Infieles/C5 Capítulo 5
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C5 Capítulo 5

Faith

Bajé del taxi al mismo tiempo que llegaban dos camionetas a la pista, afuera del avión yacían el piloto y dos aeromozas. Arrastré mi maleta y una de las chicas se acercó para ayudarme con ella, voltee a ver al hombre que bajaba del auto con un traje azul marino sin corbata y lentes de sol, con su andar prepotente y esa seguridad que emanaba. El aroma de su perfume invadió mis fosas nasales al tenerlo a tan sólo unos pasos de mi, se acercó a saludar al piloto para después fijarse en mi.

—Buenas tardes, señor —saludé, un asentimiento de cabeza fue lo que recibí en respuesta, pasó por mi lado subiendo al jet y sin poder evitarlo me fijé en su espalda y en su muy grande trasero.

Traté de disimular la sonrisa en mis labios, sacudí mi cabeza y lo seguí, me acodé a tres sillones de él tratando de mantener la distancia y no incordiarlo con mi presencia. Una de las aeromozas le sirvió whisky antes de despegar, me fijé en la manera en que aquel líquido pasaba por su garganta, y no me bastó sólo verlo hasta ahí sino que mis ojos bajaron hasta su pecho, abdomen y... desvié mi mirada hacia un lado, mis mejillas se sonrojaron por lo atrevida que estaba siendo. Cuando me atreví a levantar la mirada y volver a hacer el recorrido me encontré con sus azules ojos fijos en mi, escaneándome, haciéndome saber que estaba enterado del recorrido que le había hecho. Me sentí desmayar cuando un asomo de sonrisa se formó en sus labios, los cuales se relamió cuando sus ojos se posaron en mis pechos.

Apreté mis muslos y mordí mi labio inferior discretamente, sentía que el aire era insuficiente y no sabría si soportaría todo el vuelo con él a una pequeña distancia. Desvíe la mirada y me quedé viendo la ventana, el jet no tardó en despegar y las siguientes horas fueron la mas tortuosas de mi vida. Si bien él se centró en trabajar desde su iPad, de vez en vez me lo encontraba mirándome con discreción, mientras yo no paraba de preguntarme mil cosas, reprendiéndome por la desviación de mis pensamientos y por cómo reaccionaba mi cuerpo a cada mirada suya.

Al llegar al hotel recibieron nuestro equipaje, fui a registrarme en la recepción para que me dieran la lleve de mi habitación. El señor McConnell se encontraba a unos pasos de mi esperando por su tarjeta de acceso.

Me alteré cuando me dijeron que no habían habitaciones disponibles.

—¿Cómo que no hay habitaciones disponibles? Hice reservación hace unos días, debe ser un error.

—Lo siento mucho, señorita. Pero no se registró la reservación y por el momento no hay habitaciones disponibles.

Quería tomar su cabeza y estrellarla contra la pantalla frente a ella al no darme una solución cuando era evidente que el error había sido de ellos. Ahora mi jefe pensaría que una completa inepta al no poder reservar ninguna habitación.

—Su tarjeta, señor —uno de los botones le tendió la tarjeta al señor McConnell, quien me miraba con el entrecejo fruncido. Al parecer oyó la conversación.

—¿Qué sucede? —preguntó a la recepcionista

—Al parecer no registraron la reservación que hice días antes de venir, no me dan soluciones cuando fue una incompetencia de parte de ellos.

Hizo una mueca y un ademán para que lo siguiera.

—En la suite hay una habitación extra, puede quedarse ahí —dijo deteniéndose frente al ascensor.

—Gracias, señor.

Solo asintió con su cabeza, se hizo a un lado cuando el ascensor abrió sus puertas, señaló el interior para que pasara primero. A parte de estar bueno, era caballeroso, tuvo el mismo gesto cuando entramos a la suite.

—Tienes libre el resto de la noche, mañana a primera hora marcharemos al Capitolio —señaló una puerta —esa es tu habitación.

Asentí y en silencio caminé a la que sería mi habitación, era amplia al igual que la cama, tenía acceso al balcón que daba una hermosa vista a la ciudad. Dejé la maleta de lado, me deshice de la chaqueta que traía y de los tacones, me acosté en la cama disfrutando de la suavidad de esta.

