LA ADICCIÓN DEL ALFA/C2 CONOCERLE POR PRIMERA VEZ
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C2 CONOCERLE POR PRIMERA VEZ

Golpes secos y rápidos contra la puerta de madera interrumpieron el sueño de Emma. Por un breve momento creyó seguir en Florida, acomodada en su cama grande, hasta que sus ojos captaron a dos cucarachas correteando en el suelo y su espalda le recordó con dolor haber dormido apoyada en la mesa de la cocina.

Frunció el ceño, masajeándose la cabeza con desgano, al percatarse de que se había quedado dormida meditando sobre su vida y planificando cómo organizaría su ingreso a la universidad del condado la próxima semana. Los pensamientos, regresando impetuosos como un río en crecida, continuaban abrumándola.

Reflexionando de nuevo, Emma comprendió que necesitaba encontrar un trabajo, algo que le permitiera sostenerse económicamente. Pero, por más que lo intentaba, no se le ocurría ningún empleo que pudiera desempeñar; jamás había trabajado por dinero en sus 17 años.

Su padre siempre había cuidado de que ni ella ni Amelia carecieran de efectivo, a pesar de su trato cruel. En ese aspecto, ella siempre le había reconocido mérito, aunque el dinero que Amelia recibía para sus gastos semanales duplicaba el suyo. Sin embargo, ahora, pensó Emma con fatiga, él también había congelado sus cuentas y le había confiscado el teléfono. Le había asegurado que ya tenía todo lo necesario y que cualquier extra correría por su cuenta...

"...lo que implica que incluso esperaba que trabajase, ¿de qué otra manera conseguiría el dinero extra? ¿Robando?" murmuró Emma con pesar.

Si al menos tuviera su móvil, podría hacer algunas llamadas, reflexionó, rascándose una picazón en el cuero cabelludo.

Si había algo que había aprendido de su padre, era la importancia de mantener contactos. Siempre les había inculcado a ella y a Amelia la importancia de hacer amigos valiosos y conservarlos, sin importar las circunstancias.

"Te podrían ser útiles en el futuro", solía decir, antes de lanzarse a relatar cómo se había convertido en un magnate adinerado que hasta prestaba dinero a los funcionarios del gobierno. Cómo había forjado amistades que le ayudaron a ascender por la escalera del éxito y la fortuna.

Pero entonces él se llevó su teléfono, y Emma apretó los dientes solo de pensarlo. Ahora recordaba con total claridad que tenía amigos en Instagram que vivían en Inglaterra, y estaba convencida de que al menos uno o dos de ellos tendrían alguna información sobre ese condado.

"Pero entonces, él se llevó mi teléfono", dijo Emma, golpeando la mesa con su mano en un gesto de irritación.

Se oyó otra vez el golpeteo en la puerta.

Emma salió de su ensimismamiento y soltó un improperio, preguntándose quién podría ser a estas horas. Su hermana estaba lejos, en Florida, tal vez disfrutando del surf ahora mismo. Y su padre no vendría hasta dentro de tres meses.

Se frotó las manos, quizás para calmar el dolor de haber golpeado una contra la mesa, y se levantó con desgana, cruzando la cocina con paso inestable. Suspiró profundamente al ver el caos de las habitaciones, hasta que llegó a la puerta principal, todavía preguntándose quién estaría al otro lado. No tuvo que esperar mucho para descubrirlo.

Al abrir la puerta, se encontró con un hombre alto y atractivo frente a ella.

Era un hombre de 1,80 metros de estatura, con unos ojos azules profundos. Tenía la piel ligeramente bronceada, y Emma se preguntó si habría algún mar cerca, ya que no había visto ninguno durante el trayecto. Su cabello, oscuro y rico, estaba recogido en una coleta. En resumen, era un festín para la vista. Emma silbó impresionada. Si la mitad de los hombres de este condado eran tan guapos como el que tenía delante, entonces la aventura a la que su padre la había empujado no sería tan mala, pensó con una sonrisa.

