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C1 EROTICA 1

PERSPECTIVA DE RINNA.

"¡Oh, mierda!", solté un susurro apenas audible. Sentía los ojos como plomos y no paraba de bostezar. Era el precio a pagar por trasnochar, algo a lo que ya estaba acostumbrada y que, de hecho, se había convertido en uno de mis pasatiempos favoritos. Pero en aquel momento, estaba realmente molesta. Me había pasado la noche entera viendo porno y ni siquiera había disfrutado. Intenté con algunas compilaciones de tríos protagonizados por estrellas del género, pero nada me llamó la atención. No eran los vídeos que tenía en mente, pero era eso o nada.

Desde la sombra de mis párpados caídos, observaba al señor Peggy Darius, nuestro jefe, mientras detallaba los cambios en la empresa. Qué sopor, pero no había opción; allí estábamos todos, atendiendo al multimillonario. "Rinna, concéntrate y apunta todo lo que se dice", me dije en voz baja. Pero justo cuando iba a tomar nota de las nuevas ventajas, un bostezo aún más grande se me escapó sin querer.

"Dios, ayúdame, que si sigo así me van a dar la patada", me reprendí, llevándome la mano a la boca con disimulo. Era de lo más vergonzoso, imagínate, en medio de la reunión y yo luchando contra el sueño. "Vamos, Rinna, sé una secretaria eficiente y apunta todo", me animé. Tras acomodarme y frotarme los ojos, eché un vistazo al cuaderno sobre la mesa y luego volví a mirar al multimillonario. Pero al hacerlo, no pude evitar verlo de nuevo y pensar lo mismo.

"Señor Peggy, ¿en serio?", pensé con una risita interna mientras lo observaba, con su cabeza perfectamente redonda y calva. "¡Concéntrate, por el amor de Dios!", me reprendí, sacudiendo la cabeza y frotándome los ojos otra vez. Pero mi curiosidad no solo se centraba en su nombre; la forma de su cabeza también me resultaba cómica.

"Rinna, ¡oh, no, mierda!", me dije, incapaz de soportar más la situación. Me excusé y salí disparada hacia el baño. "Uhmmmm...", al llegar, me rocié la cara con agua. El maquillaje se había estropeado, pero eso era lo de menos; mi único objetivo era despejarme. Mientras me pasaba los dedos por el pelo recogido en una cola, Cecilia, mi compañera de trabajo, entró al baño.

"¿Qué te crees con esa sonrisita?" le pregunté en cuanto la vi sonreírme a través del espejo. "Primero revisa tu Instagram", me susurró con una sonrisa dibujada en su rostro. "¿Revisarlo, en serio?" Una corriente eléctrica me recorrió la columna al instante. Sabía que ella también era traviesa como yo y a todos nos parecía bien.

Rezando internamente por encontrar lo que había deseado toda la noche, saqué mi teléfono del bolsillo. Con ansias reflejadas en mi rostro, inicié sesión en mi cuenta de Instagram y, en cuanto lo hice, una notificación saltó de inmediato, acelerando mi pulso a un ritmo frenético.

No era ni siquiera lo que más ansiaba, pero ya sentía cómo se formaba la humedad en mis bragas tras leer la notificación por un buen rato. "Raxan Miles ha publicado una nueva foto", casi gimo de la emoción mientras esperaba que se descargara. "Rinna... tú, la secretaria, ven ya o el señor Peggy te va a echar la bronca", justo cuando la imagen aún se estaba descargando, Cecilia murmuró con voz alarmada.

"Maldición", maldecí por lo bajo, regresando a la sala de reuniones. Aunque estaba sobria, mi mente divagaba lejos de allí. "Dios, no puedo esperar más", con mi clítoris latiendo intensamente bajo mi diminuto tanga de encaje, solo podía pensar en la foto que aún se estaba descargando.

"¡Oh, no! Otra vez con la gestión financiera", fruncí el ceño mientras intentaba concentrarme en lo que decía el señor Peggy. Estaba harta de apuntar los cambios realizados en la empresa. Me esforzaba por mantener la paciencia, sintiendo el impulso de sacar mi teléfono del bolsillo sin que nadie se diera cuenta y ver la foto de Raxan Miles.

"Dios, Rinna, ten paciencia", me dije a mí misma mientras ahora fijaba la vista en el reloj de la pared en lugar de prestar atención al señor Peggy. "Uno... dos... tres...", en lugar de escucharlo, contaba los segundos en el reloj. Milisegundos, segundos, minutos pasaban, y yo seguía con la mirada clavada en él, temiendo que se convirtieran en horas.

''¿Por qué? ¿Por qué, señor Peggy? ¿Por qué no deja de hablar y me permite irme...? ¿Por qué?'', me lamentaba por dentro mientras finalmente dejaba el bolígrafo sobre el cuaderno. Dios sabe que soy un vago de marca mayor, pero esto ya era el colmo. Estaba tan harto que incluso sentía que se me quemaban las posaderas de estar tanto tiempo sentado.

''Estos son los cambios que se han implementado en la empresa; pueden regresar a sus labores habituales'', casi grito de alegría al escuchar al señor Peggy decir eso. Desde que comenzó la reunión, esas han sido las palabras más dulces que le he oído pronunciar, tan dulces que me entraron ganas de acercarme y plantarle un beso rápido.

En cuanto él salió con sus guardaespaldas en fila, fui el primero en brincar de la silla antes que nadie pudiera hacerlo. "¡Mierda!", exclamé después de recoger mis cuadernos a toda prisa y salir disparado de la sala de manera tan poco profesional que choqué con algunos empresarios. "Rinna...", justo cuando creía haber escapado de aquel infernal salón de reuniones, escuché que alguien me llamaba.

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