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C4 NO ME ABANDONES

—Lamento tanto haberte causado esto. –La tristeza estaba claramente reflejada en la expresión de André.

Ya basta André, te disculpas mil veces cada día, y todas esas veces te he dicho que tú no has causado nada, fue un accidente y punto. –Dijo la chica acomodándose en su cama.

—Hubiera muerto si te pasaba algo… – Confesó él sin poder contenerse. Fue en ese momento, en el que Odette comprendió perfectamente sus palabras; porque sentía lo mismo con respecto a él.

—Pero, ya estoy bien, solo fueron unos arañazos. –Trató de minimizar el asunto.

—¿Arañazos? –Odette tembló de solo recordar el momento en el que casi muere desangrada—. Te desmayaste porque perdiste mucha sangre, sigues con nosotros de milagro.

—Estoy aquí, gracias a que tú reaccionaste pronto. Así que ya fue suficiente, que no se toque más el tema, mejor cuéntame algo interesante, que estoy muy aburrida. – Dijo ella con fastidio.

André estaba sentado al filo de su cama y seguía mirándola con preocupación. El doctor había indicado que era mejor que la rubia reposara, hasta que sus heridas sanaran completamente.

El accidente se produjo a causa de otro capricho de María Antonieta, que repentinamente había tomado interés en montar a caballo, un magnífico corcel obsequiado por su esposo, el nieto del Rey Luis XV, el Delfín de Francia, quien había comenzado a gastar grandes cantidades de dinero, en ostentosos regalos para su joven mujer. Como siempre, la escolta de la Princesa estaba encabezada por Odette y su valet. Aquel día, André ayudó a su Majestad a subirse al caballo, pero, de un momento a otro huyó despavorido. La Princesa, inexperta y muy asustada, se aferró al corcel y, en un acto desesperado por tratar de controlarlo, André quedó atascado a las riendas del animal y fue arrastrado varios metros, hasta que éstas se rompieron. Odette consiguió alcanzarlos y tuvo que lanzarse de su propio caballo para salvar a María Antonieta, aunque estaba desmayada.

Al enterarse de lo sucedido, el Rey decidió señalar a André como el responsable del terrible suceso, que aunque fuera un accidente, mantenía a la joven inconsciente. Así fue que lo sentenciaron con la máxima condena; la pena de muerte. Odette se enteró de la terrible decisión e inmediatamente, trató de abogar por su amigo. Le dijo al Rey que por ser su patrona, ella debía ser la que recibiese el castigo en su lugar. Cada palabra que dijo la rubia, sirvió para que André dejase de pensar que jamás podría ser perdonado, por haberle robado un beso.

En medio de la situación que los amigos enfrentaban, el Conde Fersen también se señaló como otro de los responsables. Afortunadamente, María Antonieta reaccionó y le aseguró al Rey, que todo fue un accidente y le rogó que olvidara su enojo. Así lo hizo él y todos quedaron libres de cualquier cargo. Felices por la buena noticia, se disponían a regresar a casa, pero de pronto, Odette cayó desmayada. Tenía una herida muy profunda en el brazo, producto de las acrobacias hechas para salvar a la Princesa. Había perdido mucha sangre y, permaneció mucho tiempo inconsciente. Los doctores la atendieron y señalaron que solo debían esperar, a que el cuerpo de Odette se recuperara. Nana y André se quedaron a su lado toda la noche, orando para que despertase pronto. A la mañana siguiente, la joven reaccionó y André sintió que el alma le había regresado al cuerpo.

—Mi deber es protegerte y quisiera evitarte, incluso este aburrimiento. – Él continuó disculpándose.

—No seas tan dramático, ya estoy mejor y en gran parte es, porque no te has separado de mí y vienes a cambiarme las vendas todos los días, así que haberme cuidado desde el accidente, y durante todos estos años, han más que saldado tu inexistente cuenta conmigo.

André tomó la mano de Odette y se miraron fijamente. Sus palabras y su mirada intensa la estremecieron por completo, y de pronto, cayó en cuenta de que su amigo se veía un poco más delgado, ojeroso y cansado, por lo que de forma delicada, la joven rompió la unión de sus manos.