Sí, siempre le habían atraído los hombres altos y de cabello oscuro. Además, él lucía una barba que parecía haber sido recortada recientemente. Emma suspiró con aire soñador.

"Hola", dijo él, agitando las manos frente a su rostro. Su expresión era de confusión, y sus labios se curvaron en una mueca de disgusto.

Emma parpadeó varias veces y ladeó la cabeza, tocándose la frente con gesto pensativo.

"¿Qué me pasa?" se preguntó ella con un dejo de melancolía.

Al alzar la vista para encontrarse con la intensa mirada del chico, notó de reojo que había otros, tipos atractivos y musculosos con…

"…espera un momento", murmuró Emma para sí en un susurro.

Los chicos traían equipos de limpieza.

"¿Qué está ocurriendo? ¿Quién llamó a la empresa de limpieza? Acabo de llegar, hace apenas unas horas", pensó con desconcierto.

Luego dedujo que solo podía haber sido su padre, y por un instante se sintió profundamente agradecida. Aunque todavía necesitaba confirmarlo, reflexionó.

Estaba a punto de preguntar cómo y por qué habían llegado a la casa, cuando el atractivo chico se adelantó.

"Hola de nuevo. Soy Derek, de la empresa de limpieza Peipei", se presentó él, esbozando una sonrisa forzada que, a pesar de todo, dejaba ver una hilera de dientes blancos y brillantes.

Sin embargo, Emma no se detuvo a admirar su sonrisa deslumbrante, como quizás lo habría hecho en otro momento al conocer a alguien por primera vez. Lo que realmente captó su atención fue la sonrisa artificial, y supo con certeza que era la típica sonrisa de cortesía profesional; aunque en esta ocasión, parecía más una mueca. Y tenía la impresión de que el señor Atractivo preferiría estar en un club observando a mujeres desvestirse que aquí, conversando con ella.

"Hola, soy Emma, y no recuerdo haber solicitado ningún servicio de limpieza", respondió con franqueza, manteniendo la mirada fija en él.

"Sí, tú no, pero el propietario de la casa sí", replicó Derek con un tono algo desdeñoso, como si le hablara a una hermana pequeña.

Había observado a la chica, con su rostro salpicado de polvo, coqueteando con él hace apenas unos segundos y se mofó por dentro. "Los humanos pueden ser tan patéticos", pensó. Aunque su aroma era sutil, podía reconocer que ella era una de ellas. Sin embargo, no lograba entender qué hacía en una zona que estaba expresamente reservada para los hombres lobo de este condado. Ahora, al ver su porte altivo, esperaba con cierta expectación escuchar lo que ella diría a continuación.

Pero Emma se burló con estrépito.

"Soy la propietaria de la casa, señor", declaró con una sonrisa cargada de sarcasmo.

Derek se quedó desconcertado por un instante. Observó a la joven de aspecto fatigado que tenía enfrente, la misma que segundos antes le había lanzado miradas insistentes y que no parecía tener más de 18 años, y soltó una carcajada burlona.

"No tengo idea de qué habla, señorita, pero fue el señor Jason quien nos convocó. ¿Es usted su amante o su empleada? Cualquiera que sea el caso, hágale una llamada para confirmarlo, porque no tenemos todo el día para perder", expresó con desprecio.

Después de unos segundos, un ronroneo de satisfacción se deslizó de sus labios al presenciar el cambio radical en la postura arrogante y la mirada altiva de ella, al comprender plenamente el significado de sus palabras.

La expresión de horror en el rostro de ella le resultó sumamente gratificante...

Le enseñaría una lección, pensó Derek, si es que ella creía poder subestimarlo. Los humanos eran tan fáciles de manipular.

Entonces, cruzando sus robustos brazos velludos sobre el pecho, le lanzó una mirada desafiante, con los labios curvados en una sonrisa burlona.

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