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C7 Quimeras

Amaia

El bendito coche avanzaba y yo no quería llegar a mi casa.

Esa casa que el me compró, allí donde me amó y dónde me rompió el corazón cuando ví aquella maldita foto, que ahora mismo soy capaz de desechar de mi recuerdo y de mi orgullo herido, con tal de recuperarlo.

Así de tóxico es nuestro amor.

Así de tóxica es mi vida con él. Y mucho más tóxica estoy segura, que es sin él.

Porque no hay nada más tóxico que negarse el más corrosivo vicio. Es casi una autoflagelación.

Casi tan lastimero es negarselo, como permitírselo.

Y cuando vivimos esos niveles de toxicidad tan homogéneos...

¿Que es lo correcto?

¿ Consumir el vicio o consumirse en la abstinencia?

Me encontraba sin respuestas. Como siempre que me veía en una encrucijada referente a Aídan.

Nada era correcto y todo era perfecto. Así era el.

Mi asfixia iba en aumento cada minuto que sentía que el no estaba, cada segundo que saboreaba su ausencia sin fecha de regreso a si presencia.

Porque es que hasta el aire es tóxico, dependiendo de la sustancia con la que se mezcle.

Pero, ¿Cómo se hace cuando necesitas respirar y la toxicidad del ambiente te ahoga?

El y yo somos el mismo aire, el es el mío y yo el suyo.

Si lo respiro demasiado me ahogo y si dejo de hacerlo me asfixio.

¡¡ Basta!!

Me zarandeo mentalmente y me obligo a regresar a mi posición anterior.

Vuelvo a mi conducta ácida y a mi razonamiento más lógico ante los ojos de cualquiera...

El no es bueno para mí, yo soy mala para él.

En fin... somos tóxicos.

— ¿Quiero volver al trabajo cuanto antes? — le digo a mi jefe y suegro, evitando hacer contacto visual con el, para que no vea las lágrimas que llenan y recargan mis párpados.

— En una semana estás de vuelta. Antes no — sentenció Douglas en tono de, no te atrevas a contradecir mis órdenes.

— De acuerdo. Sin embargo — tenía que hacer esto, lo necesitaba y por eso le pedí — quiero que me permitas ver a Alicia.

— En una semana puedes volver a pedírmelo, antes no — repitió autoritario y casi sentí que hablaba con Aídan. Digno hijo de su padre, pude lucubrar.

No pasó mucho rato, cuando divisé mi casa y el espacio que Aídan había creado para los dos, dónde ahora solo estaría yo... Sola y sin el.

Viviendo una quimera desecha.

— No voy a bajar Amaia, tengo un hijo que controlar — nos sonreímos con desgano el uno al otro y su chófer deteniendo el auto, se bajó y abrió mi puerta para que bajara.

Casi no había tocado el suelo, cuando una chica idéntica a mí, se abalanzó sobre mi anatomía y me llenó la cara de besos demasiados sonados y confortablemente sentidos.

— Mi terroncito cómo he esperado este momento. Pensé que el idiota de tu marido no te dejaría ir.— yo permanecía abrazada a lo único que podía llenarme un poquito en estos momentos de tanto espacio vacío dentro. Mi hermana y su hijo nonato.

El auto detrás de nosotras se fue y mi madre, Jason y Ashton salieron a saludarme con menos euforia que mi angelito.

Por fin nos separamos y a pesar de que todo mi rostro fuera inspeccionado por Aitana, ella tuvo el cuidado de no tocarme demasiado la débil piel que ahora tenía sobre mis mejillas.

Otra de las cosas que le debía a mí marido... Sus cuidados.

— ¿ Estás bien hija? ¿ Dejas que te abrace? — es tan triste ver a tu propia madre hablarte con tanto cuidado por sus propios errores que no pude negarle el corto y medio ausente abrazo.

Cuando un padre, debe tratar con pinzas a un hijo, es la clara muestra del error paterno.

Dependiendo de la medida de ese trato es el tamaño de ese error.

Y en este caso, como en todos, cualquiera podía ver desde fuera lo lastimada que estaba nuestra relación.

Nunca un hijo rechaza a un buen padre, por muy dolido que puedas con alguno de tus padres, si el ha sido ejemplar, los hijos tendemos rápidamente a ignorar nuestro pasajero rencor hacia ellos.

Pero en mi caso, no podía hacer eso.

Sin embargo con Jason, al que aún no le apuntaba ningún daño irreparable, el saludo fue genuino y limpio. No teníamos la confianza ni el cariño que deberíamos, por obvias razones, pero tampoco había razones de gran peso para mantener distancias cargadas de rencores.

— Ven aquí terroncito, deja que aproveche la ausencia del cavernícola para saludarte con el cariño que te tengo y el alivio que siento al verte, medianamente saludable.

Ashton es tan fácil que soy feliz por mi hermana. Su contacto es cálido, su personalidad es infantil y traviesa, pero puede ser muy serio las pocas veces que se lo propone.

Definitivamente, una persona favorita para cualquiera. Así que me hace más que plena, que sea el marido de mi hermana y el padre de mi sobrino.

Habían pasado unas tres horas desde que había entrado en aquella casa enorme, que a pesar de estar con algunas personas dentro, me quedaba muy grande, la ausencia de la única que verdaderamente la llenaba.

En este momento, que me encontraba en mi habitación, sentada al borde de nuestra cama, me preguntaba en silencio doloroso,¿Cómo haría para soportar este castigo autoimpuesto al que estaba sometida?

