C3 No te metas con Jason

Jason Davenport

Reclinado contra uno de los pilares en la parte trasera del colegio, deslicé una mano en el bolsillo de mi chaqueta, mientras los dedos de la otra sostenían con ligereza el cigarrillo encendido.

¿Dónde diablos estaría? me cuestioné, lanzando una ojeada rápida al reloj en mi muñeca. Eran las tres en punto. Ella sabía que tenía que encontrarse conmigo justo después de clases, pero ahí estaba, haciéndome perder el tiempo como si no tuviera otra cosa que hacer en todo el día.

Ya verá cuando finalmente llegue, eso está claro, pensé, frunciendo el ceño y llevando el cigarrillo a mis labios.

Tras una calada breve, bajé la mano y exhalé el humo formando dos anillos irregulares.

Esperé otro minuto, con la mente en blanco, antes de dar una nueva calada, esta vez más profunda. La retuve en la boca unos segundos y luego la dejé escapar al aire. Justo después, comencé a irritarme de verdad.

Consulté la hora en mi reloj y mi gesto se endureció. Las tres y diez.

"¿Cómo es posible que sea yo quien la espera?" murmuré con incredulidad. "Esa tipa debería ser la que me estuviera esperando a mí, maldita sea."

Me despegué del pilar y empecé a caminar hacia el frente del colegio cuando escuché pasos acercándose. Creyendo que era un profesor, me detuve y oculté rápidamente el cigarrillo tras la espalda, sacando también mi móvil y fingiendo estar absorto en él.

Levanté la vista del móvil cuando los pasos cesaron a poca distancia, su propietario permaneció en silencio, sin decir palabra ni hacer más que estar parado ahí.

Mi mirada se encontró con la de Amelia, quien me observaba fijamente con el rostro impasible, aunque sus ojos grises destilaban enfado. Ante su mirada, esbocé una sonrisa. Había logrado mi objetivo al hacerle la zancadilla en el almuerzo, estaba claro. Solo saberlo me llenaba de alegría y, lo que es mejor, de satisfacción.

"Acércate", le indiqué con un gesto, sin perder la sonrisa.

Al principio, titubeó, con las manos hundidas en una chaqueta que no había notado que llevaba puesta al verla por primera vez.

Cuando continuó dudando, sentí que la irritación volvía a apoderarse de mí.

"Acércate de una maldita vez o te obligaré", gruñí, lanzándole una mirada fulminante.

Ella suspiró, rodó los ojos y se arrastró hacia mí, deteniéndose a escasa distancia.

"¿Quién diablos te dio esa chaqueta?", pregunté alzando una ceja, al darme cuenta de que se parecía mucho a la chaqueta de mezclilla que solía llevar Adrian.

Ella desvió la mirada. "Alguien mejor que tú".

"¿Eso iba por mí?", fruncí el ceño, desafiante.

"No", murmuró, sin volver a mirarme.

"Lo voy a pasar por alto", dije después de sostenerle la mirada con intensidad, "enana".

Ella me miró de golpe. "Mido uno setenta".

"Lo que significa que eres una enana de mierda", contraataqué.

Estaba a punto de hablar cuando la interrumpí.

"Ya basta", ordené. "Ahora dime, ¿de quién es esa chaqueta?"

"Es de Adrian", respondió con osadía, mirándome directamente.

Parecía que estaba cobrando valor, ¿verdad? Pero no por mucho tiempo.

"Adrian, claro", asentí, sus palabras confirmaban lo que ya sospechaba. "Está bien. No hay problema".

"Nunca lo hubo", se encogió de hombros con indiferencia.

Cansado de su actitud desafiante, la agarré del cuello y la atraje hacia mí bruscamente. El miedo en sus ojos cuando extendí la mano hacia ella era impagable, aunque me aseguré de ocultar cualquier emoción al respecto, manteniendo un ceño fruncido como única expresión en mi rostro.

"Basta, Amelia", dije con desdén. "Sigue así y te daré un motivo real para quedarte callada."