—Mejor cuéntame, qué has estado haciendo estos días sin ir al palacio. – El muchacho se tensó. Se puso de pie y miró hacia el jardín a través de la ventana—. Nana me ha dicho que has comenzado a salir mucho por las noches.

—¿Eso te dijo? –Él trató de ganar tiempo, para pensar en una buena excusa que explicara su ausencias nocturnas.

André había comenzado a salir por las noches, para tomar en una cantina de París. Había hecho algunos amigos en la ciudad y se reunían para conversar y desahogar las penas. Desde su pelea, y mucho más después del accidente, André había estado especialmente inquieto, y su frustración por no tenerla a su lado como realmente deseaba, ya comenzaba a torturarlo. En ocasiones, bebía hasta quedar totalmente borracho, pero a raíz de la recuperación de Odette, se había jurado que permanecería sobrio por si ella lo necesitaba.

—¿Estás tratando de pensar en una buena justificación?

—No es así, simplemente son cosas de hombres, sin ofender claro. – Dijo él en tono de burla.

—No seas gracioso. – Odette no pudo evitar sonreír—. ¿Ya no me tienes confianza? Dime, ¿Qué tanto haces en las noches?

—Es muy personal y… —dijo él pero…

—Recuerda que no sabes mentir.

—No me vas a dejar en paz ¿verdad? —dijo él resignado.

—¿Tú qué crees? – Dijo la joven con una sonrisa triunfante.

—Me voy a tomar a una cantina de la ciudad. –dijo él finalmente.

—¿Cantina, tú? –Nuevamente lo miró de pies a cabeza y pensó:

<<¿Desde cuándo es tan alto?>> Pero, al darse cuenta de lo lo que estaba pensando, ella sacudió la cabeza y solo pudo decirle: –Lo dudo.

—Sabes que no miento.

—Entonces quiero que me lleves hoy mismo.

—¿Estás loca? – Respondió alarmado—. No es lugar para ti.

—Soy una mujer vestida de varón, cualquier lugar es para mí.

—Pero, no es un lugar fino, llamarías la atención, no te vas a sentir cómoda.

—Aunque tenga que disfrazarme, voy a ir.

—No pienso llevarte. – Se armó de valor para seguir negándose.

—Si no lo haces me voy sola a la ciudad y me meto en cualquier cantina, y si algo llega a pasarme, será tu culpa. – Advirtió ella.

—Aùn estás convaleciente.

—Llevo varios días descansando y ya me siento bien, además estoy muy aburrida, respirar otro aire me ayudará.

—No comprendes, es un…

—Ya está decidido. – Lo interrumpió rápidamente. – Salimos esta misma noche, luego de que todos estén dormidos.

—Es muy peligroso, tú sabes muy bien cómo están las cosas en la corte, créeme que en la ciudad no vas a encontrar un solo rostro amable, que reciba con los brazos abiertos a una noble como tú.

—Nadie tiene que saber de dónde provengo, y ya basta de peros. Nos vemos más tarde.

—No vendré. —dijo él decidido.

—Hasta la noche. – Se acomodó en su cama para descansar. André salió de la habitación azotando la puerta.

Durante el resto del día, el joven no se apareció en la habitación de su amiga, ni ella solicitó su presencia para nada. André limpió los caballos, cortó unas flores del jardín, ayudó a la abuela en varias labores y también a las sirvientas, quienes ante su disposición, se la pasaron pidiendo un favor tras otro, todo con el fin de tenerlo cerca por más tiempo.

André cruzaba la sala, cuando se percató de que ya no faltaba mucho para encontrarse con Odette. Se dirigió a su habitación para asearse y ponerse algo más adecuado para la noche que comenzaba a enfriar. Después de cerciorarse de que todos estaban dormidos, se fue a la habitación de su patrona. La puerta estaba entreabierta, así que supuso que ya estaría esperándolo.

—¡Querido Amelie, al fin llegaste! – Dijo ella de forma sobreactuada.

—No hables tan fuerte, si nos descubren te echaré toda la culpa.

