La novia fea del Rey Alfa/C5 La larga noche
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C5 La larga noche

A diferencia del ritual habitual de los recién casados en el reino, el rey Alfa no compartió carruaje con su reina.

Mia era consciente de que él aún albergaba resentimiento por haberse casado con alguien distinto. Había captado la expresión en su rostro cada vez que la miraba durante la ceremonia nupcial. O quizás su distanciamiento se debiera a que ella no era tan hermosa o atractiva como él había imaginado... En realidad, no se consideraba bella.

Había sido un día extenuante y el peor en la vida de Mia. Comenzó con la pérdida de su hermana, su mayor soporte, seguido por la pérdida de su libertad.

***Flashback***

"¿Qué le ocurrió a Ariel? ¿Dónde está?"

"Ha muerto, Mia, Ariel ha muerto."

Su corazón se desplomó, inundado de dolor ante esas palabras, y un desgarrador grito de angustia escapó de sus labios, anticipando el destino que le esperaba, aunque se resistía a aceptarlo.

"No, padre, ¡eso no es posible!"

Mientras aún hablaba, la puerta se abrió de par en par y entraron los encargados de preparar a la novia real sin ser invitados. Mia se giró hacia ellos, indignada por su atrevimiento de irrumpir en un momento tan íntimo.

Los ocho encargados ignoraron a Mia mientras depositaban en el suelo la caja que traían y luego se volvieron hacia ellos con una mirada seria y protocolaria. Parecían indiferentes al duelo que embargaba a la familia Asika; su presencia allí era meramente para cumplir con su obligación.

"Padre", exclamó Mia, pero él solo pudo emitir un sollozo, demasiado abatido para articular palabra.

"Es la tradición, señorita", dijo la mujer mayor con la que había hablado el día anterior en la habitación de Ariel.

"¡Al diablo con la tradición! El cuerpo sin vida de mi hermana yace en su lecho y yo quiero despedirme como se debe, no ser arrastrada a un lugar al que no deseo ir".

La mujer le dirigió una mirada compasiva, como si entendiera su penuria. "Serás acusada de rebelión si no cumplimos con las normas y, al terminar el día, no solo tu hermana habrá fallecido, tú y tu padre también correréis la misma suerte".

***Fin del flashback

Mia no quería pensar más en nada. Solo deseaba que el día terminara.

Al llegar, las puertas del Palacio se abrieron ante el carruaje, que la llevó al interior de la propiedad.

El carruaje se detuvo y la puerta se abrió, revelando a un sirviente que se encontraba al lado, con la mano extendida hacia ella. En silencio, tomó su mano y él la ayudó a descender con firmeza del carruaje y a pisar el sendero de concreto que conducía al palacio.

El imponente Palacio se erigía ante Mia y le llevó un momento recuperar el aliento mientras lo contemplaba.

El Palacio era tan majestuoso como todos decían y, aunque había pasado los últimos dieciocho años de su vida en el reino, nunca había puesto un pie allí... Hasta ahora nunca había tenido motivo para hacerlo.

Tragó saliva y sintió un ligero temblor en sus manos, consciente de que el hombre con quien compartiría su vida en ese Palacio era el mismo que le había mostrado indiferencia durante todo el día.

No podía culparlo del todo. El cambio inesperado lo había dejado en la oscuridad y le había arrebatado la posibilidad de elegir al casarse a ciegas con ella.

Pero no era el único despojado de su elección. Ella tenía planes, sus maletas ya estaban listas y ahora esos planes jamás se materializarían.

La realidad la aguardaba en el Palacio, y ella no estaba lista.

Se preguntaba si alguien escucharía su llamado de socorro tras esos altos muros. ¿A alguien le importaría?

Una joven doncella, ligeramente más joven que ella, de piel clara y cabello castaño sucio recogido en una trenza, se aproximó e hizo una reverencia. "Mi reina, soy Lydia, su doncella. La guiaré a sus aposentos ahora mismo".

Mia asintió en silencio y siguió a la doncella que la llevaba hacia el interior del Palacio, por el pasillo que conducía a los aposentos nupciales.

Lydia abrió la puerta y ambas entraron en los amplios aposentos de Mia, que destilaban refinamiento y elegancia. A pesar de no haber crecido en extrema pobreza, aquel lujo superaba con creces su estatus.

Al lado de la gran ventana con cortinas escarlata, había una cama king-size con sábanas de lino blanco. En el lado opuesto de la habitación había una puerta que Mia supuso llevaba al baño, y junto a ella, un imponente armario de caoba y un sillón marrón. Cerca de allí, una estantería repleta de libros ofrecía un breve consuelo al corazón de Mia.

Se giró hacia la joven doncella, cuyos ojos eran tan claros como el cielo. "¿Compartiré esta habitación con el rey alfa, mi esposo?"