Había una opresión en mi pecho al recordar las palabras de mi amiga, «¿Qué debo hacer?» he convivo tanto con Aiden que se me hace difícil no visualizar un futuro sin él a mi lado, a pesar de los problemas siempre seguíamos amándonos. No sé qué estaba cambiando, deseaba saber la razón de su indiferencia y del por qué estaba huyendo de mi, hace un mes quise ir a visitarlo a Londres pero no quiso alegando que estaba muy ocupado y que no tendría tiempo para mi. Me dolió un poco pero acepté tratando de convencerme a mi misma que estaba bien y que tenía razón, pero había algo en mi interior que me decía que nada estaba bien y que quizás alguien más se estaba adueñando del corazón de mi novio. Y el que me propusiera lo de la relación abierta sólo confirmaba mis pensamientos, le gustaba otra, quería estar con otra y seguir conmigo.

Limpié la lágrima solitaria que se resbaló por mi mejilla, me levanté de la cama apresurándome al baño, tenía que despejar mi cabeza y tal vez un pequeño paseo me resultara.

Me cambie por algo menos formal, un vestido blanco entallado de cuello de tortuga que dejaba la espalda descubierta, no era muy largo, a penas y cubría la mitad de mis piernas. Recogí mi cabello en un moño y me calcé con unas zapatillas de tacón grueso. Tomé mi bolso para después salir de mi habitación, caminé tranquila hasta que lo vi sentado en un sofá con la camisa abierta mostrando su definido abdomen, sentí que mi garganta se secó, tuve que tragar grueso ante las sensaciones de mi acalorado cuerpo.

—¿Saldrá? —me preguntó levantando la vista hacia mi, asentí con la cabeza pues me sentía incapaz de soltar una palabra coherente —En ese caso puede tomar la tarjeta.

Con un gesto de cabeza señaló la mesita frente a él donde descansaba dicho objeto. Obligué a mi cuerpo a reaccionar y con pasos cortos me acerqué para tomarla, al estar tan nerviosa la tarjeta se deslizó de mis dedos cayendo sobre la alfombra, mi corazón latía desbocado ante la oportunidad. Con toda la sensualidad me acuclillé haciendo que el vestido se deslizara hacia arriba, cubriendo solo mi trasero y dejando más visible mis piernas, de reojo miré cómo se acomodó en el sofá poniendo sobre su regazo el iPad.

Sonreí para mis adentros disfrutando el tener su atención, el que esa mirada se oscureciera por mi. Me levanté y le sonreí mientras bajaba el vestido.

—Con su permiso, señor.

—Adelante

Pasé frente a él contoneando mis caderas hasta salir de la suite, afuera solté una larga exhalación ante la descarga de adrenalina.

—¿Qué estoy haciendo? —pregunté en susurro, estaba actuando como una completa descarada, disfrutando del que viera mi cuerpo y fantaseara con él.

Bajé al bar del hotel, me senté en la barra y pedí algo suave, no podía embriagarme ya que mañana tendría que trabajar. El ambiente estaba un poco apagado, la mayoría eran hombre apostando y unas pocas mujeres estaban bailando en la pista. Terminé cambiando de opinión y pedí vodka, al cuarto shot me acerqué a la pista de baile dejándome llevar por el ritmo de la música latina que sonaba en los parlantes, moví mis caderas con destreza imaginando que al hombre que le bailaba era mi jefe, casi sentí sus manos en mis caderas y el roce de su pelvis en mi trasero, su nariz rosando mi cuello y depositando un pequeño beso húmedo. Hice mi cabeza hacia atrás sin dejar de mover mi cuerpo, cerré mis ojos y entré abrí mi boca deseando tener la suya sobre mi, apaciguando estas enormes ganas que le tengo.

Abrí mis ojos saliendo de la ensoñación cuando un hombre se pegó en mi espalda bailando a mi ritmo, medio me voltee para verlo y no estaba tan mal, lo dejé que posara sus manos en mi cadera y volver realidad lo que imaginé hace un momento, seguí bailando un par de canciones mas hasta que me cansé y regresé a la barra pidiendo otro trago, sería el último y regresaría a mi habitación. Ya era algo tarde, miré al chico con el que estuve bailando y agradecí que no me siguiera.

