. Para gran satisfacción de todos, los niños congeniaron muy bien y se hicieron grandes amigos.

André sentía una gran admiración y respeto por Odette; sobrevivir todos los días portando ropas de hombre y tratando de comportarse como tal, no era cosa sencilla, frente a su padre especialmente, que incansablemente trataba de reprimir todo arranque femenino de la niña, sin contar con las golpizas que era capaz de propinarle cuando consideraba que era desobedecido, y mucho más, si tenía que ver con el falso papel de varón que la niña era obligada a interpretar. Pese a todo ese panorama, los dos niños vivían felices.

—¡Odette, ten más cuidado!

—¡Cállate, André! Deja de molestar y mejor ven a jugar.

—Si te pasa algo la abuela se molestará mucho conmigo, ya estás muy lejos de la orilla. – Dijo él impaciente y gritó. - ¡Hazme caso, por favor!

—¡Miedoso! Ven aquí André. –La pequeña Odette se sentía muy a gusto en las aguas del lago, al que habían ido sin permiso de la abuela y luego de salir de casa con engaños.

De un momento a otro, la niña empezó a sentir que sus piernas ya no tocaban el fondo del lago. Su semblante cambió. André se dio cuenta de que su amiga estaba en peligro, se lanzó al lago sin pensarlo dos veces, y con todas las fuerzas que su cuerpecito le permitía, pudo sacar a Odette aunque permanecía inconsciente.

—¡Odette, abre los ojos, deja de bromear! –Él la zarandeaba bruscamente pero no reaccionaba.

—Odette… -André comenzó a llorar angustiado, porque de pronto recordó la muerte de sus padres y, lo difícil que es perder a los seres que uno quiere. En un arrebato de tristeza, el niño abrazó a su amiga y de repente, ella comenzó a toser recobrando el conocimiento.

—¿Qué paso André? – Dijo desorientada.

—¡Eres muy desobediente!

—¡No me grites! —le reclamó la niña.

—¡Me debes la vida!

—¿Qué?... ¡Eres mi sirviente, mío… tu deber es salvarme! –Dijo ella en tono cruel.

—No soy de nadie… - Dijo André entre dientes, dolido por ser tratado de esa forma y que solo le hacía desear, que sus padres estuvieran a su lado nuevamente.

—¡Cállate y vámonos! Vistámonos ya, nana debe estar esperándonos. —dijo la niña y ambos regresaron a casa.

El tiempo seguía su rumbo, aunque para los niños eso no era cosa importante, a diferencia del General Jarjayes, que al ver que Amélie estaba creciendo, comenzó a enseñarle todo lo necesario para su futura vida militar.

André y Odette, practicaban constantemente con la espada y estudiaban mucho para ser muy cultos y educados. André estaba muy agradecido por eso, siempre eran considerados con él y, no podía negar que lo trataban con especial atención por ser el nieto de la mujer que había criado a todas las niñas de la casa desde la muerte de la madre de ellas, y por ser el valet de la heredera de la familia.

El niño disfrutaba cada vez más de la compañía de Odette, en especial si se trataba de hacer travesuras, y la gran mayoría de las ocasiones, era Amelie quien daba la iniciativa y era André, quien la seguía fielmente. Con el paso de los años, el pequeño comenzó a sentir un cariño muy especial por su patrona, aunque eso también significara tener que pelear muy seguido.

—Dime André, ¿Qué tanto hablaban mi padre y tú en secreto? Sé que te mandó a llamar para conversar sobre mí. ¡Habla! —le preguntó un día Odette.

—No es lo que imaginas, no era nada importante, solo quería darme algunas indicaciones para el cuidado de los caballos. –Dijo él tratando de ocultar la verdad, pues había tenido una seria conversación acerca del comportamiento de ambos. El general le había hecho jurar que se encargaría de apaciguar a su amiga, quien últimamente estaba muy rebelde, seguramente cansada ya de fingir ser lo que no era.

—No lo niegues, sé que era sobre mí, ¿Qué esperas para contármelo todo? –Los ojos azules de ella se incrustaron firmes en sus ojos verdes—. Te advierto que, si no me cuentas, te convertirás en un traidor a mis ojos. –Amenazó Odette. André miró con cara de incredulidad a la chica y algo en su interior tembló.

-¡Habla de una buena vez! –Insistió ella.

—No tengo nada que decir. –Se fue corriendo a su habitación. No tenía más remedio que obedecer al hombre que le había brindado un nuevo hogar, aunque eso significara traicionar la confianza, que su gran amiga tenía puesta en él.

André estaba tendido boca arriba en su cama, pensando en que él podía ser todo menos un traidor, no quería defraudar al general por nada del mundo, pero, era muy duro pensar que Amelie ya no confiara en él.

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