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C1 Capitulo 1

Iba caminando por los pasillos, altos techos y delicadas decoraciones en las paredes; llevaba la cabeza gacha y la mirada perdida en sus pies descalzos y en sus manos encadenadas que estaban atadas a una larga cadena que lo unía a sus compañeros que iban en columna. Podía sentir el frío del invierno calar en sus huesos.

Pronto pasaron a través de una gran puerta doble de color blanco, con decoraciones doradas y negras en ella.

Llegaron a un amplio salón con altas ventanas, muebles color crema, pequeñas mesas cercanas, candelabros dorados con detalles negros, una alfombra que cubría en su totalidad el suelo, todo lleno de omegas que simplemente estaban sentados, bebiendo té, comiendo de bandejas o jugando algún juego de mesa. Al final de dicho salón estaba la entrada a un balcón, a cada lado de éste unas escaleras que daban a un segundo piso.

El omega que los estuvo guiando les dijo donde parar, llamando a una mujer mayor junto a dos jóvenes que llevaban como uniformes vestidos cafés de cuello alto y el cabello recogido.

Todos los encadenados fueron colocados en fila. Las mujeres con vestidos cafés fueron inspeccionando a cada uno, comenzando con una omega, le revisaron la boca, los oídos, su nariz, y así pasando a la siguiente, mientras la mujer mayor tomaba a algunas de las que ya eran revisadas, de los 15 que habían revisado solo tres habían pasado a la columna formada por la mujer.

Justo cuando estaba siendo revisado la mujer mayor tomó a otro omega.

–Listo, los demás serán acogidos en el programa del rey consorte, que se los lleven al refugio —soltó la mujer comenzando a caminar.

—No podemos tomar cuatro omegas, señora. Números pares —le dijo en voz alta el omega que los había guiado desde su llegada.

—Es verdad —dijo ella mientras tenía la vista fija en su camino a pesar de haber cesado sus pasos—. Toma el que quieras, confío en tu juicio —comentó reanudando su caminata a las escaleras de la derecha.

El omega giró en dirección a la fila, mirando con detenimiento a cada omega presente en ella. Pronto sus pasos moviéndose en su dirección.

—¿Cuál es tu edad? —inquirió hacía él.

—Cumpliré 22 en la próxima parte oscura del año,19 de Octubre—murmuró el alto omega de cabello negro.

Fue tomado de su brazo izquierdo siendo prácticamente obligado a caminar hacía donde se había ido la mujer anteriormente.

En el piso de arriba fue recibido por un pasillo con dos habitaciones de cada lado, siendo empujado para entrar a la primera de la izquierda. Allí vio que los omegas seleccionados estaban desvistiéndose frente a una de las mujeres de vestidos cafés.

El omega que lo trajo amablemente le señaló el lugar en el que estaban los demás omegas, en una señal de que debía ir y hacer lo mismo, haciendo que se tensara visiblemente.

Por supuesto que su acompañante lo notó.

—No te preocupes, solo van a ser revisados por la doctora y luego se darán un baño —le dijo con una suave sonrisa en sus labios, que lo hizo perder algo de tensión.

Con un poco más de confianza se acercó al mesón donde los demás estaban colocando su ropa. Descartó la suya, que constaba de un vestido blanco y un corsé café, nada muy ostentoso ya que vivía en un campo donde no podía darse el lujo de llevar muchas capas de ropa si no quería morir de calor.

Se colocó junto a los demás, un hombre y tres mujeres, una de ellas fue pasada detrás de una cortina blanca al lado de un pasillo, pasando unos cinco minutos entre cada uno.

Cuando llegó su turno, observó una camilla con piezas metálicas al pie de ésta, una silla con la mujer esperando, la cual le dio una señal para recostarse; estaba contra una alta ventana que dejaba entrar la luz, en el final de la camilla.

Hizo lo indicado, colocando los pies en cada pieza metálica para mantener sus piernas arriba y abiertas; la mujer colocó una ligera sábana sobre él.