—Ya no somos unos niños y no seas tan exagerado, dudo mucho que alguien nos descubra, la casa es enorme, mejor relájate, de lo contrario, no serás un buen acompañante esta noche. – Odette llevaba puestas las ropas más sencillas que tenía. André comenzó a observarla detenidamente, y pensó que aunque vistiera harapos, su rostro y su innata elegancia la delataban. Odette, por su parte, se sintió nerviosa a causa de la insistente mirada de su valet.

—¿Qué tanto miras?

—¿Perdón? – André había quedado completamente hipnotizado.

—¿Por qué me miras con esa cara?

—Lo siento, es la única que tengo.

—Sabes a lo que me refiero.

—Estaba pensando que aunque te tires lodo encima, algo te delata y será imposible que pases desapercibida.

—Tú no te ves precisamente como un vagabundo.

—Te duele la verdad. – Afirmó con una sonrisita traviesa.

—Ya deja de decir estupideces, nadie se va a dar cuenta, vámonos de una vez.

Ambos jóvenes se encaminaron a las caballerizas, caminaban cautelosamente en medio de la oscuridad de la casa. Las luces estaban apagadas y no querían tropezar con algo que hiciera ruido, y alertara al resto de la familia.

—Camina más despacio André, no veo nada y me cuesta seguirte el paso.

—Ya estoy caminando muy despacio. – Susurró él–. Deberíamos apurarnos, alguien podría levantarse y no tengo preparada ninguna excusa para explicar, el hecho de que me esté llevando a la señorita de la casa a estas horas, y más cuando debería estar en reposo.

La joven tropezó con un mueble de la sala, pero afortunadamente, no hizo demasiado ruido. Caminaron un poco más, pero de pronto, André se detuvo y Odette chocó con su espalda.

—Mejor toma mi mano, será más fácil si te guío. – Le tendió una mano en medio de la oscuridad. Sus manos eran muy grandes, y, ella tembló al sentir que el joven entrelazaba sus dedos con los de ella—. Vamos a bajar las escaleras despacio, yo bajo una grada y tú bajas la anterior. No puedo creer que me hayas convencido, anulas mi voluntad cuando quieres conseguir algo. De pronto se dio cuenta de que lo que dijo era casi una declaración, y también se puso muy nervioso, mucho más cuando se percató que era la primera vez en mucho tiempo, que la tenía tan cerca de su cuerpo.

—Ya no te quejes tanto y baja con cuidado, para poder seguirte. —La rubia seguía nerviosa y no dejaba de preguntarse, cómo es que hacía para caminar con tanta seguridad en medio de la noche. Lamentó que no se haya ido de pinta con él, desde hacía mucho antes.

—Me pisaste. –Se quejó el joven. –Ten más cuidado.

—Lo siento. -Las escaleras no tenían fin. En varias ocasiones, sintió como su pecho chocaba con su espalda ancha. Comenzó a sentir un extraño calor en el rostro, y aunque se sentía protegida a su lado, no podía pasar por alto que era la primera vez, desde que eran unos niños, que estaba tan cerca de él.

Finalmente terminaron de bajar las escaleras, y salieron de la casa lo más rápido y silenciosamente que les permitieron sus botas. A lo largo del trayecto, permanecieron tomados de las manos y recién se percataron de eso, cuando cada uno montó su caballo, pero, ninguno dijo nada.

—Rápido André, te sigo. –Dijo aún avergonzada por lo sucedido.

—Sí. –Respondió aún nervioso.

Salieron galopando lentamente, para no hacer ruido, y cuando ya estuvieron lo suficientemente lejos, incrementaron la velocidad. Normalmente era André quien iba detrás de ella para cuidarla, así que esa era seguramente la primera vez, que Odette tenía la oportunidad de observarlo montar. Comenzaba a entender que sus soldados se sintieran intimidados con su presencia.

<<¿Cuándo cambió tanto?>> —Se preguntó asombrada al ver su espalda ancha, y la destreza con que dirigía a su caballo.

