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C2 ¡¡¡¡OH FUCK!!!!

"¡Mierda!". Ann gimió, mordiéndose el labio inferior mientras su mano derecha descendía lentamente hacia su entrepierna. Con la izquierda, acariciaba y jugueteaba con su pecho izquierdo. Tan embriagada de placer estaba que soltó un gemido profundo: "Ahhh... Ahhh". Sus ojos se cerraron involuntariamente al sentir el contacto de sus dedos con los labios de su húmeda vulva. Ondas de sensación la inundaron al comenzar a frotarse con vigor. Absorta en la intensa sensación que se extendía entre sus piernas, aceleró el ritmo. Arqueó la espalda y elevó las caderas.

"Ahhh...oh...sííí...sí, sí, fóllame...fóllame...fóllameeeeee...". Gritó con voz aguda, cada vez más fuerte, mientras alcanzaba el clímax y un chorro de fluido blanco brotaba de su interior.

Se incorporó apoyándose en el codo, intentando recuperar el aliento que había contenido durante tanto tiempo. "Ugh...". Suspiró al recordar que tenía una cita con un terapeuta sexual.

Ann Hamburger es su nombre. Alta, con un cuerpo que despierta la admiración de muchos: trasero y pechos generosos. Su piel bronceada y su larga cabellera rojiza caen hasta la mitad de su espalda. A sus veintiséis años, quienes no la conocen podrían confundirla con una adolescente por su figura impecable y delicada. Adicta al sexo y con un cuerpo hipersensible al tacto de cualquier persona, le resulta difícil contenerse. Su novio la dejó la semana pasada tras pillarla engañándole repetidas veces y, aunque intentó explicarse, él no quiso escuchar. No tuvo más remedio que seguir adelante hasta que su mejor amiga, Silver, la puso en contacto con Marcus Morris, el renombrado terapeuta sexual de California y de todo Estados Unidos.

Silver le aseguró que él era el único que podría ayudarla, contándole cómo había asistido a muchas mujeres en su situación. A pesar de haber rechazado inicialmente la idea, Silver insistió y le dio motivos suficientes para considerarlo, así que finalmente aceptó. Le entregó una tarjeta de invitación para conocer a Marcus Morris, y hoy es el día de su cita a las diez en punto.

Ann se apresuró al baño, se cepilló los dientes y se sumergió en la bañera con agua fría. Tras un baño exprés y secarse, corrió al armario y eligió un vestido rojo y su lencería. Vestida apresuradamente, se dirigió al espejo. Con veinte minutos de retraso, apenas tuvo tiempo para un toque de maquillaje. Se cepilló el cabello y lo recogió en una coleta alta. Tomó su bolso rosa y su teléfono. Se retocó las cejas antes de salir a toda prisa de su pequeño apartamento, no muy lejos de la consulta.

"Hospital de San Antonio", indicó Ann al taxista en cuanto subió al taxi, deslizándose en el asiento. "Por favor, conduzca rápido, voy tarde", pidió, y el conductor asintió antes de acelerar.

Unos minutos más tarde, llegaron al hospital y ella le pagó al taxista antes de bajar.

Se quedó boquiabierta al ver el imponente rascacielos frente a ella. Jamás había visto un hospital tan grande y hasta dudó si realmente estaba en el lugar correcto. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia adentro y esperó con paciencia a que las puertas automáticas de cristal se abrieran para entrar.

"Señora, ¿me podría decir a qué viene?". preguntó la recepcionista, lo que la hizo detenerse y girarse.

"Disculpe, estoy apurada, tengo una cita con Marcus Morris". Ann respondió con educación mientras echaba un vistazo a la tarjeta que tenía en la mano.

"Muy bien, suba a la décima planta". indicó la recepcionista, y Ann se apresuró a entrar al ascensor.

Pulsó el botón del piso diez justo cuando las puertas se cerraban y el ascensor comenzó a subir. Soltó un suspiro nervioso al sentir cómo la sangre le latía en las sienes. Se colocó la palma de la mano sobre el pecho, intentando calmarse, hasta que un pitido anunció la apertura de las puertas y salió, maravillada por la elegancia del pasillo. Avanzó por el corredor, observando a su alrededor hasta que encontró una puerta con el nombre "Marcus Morris". Sonrió y se arregló el vestido antes de tocar dos veces, esperando la señal para entrar.

"Pase". Escuchó la respuesta que esperaba, pero en un tono frío y grave que le envió un escalofrío por la espalda. Por un instante quiso marcharse, sintiéndose nerviosa al oír esa voz masculina proveniente del interior del despacho. Respiró hondo, convenciéndose de que todo estaría bien, ya que había llegado hasta aquí, no había vuelta atrás.

Exhaló profundamente antes de abrir la puerta y entrar al despacho. Lo primero que vio fue una espalda ancha. Aunque no podía ver su rostro, la figura que tenía delante era impresionante, como la de un dios; no en vano lo llamaban el médico seductor.

"Tome asiento". La voz ronca le indicó y ella se sentó. "Preséntese, querida". Marcus habló con un tono calmado que la hizo tragar saliva nerviosamente.

"Yo... yo... yo...". Balbuceó, buscando las palabras adecuadas. "Soy Ann, tengo veintiséis años y soy adicta al sexo". Confesó de golpe. "¿Y usted, señor?". Ann no pudo evitar preguntar, movida por la curiosidad, dada la masculinidad y profundidad de su voz.

Escuchó cómo él sonreía con suficiencia y luego giró su silla para enfrentarla. Ann se quedó sin aliento al encontrarse con su rostro apuesto. No podía dejar de admirar su rostro perfectamente esculpido, su nariz afilada y sus ojos de un azul italiano. Sus labios eran carnosos y tentadores. Su cabello rizado caía sobre su frente y, por Dios, su pecho... La camisa abultada se insinuaba a través de la camiseta que llevaba abierta y sin abotonar.

"Soy una niña de cuarenta y nueve años, ¿algún problema con eso?", dijo Marcus con una voz profunda y sombría que, sin embargo, resultó placentera al oído de ella. "Disfruta lo que estás viendo", añadió con una sonrisa burlona.

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