Todos los seres humanos sabemos diferenciar lo correcto de lo incorrecto, lo dañino de lo saludable, lo necesario de lo indispensable y lo común de lo excepcional.

Lo cual no quiere decir, que tomemos los rumbos adecuados, cuando solo queremos sumergirnos en lo deseado.

Y eso era el.

Mi deseo, mis ganas, mi correcta incorrección y mi evidente locura.

Mi mente me estaba castigando, solo por el hecho de pretender hacer lo correcto, cuando mi necesidad me pedía satisfacer mis ganas.

El era excepcional para mí, nada común y completamente indispensable.

En mis momentos de soledad, sentía que solo había estado vislumbrando una quimera, cuando la realidad era... Que no era nada sin él.

Bueno o malo, correcto o incorrecto, yo no era nada sin él.

— Debes descansar Amaia, solo eso y verás las cosas con más lógica y claridad — me decía mi hermana, quitando la ropa de mi cuerpo como si yo fuera un bebé que había que proteger del mundo hostil.

Pero es que no había lógica ni claridad sin el. Todo era absurdo y oscuro para mí cuando Aídan no estaba.

Aún así resulta, que yo sabía que estaba haciendo lo que debía hacer, solo que no estaba lista para eso.

— Me duele demasiado Aitana, me deja muy vacía cuando no está. Fuí capaz de vivir ocho meses sin el, pero porque lo culpaba de cosas que no me dejaban extrañarlo tanto. Sin embargo ahora, estoy desecha, sintiendo que moriré sino vuelve. Quiero llorar, tanto que mi cuerpo se deshidrate hasta perder el conocimiento y no sentir. Me está empezando a importar una mierda, lo que antes tan vehementemente le reclamé.

Estaba desnuda, de cuerpo y alma, frente a mi hermana que hasta estando enferma, era más fuerte que yo.

— Los dos merecen tener una relación más sana cariño. Tienen que arreglarlo para que no te sientas así cuando el no esté. Esto no es natural ni justo para ninguno. Ni siquiera pueden hablar porque el no cede y tú no exiges. — podía tener razón, pero yo no quería razonar, yo quería sentir. Sentirlo a él.

— Las conversaciones entre nosotros son distintas, no entenderías — y era la verdad. Cada asunto de importancia que tratabamos lo hacíamos follando a lo bestia. Hasta casarnos fue así.

Pero nadie puede entender, el tamaño de lo que tenemos. Ni siquiera nosotros vemos la dimensión de lo nuestro. La buena y la mala, porque solo nos vemos a nosotros. Aunque lo bueno nos dañe y lo malo nos complazca. Así de masoquistas somos. Así de permisivos, así de locos, así de nuestros.

— ¿Quieres que te bañe? — no se puede tener una mejor hermana que la mía.

Necesitaba que habláramos de tanto, pero mi cabeza no procesaba nada. Tenía un extraño episodio de síndrome de abstinencia de Aídan.

— No angelito. Voy a tomarme mi tiempo en la bañera y luego dormir. — ella asintió y se dirigió a la puerta, se giró y me miró tan preocupada que supe en ese justo momento, el daño que le hacía a todos con mi conducta adictiva hacia el. — te quiero Aitana, eso no ha cambiado y no va a cambiar.

Se fue y me dejó sola. ¿Eso era lo que quería no?

No sé, no supe nada desde el momento en que se fue.

Moví con hastío mi cuerpo desnudo de ropa y emociones hacia el baño. La bañera estaba llena de espuma, tal como Aitana sabía que me gustaba.

El espejo empañado por el vapor del agua caliente y cuando apoyé mis manos en el borde de la encimera del lavabo, mi reflejo perturbado me gritó desde el otro lado, que no fuera débil, ni cobarde y luchara contra mi misma para recuperar las riendas de mi vida, de mi personalidad y de mi carácter. Me gritó que yo era mía y de nadie más, aunque me compartiera con el. Que estaba enferma y debía sanarme. Que era contagiosa su locura y yo la había acogido en mis sistema como una célula más. Debía sanarme y sanarnos.

Pero en uno o dos pestañazos después, la imagen que tanto amaba se dibujó ante mis ojos y volví al punto de partida. Un bucle de emociones que rezaban su nombre.

Aídan estaba detrás de mí, justo donde lo extrañaba, en el borde de toda mi piel, con su boca en mi oído y sus ruegos en mis sentidos.

— Déjame sentir tu olor...solo eso.

Cinco minutos de tu piel, cinco minutos de mí, en tí y prometo que me voy, pero no aguanto esta distancia que me has marcado. Que ya no sé si yo me fuí o tu me alejaste. — sus manos abrazaban mi cintura sin hacer presión pero cargándola de toda su pasión y su deseo por robar toda mi escencia en un solo toque.

Pero es que mi esencia era de él, todo suya, nada mía, es que toda yo era de él. Mi esencia era el.

No sé cuánto tiempo pasó.

Si fueron los cinco minutos que me había pedido o cinco horas, o tal vez cinco años, pero solo podía asegurar que su tacto en mi cintura, su aliento en mi cuello y su respiración bastante desbocada mojando la piel de mi cuello, habían adiestrado a mis vellos, tanto, que cuando el se acercaba, ellos ya sabían que debían levantarse a recibirlo, como solo Aídan podía ser recibido... Con todo lo que yo era, que era de él.

Y si éramos una quimera, pues bendita sea porque no podía estar más viva que en este momento.

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