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C8 Afrontar la traición

El Dr. Manuel, un médico de prestigio y de confianza para Jason, quien siempre había recurrido a sus servicios, lo examinó después de administrarle un reanimante. De hecho, era el médico familiar de los Campbell desde hacía años.

Revisó meticulosamente los ojos de Jason, su ritmo cardíaco, la presión arterial, entre otros signos vitales.

El corazón de Jason latía de manera irregular y su presión estaba elevada. El doctor le recetó algunos medicamentos para controlar la hipertensión.

"¿Ha estado sometido a mucho estrés últimamente?", inquirió el doctor.

Bruno, observando a su amo con empatía, pensó: "No, mi jefe no se ha estresado, ha sido una Jezabel con apariencia de ángel la que le ha causado este terrible daño".

Jason suspiró profundamente. Incapaz de confiar en su voz, se limitó a negar con la cabeza.

"Debe tomarse las cosas con más calma. Su corazón no está en las mejores condiciones ahora mismo. Algo debe haberle causado un gran impacto. No tiene que hablar si no desea hacerlo, pero trate, en la medida de lo posible, de evitar la ansiedad y no albergue pensamientos que le causen dolor. Procure olvidar aquello que le genere ansiedad o sufrimiento.

Es imperativo que cuide su corazón y le permita sanar. De lo contrario, podría enfrentarse a una parálisis o a un paro cardíaco, lo cual es prácticamente sinónimo de perder la vida. Una vez que el corazón comienza a fallar, su manejo se vuelve sumamente complicado, a menos que se realice un trasplante. Así que reflexione, ¿vale realmente la pena arriesgar su vida por esto?", aconsejó el Dr. Manuel con sabiduría.

Jason asintió, indicando que había comprendido el mensaje.

Escuchó al doctor y comprendió la sabiduría de sus palabras, pero sabía que ponerlas en práctica sería mucho más difícil.

El médico le administró unos fármacos que lo indujeron al sueño de inmediato.

Bruno se quedó al lado de su jefe, atento a él y a todas sus necesidades.

Cada vez que Jason despertaba, buscaba con la mirada a Rebecca, pero su esperanza se desvanecía en la desilusión. A pesar de intentar seguir el consejo del médico, le resultaba extremadamente complicado.

Rebeca había sido su todo. Y, ¿qué había dicho el médico? ¿Que debía considerar si aquello que le provocaba tanta ansiedad y dolor valía la pena para arriesgar su vida?

Se rió amargamente de sí mismo. Lo que el médico ignora es que ya perdí mi vida. La perdí en el instante en que Rebeca se marchó con mi mejor amigo. No queda esperanza alguna.

Al día siguiente, cuando recuperó algo de fuerzas y sus sirvientes ocupaban sus respectivos puestos, llamó a la oficina y le indicó al gerente que se encargara de la empresa como solía hacer en su ausencia.

"¿Cuál es el problema? Te esperamos ayer y no regresaste. ¿Es algo serio? ¿Deberíamos estar al tanto?"

"Es un asunto serio y personal, pero ya se está atendiendo. Toma las riendas de todas las operaciones. Jamás has fallado en dirigir la empresa cuando no estoy. Confío en que esta vez no será la excepción."

"No se preocupe, señor. Será como si usted mismo estuviera al mando, se lo aseguro."

"Perfecto, nos vemos pronto."

Tras colgar, se dirigió al bar en busca de un trago, pero cada detalle le evocaba su recuerdo.

Recordó cómo solían ir juntos al bar, él le mezclaba su bebida favorita y brindaban por su vida en común, llena de felicidad.

Le invadió el deseo de golpear algo, incapaz de negar cuánto la extrañaría. De hecho, ya la extrañaba de manera insoportable.

Tomó un sorbo; la ginebra seca quemó su garganta al descender.

Eso era precisamente lo que buscaba: infligirse más dolor. Quizás así pudiera mitigar el tormento que sentía y contra el cual no podía luchar.

Con el tiempo, se dio cuenta de que necesitaba más ginebra y continuó bebiendo.

Al mediodía, cuando la cocinera vino a llamarlo para comer, lo encontró desplomado en una silla, sumido en la ebriedad.

Así comenzó su afición por la bebida. Jason descubrió que podía evadir su dolor a través del alcohol y decidió que si esa era la manera de enfrentar la traición, el dolor y la amargura, entonces seguiría por ese camino.

Se convirtió en un alcohólico. Vivía en un perpetuo estado de ebriedad, a menudo inconsciente de su entorno y de lo que sucedía a su alrededor.

Cada mañana despertaba con un dolor de cabeza atroz y la resaca le pesaba, pero tras tomar café o jugo de limón para aliviarla y comer algo —aunque ahora ingiriera menos de lo habitual y su cuerpo se hubiera consumido—, se refugiaba en su habitación para beber.

Para él, era mejor ahogarse en la bebida que rumiar el dolor que se negaba a desvanecerse.

Creía que el mundo lo responsabilizaría por la infidelidad y el abandono de su esposa. Dirían que no había sabido mantenerla a su lado o que no la había satisfecho, y que la pobre mujer había huido con un hombre mejor, que para colmo era su mejor amigo.

Estaba convencido de que los rumores ya habían hecho su ronda, que la noticia había corrido por su empresa y que todos sus empleados estaban al tanto.

No se sentía con fuerzas para enfrentar al mundo y en el fondo, pensaba que tenían razón. Seguramente había algo que no había hecho bien.

Quizás no había logrado complacerla sexualmente, a pesar de considerarse un hombre con destreza en la intimidad. Quizás Terry había sido, en efecto, un hombre mejor que él. Ese pensamiento era tan lacerante que solo el alcohol podía mitigar la tortura de su mente.

Jason sufría un trauma psicológico y se culpaba por la huida de su esposa.

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