Al llegar a la suite él no estaba por ningún lado lo cual era bueno porque con el alcohol en mi sistema no actuaria de la manera más correcta, temía lanzarme sobre él y devorar esa boca que tanto ansiaba probar. Entré a la habitación, me quite las zapatillas y decidí salir un rato al balcón para recibir un poco de aire fresco, tal vez eso me bajaba la borrachera no planeada.

El lugar era amplio y al parecer toda la suite tenía acceso a la misma área, caminé hasta quedar cerca del barandal y fijé mi vista en los rascacielos de la ciudad. Un ruido a mi espalda me hizo voltear, abrí mi boca del asombro al encontrarme con el señor McConnell recostado sobre la puerta de su habitación mirándome con curiosidad y es que lo que más me desestabilizó no fue su presencia sino en que vestía una única prenda, un pantalón de pijama .

—¡Oh mierda! —mis ojos se desviaron a sus brazos y fueron descendiendo a su torso, salivé al fijarme en la v tan bien marcada que se perdía en la cinturilla de su pantalón. Tragué grueso al fijarme en su entrepierna y lo apetitosa que se miraba.

—¿Sucede algo, señorita Petterson? —preguntó con tono burlón, mi cara se enrojeció, podía asegurarlo, incluso mis orejas se calentaron.

—Yo... —mi lengua se enredó y fui incapaz de formular otra palabra

—¿Disfruta la vista? —volvió a preguntar dando pasos hacia mí ocasionando que mi corazón quisiera salirse de mi pecho —Porque déjeme decirle que yo si la estoy disfrutando —se detuvo a sólo dos pasos de mí sorprendiéndome y dándome luz verde para mi descarada actitud.

—¿Ah, si? ¿Y qué es lo que disfruta ver, señor McConnell? —me relamí los labios sin dejar de verlo, no quería perderme ninguna reacción de su divino rostro.

—A usted, señorita Petterson.

—¿Le gusto, señor McConnell? —di un paso hacia él olvidándome del nerviosismo y de la ética profesional, sintiéndome ansiosa por oír su respuesta.

—Dejaría de ser hombre sino lo hiciera —alzó su mano hasta mi rostro, rozando mi labio inferior con su pulgar. Culpando al alcohol me tomé el atrevimiento de atrapar su dedo con mis labios y acariciarlo con mi lengua. La sonrisa de lado que emergió de sus labios me hizo humedecer e incrementar mí ansiedad.

Solté su dedo y posé mi mano sobre su pecho.

—Y yo dejaría de ser mujer sino dijera lo mucho que usted me calienta, señor McConnell.

—¿Ahora mismo lo está? —llevó su mano a mi cadera pegándome a él y dejándome sentir su erección.

—Si —susurré acercándome peligrosamente a su boca —lo estoy tanto como usted.

Podía sentir su respiración agitada, percibía sus ganas y yo sólo deseaba que esto no fuera una mala jugada de mi cabeza, porque si lo era estaba segura que terminaría llorando por la frustración.

Sus labios al fin se movieron y apresaron los míos, no los movió enseguida sino que sólo los atrapó como si esperara mi consentimiento, y era más que claro que lo tenía cuando no me aparte sino que en su lugar tomé la iniciativa para seguir con aquello que me hizo sentir en la gloria cuando reaccionó con la misma ferocidad en que la que yo lo estaba haciendo, deslicé mis manos a su torso y lo tomé de los costados hundiendo mis dedos según aquello iba incrementando, sus manos se desviaron a mis glúteos apretándolos con fuerza sacándome un gemido que fue ahogado en su boca. Su legua se abrió paso entre mis labios, gustosa la recibí jugueteando con la mía.

«¡Está pasando! ¡Estoy besando a Mattew McConnell, el protagonista de mis sueños húmedos!»

Sentía la humedad en mi intimidad aumentar, el calor en mi cuerpo me estaba quemando al igual que las ganas de que me tocara más. Pero el momento de gloria no duró tanto como hubiese querido, de repente se apartó y me miró fijamente.

—Descanse, señorita Petterson —fue lo que dijo antes de darse la vuelta y dejarme sola en el balcón.

Sola y caliente.

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