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C2 2

Desde mi punto de vista

Ya os he contado sobre mí y mis padres, ahora permitidme hablaros del alfa y el beta de mi manada. En realidad, puedo resumirlos en una sola frase: eran unos completos desgraciados que merecían morir de la manera más atroz y cruel imaginable. Sí, eran tan malvados. Antes de que captara su atención, mi única opinión era que eran unos desgraciados. Pero después de conocerlos personalmente, rezaba cada día a cualquier deidad que escuchase súplicas para que sufrieran agonizando y anhelando la muerte durante días antes de perecer. Nunca había odiado a alguien tanto como a ellos.

Alfa Gris tenía algo más de cincuenta años. Era un hombre corpulento y grande, con ojos grises y cabello gris oscuro que siempre llevaba recogido en una coleta. Se convirtió en alfa de la manada a los 18 años, después de asesinar al anterior alfa, su propio padre. El simple hecho de matar a tu padre para ascender ya es motivo suficiente para detestarle, pero mi odio iba más allá. Tras autoproclamarse alfa, ejecutó a todo aquel que hubiera apoyado a su padre y se negara a someterse a él. En aquellos tiempos, los castigos como azotes y lapidaciones públicas eran moneda corriente. Aunque todavía se practican, ya no son tan frecuentes como antes. Yo nunca presencié un castigo público; era algo que prefería no tener que recordar. En resumen, era un ser despiadado con un corazón de piedra. Nunca encontró a su compañera, lo que, creo, incrementaba su crueldad e inhumanidad. Su beta, Sam, fue designado justo después de que Alfa Gris tomara el mando, y también tenía 18 años. Eran tal para cual en cuanto a la aplicación de las leyes y el mantenimiento del orden.

A lo largo de su mandato, Alfa Gris desató numerosas guerras contra otras manadas. Siempre ávido de poder, no toleraba desafíos. Cuando derribaba a otro alfa, forzaba a su manada a unirse a la suya o a enfrentarse a la muerte. No había término medio; nunca les ofrecía una tercera opción.

La primera vez que Alfa Gris reparó en mí fue justo después de la muerte de mi padre. Estaba sirviéndole la cena, junto a su beta Sam, cuando sin querer tiré su copa de vino al levantar su plato de sopa vacío. Se hizo añicos en el suelo. Paralizada, no podía creer mi estupidez. Tras unos segundos, articulé una disculpa en voz baja mientras devolvía el plato a la mesa, y justo cuando iba a agacharme para recoger los fragmentos, Alfa Gris me agarró del brazo con fuerza y me hizo girar hacia él. No tuve tiempo de prepararme para lo que vino después: me propinó una bofetada tan fuerte en la mejilla que, de no ser porque me sujetaba del brazo, habría caído al suelo. Antes de poder asimilar el dolor, me abofeteó de nuevo en la otra mejilla. Di un respingo involuntario mientras el dolor ardía en mis mejillas y las lágrimas me inundaban los ojos.

Era la primera vez que alguien me golpeaba, pero no sería la última. En aquel momento, pensé que sus bofetadas serían lo más doloroso que jamás experimentaría, pero estaba tremendamente equivocada. Me miraba como si quisiera acabarme en el acto. Con los labios temblorosos, intentaba encontrar mi voz para suplicar por mi vida.

"P... por favor, alfa, p... p... perdóname, yo..."

De un tirón, me arrancó el gorro de la cabeza, dejando caer mi cabello. Me observó durante varios segundos hasta que Beta Sam carraspeó.

"Vienes conmigo, sirvienta", dijo Alfa Gris con una voz baja y amenazante.

Me arrastró consigo y tuve que correr para seguir su paso acelerado. Mi corazón parecía a punto de estallar de miedo. Mil pensamientos me asaltaban sobre a dónde me llevaba o qué me haría. ¿Me encerraría por romper una copa de vino? ¿Me quemaría la mano? ¿Me la cortaría? ¿La rompería? No era nada de eso. Era algo mucho, mucho peor.

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