Lydia negó con la cabeza. "No, estos son tus aposentos. Si el rey alfa te requiere, te convocará a los suyos o vendrá a los tuyos".

La respuesta le dejó sensaciones encontradas. Por un lado, se aliviaba de no tener que compartir la habitación con el rey alfa, que le infundía terror y no le parecía alguien con quien desearía convivir, pero por otro lado, le entristecía.

Creció observando el amor entre sus padres, quienes hasta su último día estuvieron enamorados, felices y compartiendo la misma habitación. Eso era lo que ella había anhelado durante toda su vida y, en cierto modo, aún lo deseaba. ¿Quién no querría a alguien que la mirase como si fuese lo único que importa en el mundo? Alguien capaz de hacer que su corazón latiera de forma descontrolada.

En lo profundo de su ser, ansiaba ese tipo de amor y creía merecerlo.

Quizás, al dejar el reino en busca de iluminación, podría haber encontrado ese amor. Pero ahora debía resignarse a la posibilidad de jamás recibir ese cariño o afecto de su ahora esposo, el rey alfa.

"Está bien, gracias. Creo que necesitaré ayuda para deshacerme de este vestido", comentó, observando su complicado traje de novia.

"Voy a llamar a la jefa de las criadas. Ella te ayudará a quitarte el vestido sin que sufra ningún daño". Tras decir esto, Lydia salió apresuradamente del dormitorio, dejando a Mia sola, abrazándose a sí misma.

Desde temprano en la mañana no había estado sola y, ahora que lo estaba, se sentía más fría y perdida que nunca, lo cual detestaba.

No pasó mucho tiempo antes de que una mujer de unos cuarenta años entrara en la habitación y se acercara a ella. Mia se deshizo rápidamente de su mal humor y adoptó una expresión mucho más amable.

"Mi reina", hizo una reverencia, "la joven doncella me ha llamado".

"Quisiera quitarme este vestido, por favor. Ha sido un día extenuante. Ella piensa que tú lo haces mejor".

La mujer asintió y, sin demora, se acercó a Mia para deshacerse del vestido de tres capas que llevaba. La criada mayor era experta en su oficio y la primera capa se deslizó con facilidad en cuestión de segundos.

Procedió entonces con la segunda capa, desatando las cuerdas circundantes con rapidez, cuando la puerta se abrió de golpe. Mia se volvió para encontrarse con la imponente figura del rey alfa, que entró sin previo aviso, con paso firme y portando una expresión de orgullo y dominancia.

El corazón de Mia se aceleró por el miedo, y apartó la vista de su semblante adusto.

"Dejen la habitación", ordenó él con una voz profunda y temible.

La criada mayor dejó las cuerdas que estaba a punto de terminar y la segunda capa cayó al suelo, dejando a Mia en una bata blanca, larga y ligeramente transparente, con las manos temblorosas.

La puerta se cerró tras ellos y Mia sintió el impulso de esconderse, pues el temor de estar a solas con el rey alfa, que había sentido durante todo el día, estaba a punto de hacerse realidad.

Él se alejó de la puerta y avanzó hacia el interior de la habitación. Ella temblaba por dentro, pero se mantuvo firme en su lugar, evitando mirarlo.

Este era un rito de intimidad para los recién casados, pero ella no deseaba compartir ese espacio. Todo su ser se resistía a la proximidad de él.

Era cruel, distante, arrogante, prepotente y todo lo que ella no deseaba en un hombre. No lo conocía personalmente, pero había oído rumores e historias sobre él de otras personas, incluido su padre, y estaba convencida de que debía haber algo de verdad en ellos. Él le había mostrado su verdadera naturaleza durante todo el día con su trato frío y distante, y ella no lo olvidaría.

"Así que, me han dicho que nos hemos casado", dijo él, rompiendo el silencio mientras su mirada recorría el cuerpo de Mia sin disimular su desdén.

En la fiesta posterior a la boda, él apenas se había quedado a su lado. En lugar de eso, había atendido a los invitados por su cuenta y compartido unos vinos con su grupo de amigos. El único que se había tomado la molestia de hablar con ella fue su hermano, Edward, quien la felicitó y le dio la bienvenida a la familia. No le sorprendía que su esposo la tratara de tal manera; ella era una reina solo de nombre y eso era todo lo que se esperaba de ella.

"Sí, mi rey, nos hemos casado".

"Perfecto, prosigue", caminó hacia el otro extremo de la estancia hasta llegar al sillón y se acomodó en él. Extendió las piernas y se pasó la mano por la mandíbula, observándola fijamente. Esa mirada le provocó un hormigueo incómodo en la piel y su corazón se aceleró por unos instantes.

"Nos aguarda una noche larga".

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