C1 Prólogo

Soy Ava Cater. Soy miembro de la manada Azul Cristal, al menos eso creo. No sé si puedo considerarme miembro de una manada que tortura a sus propios miembros para su retorcida satisfacción.

Era el saco de boxeo andante para cualquiera que sintiera la necesidad de golpear algo, o en mi caso a alguien. Era una absoluta tortura vivir entre esas personas que creías que estarían ahí para protegerte y no causarte aún más sufrimiento del que ya habías soportado.

Era una alma solitaria, no por elección, pero solitaria al fin y al cabo. Era fácil para cualquiera aprovecharse de mí, ya que yo era la débil. Era la persona más débil de mi manada. No siempre fui débil, pero con el tiempo, a medida que se intensificaban las palizas, perdí la comunicación con mi loba.

Creo que estaba enfadada porque nunca me defendía, o porque era demasiado débil por todas las palizas que me habían dado a lo largo de los años. Pero no siempre fue así.

Hubo un tiempo en mi vida en el que fui algo feliz.

Cuando tuve edad suficiente para comprender, me contaron que mis padres me abandonaron en una cesta en la frontera del territorio de la manada. La patrulla fronteriza me encontró y me llevó de vuelta a la manada.

Luna me acogió casi de inmediato y me crió como si fuera suya. Sólo tuvo un hijo y más tarde, después de dar a luz, un curandero de una manada lejana le dijo que no podría concebir más hijos. Creo que esa fue una de las razones por las que me acogió.

Yo era feliz, viviendo con el alfa (Benjamin), Luna (Caroline) y su hijo Caleb. Caroline fue la que me puso nombre y me dio su apellido, Cater. Así eran los Cater: cariñosos, amables y gentiles.

Siempre daban prioridad a su gente y se aseguraban de que todos recibieran el mismo trato. Pero eso no duró mucho y mi felicidad tampoco. La Luna murió cuando yo tenía seis años y mi felicidad también.

Después de la muerte de Luna, todos me culpan por su muerte. Ella murió protegiéndome de un pícaro, durante el tiempo en que hubo un ataque de pícaros a nuestra manada.

Me había dicho que me escondiera en un pasadizo secreto cuando empezara el ataque, pero no le hice caso. Estaba demasiado asustada para quedarme sola en el pasadizo, así que salí de mi escondite para encontrarla y fue entonces cuando ocurrió.

Se distrajo un segundo mientras intentaba suplicarme que volviera dentro. Un segundo, eso fue todo lo que tardó cuando uno de los pícaros cargó contra ella y le mordió el cuello.

Lo único que pude hacer fue quedarme mirando en silencio cómo la vida se le iba de los ojos, que antes eran vibrantes. Grité con todas mis fuerzas mientras corría hacia su cuerpo sin vida en el suelo. Los pícaros se retiraron cuando ella cayó al suelo con un ruido sordo y la sangre le brotó del cuello.

Abracé su cuerpo sin vida con mis pequeñas manos, sollozando mientras me manchaba de sangre. Cuando el alfa se enteró de lo sucedido por un guerrero que estaba en la habitación, fue cuando mi vida se convirtió en un infierno.

Incluso ahora, a los 17 años, todavía podía ver el odio en sus ojos como si hubiera ocurrido ayer mismo. Sabía que me culpaba de lo ocurrido, porque nunca dejaba de recordarme cómo le había arrebatado a su compañera.

Fue entonces cuando se volvió frío y distante. Después de su muerte, me castigaba por las cosas más insignificantes, como olvidarme de limpiar la casa o algo así.

Sí. Tuve que limpiar toda la casa de la manada que estaba ocupada por al menos 50 miembros. Pero nunca me quejé, porque siempre creí que me merecía todo lo que me estaba pasando ahora.

Si les hubiera escuchado, su Luna y la mujer que conocí como mi madre seguirían vivas. Fue culpa mía y pasaré el resto de mi vida aceptando sus castigos, hasta que me perdonen.