Cuando al fin llegaron a la ciudad, dejaron sus corceles en la tienda de unos amigos de André, entraron en la cantina, tomaron una mesa, y se sentaron uno frente al otro. Odette pensó que el lugar no se veía tan mal como quiso hacerle creer su valet. Notó que había muchas mujeres sentadas con algunos hombres muy borrachos, pero eso no la incomodó. Es más, aunque el lugar era muy humilde, el ambiente le parecía agradable, además, no tenía nada que temer si estaba con André.

—Después de todo, eres un gran mentiroso André Grandier, imaginé un lugar de terror.

—Espera a que la mayoría se emborrache.

—Ya no te creo nada. –¿Qué esperas? Pídenos un vino.

—Aquí no hay de los vinos que estás acostumbrada a beber.

—Es muy evidente y no importa.

André giró en su silla y le hizo una señal al único mozo que atendía a todos los clientes. En pocos minutos, ya tenían una botella de vino y dos copas.

—La verdad es que esta cantina tiene aires de nobleza. –Tomó ella un sorbo de su copa y le hizo una señal a su amigo, para que viera al lugar donde estaban sentados tres hombres con ropas bastante finas.

—Muchos vienen aquí atraídos por algo más que el licor que sirven. –André se terminó su copa de vino de un solo trago—. Solo dije que no venía gente de tu clase para que no insistieras más, pero no funcionó, y henos aquí. – Odette no prestó mucha atención a las últimas palabras de André. Había entendido perfectamente qué es lo que llamaba la atención de todos los hombres del lugar. ¿Ese también es el motivo de André para frecuentar tanto esta cantina?

—Ya veo, entonces… también vienes buscando eso. – Afirmó con un dejo de molestia en su voz.

—¿Disculpa? –Él casi se ahoga con el vino.

—¿Vienes a buscar un amor de una noche? —le preguntó Odette con mucha molestia. André rió a carcajadas.

—Sinceramente nunca he sido de amores de una noche. A mí solo me gusta el vino bueno y barato que sirven.

—¿Me vas a decir que nunca te has acostado con alguna de estas damas? – Odette se sorprendió por la osada pregunta que había formulado, pero pronto se le pasó, porque quería saber la verdad.

¿Estoy soñando o Lady Odette acaba de hacerme una pregunta tan íntima? – André sonrió y disfrutó de verla avergonzada—. Creo que es la primera vez que te veo sonrojada.

—No me cambies de tema. –Trató de no perder la compostura—. Mejor confiesa tus pecados.

—No sería ningún pecado. – André tomó otro sorbo de su copa y, le lanzó una inesperada y seductora sonrisa. –No he tenido nada con ninguna de estas señoritas.

Odette le hizo una señal al mozo y apenas llegó la segunda botella, se sirvió ella sola y tomó todo el contenido de su copa, la joven sentía demasiada curiosidad. ¿Será verdad que ninguna de estas mujeres es su amante?

Hábilmente, André desvió la atención de su patrona al mencionar, que después de todo, era muy agradable estar juntos en ese fin del mundo. Comenzaron a recordar su feliz infancia, lo que también dio paso a la nostalgia. La rubia comenzó a sentirse mareada, pero, no le tomó demasiada importancia al hecho, se sentía demasiado bien estar así, con su amigo de toda la vida. Todo marchaba muy bien hasta que una mujer se aproximó a su mesa.

—Buenas noches André. – Colocó una de sus delgadas manos sobre el hombro del susodicho. –Ya comenzábamos a extrañarte. – Miró hacia el grupo de mujeres que estaba cerca, éstas rieron e hicieron coquetos saludos con la mano—. ¿Qué has estado haciendo tantos días sin venir?

—Hola Teresa. – Ella se aproximó y le dio un beso en la mejilla. –He tenido mucho trabajo.

Odette no estaba muy segura de tener la capacidad, de soportar una escena de esas justo en ese instante. Estaba a punto de hablar, cuando la chica se dirigió a ella.

—¿No me presentas a tu amigo? – Teresa dudó y la observó con detenimiento unos segundos. –Perdón, tu amiga… Odette estiró la mano para saludarla.

—Soy… <

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