—Bien, bonito, ¿Cuál es tu nombre? —le dijo con voz suave mientras conectaban miradas.

—Cybele —dijo el omega jugando con sus manos sobre su abdomen.

— Bueno, Cybele, yo soy Amelia. Voy a revisarte para ver que todo esté bien allí abajo y en general, no tienes por qué estar nervioso, ahora soy tu doctora y espero serlo por mucho tiempo más— le dijo con una sonrisa amable en lo que procedía a hurgar entre sus piernas con sus manos y otros objetos.

Mientras, su mirada se dirigió a la esquina de la habitación; posándose en un altar con velas gruesas, flores y frutas, que estaban en frente de un dibujo de dos mujeres, una con una serpiente enroscada en su torso, a la cual le daba de comer, y la otra alimentaba a una serpiente de igual manera, pero ésta estaba en un árbol.

—¿Quiénes son? —inquirió a la mujer, la cual volteo al lugar donde estaba su mirada.

—Ah, son Higea y Panacea, ¿No las conoces? ¿De dónde vienes exactamente? —le cuestionó ella mirándolo a los ojos, aunque el chico no le devolvía la mirada.

—Bastante lejos al parecer, nunca escuché de ellas, ¿Qué hacen? —respondió detallando el dibujo en el papel gastado.

—Las dos son hijas de Asclepio, el Dios de la salud, Higea es la Diosa de la curación y la sanidad y Panacea de la salud, éste es un consultorio médico por si no te has dado cuenta—le dijo con un deje de broma.

No comentó más nada con respecto a aquello.

Recibió indicaciones para sentarse mientras la joven revisaba los latidos de su corazón, respiración y demás cosas.

Al terminar fue guiado a salir y caminar por el pasillo; al final de éste, había una zona con bancos de mármol suspendidos sobre tinas, sobre cada banco había una fuente que dejaba caer agua a quien se sentara.

Del lado opuesto del gran baño había 7 cuencos enormes que tenían capacidad para cinco personas más o menos, con fuentes, las cuales no estaban funcionando, no entendió por qué hasta que vio las mismas llenas de hierbas de las cuales venía un herbal aroma. Todo cubierto con flores y rodeado de velas

Fue guiado a los bancos donde le indicaron que se limpiara de todo.

Él no era tonto, sabía que no solo hablaban de suciedad física.

Al terminar con su labor fue a uno de los grandes cuencos en el que se sumergió.

Unos omegas y mujeres betas que estaban al pendiente de todo y ayudando se acercaron, primero preguntando sus nombres, luego haciendo un círculo alrededor de todos mientras comenzaban a susurrar en voz baja de manera repetitiva.

Nunca pensó que nadie se encargaría de limpiarlo y protegerlo energéticamente, muy lindo, pero sabe que no lo hacían por benevolencia, era para evitar que cualquier peligro entrara al palacio.

Con toallas sobre sus cuerpos, caminaron por otro pasillo -¿Cuántos tenía el lugar?-

En el cuál sobre mesones de mármol había frascos con diferentes aceites, cremas y perfumes. Los dejaron elegir libremente cuales usar mientras les iban entregando ropa, simplemente esperando por ellos.

No iba a mentir, le parecía muy raro que no hubiera lugares privados para vestirse y el cero pudor que tenían las personas que los guiaban.

Con confianza se desvistió, colocó los aceites en cantidades adecuadas en su cuerpo.

Al ponerse el vestido le prestó atención al verse en el espejo que estaba al lado del mesón. Era un hermoso vestido blanco con el cuello y los hombros cubiertos por el frío, las mangas eran largas, pero tenían una abertura desde sus codos que dejaban caer con gracia la tela a sus costados, la delicada tela cosquilleando los lugares donde rosaba, se le fueron entregadas sandalias con delgadas cintas que envolvían sus tobillos y pantorrillas.

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