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C3

Llega un momento en la vida en que te sientes abrumado por todo. Un momento en el que ya no logras reconocerte a ti mismo ni lo que te rodea. Ese instante en el que todo y todos parecen insufribles. Cuando no puedes descifrar ni cuándo ni cómo las cosas se torcieron tanto. Ese punto en el que tienes la certeza de que nada volverá a ser como antes. Ese es el lugar en el que me encuentro ahora. No sé qué haría otra persona en mi situación, pero yo he decidido terminar con esta relación venenosa con la mujer a la que, por costumbre, llamo madre. Ella no me quiere y yo no la necesito.

Puedes llamarme malcriada, estúpida, inmadura o ingrata, como ella me llama; da igual, estoy más que harta. He soportado todos sus insultos, me he resignado ante sus gritos, castigos y las brutales palizas que me ha dado toda la vida. Intenté comprender sus fallos como madre, consciente de que nadie es perfecto, pero ella jamás mostró interés. No aspiraba a que fuera perfecta, simplemente deseaba que me tratara como a su hija. Pero tras dieciocho años y dos semanas, sigo sin recibir su cariño maternal.

He fracasado estrepitosamente en ser la hija que ella quería. No solo no le importo, sino que me aborrece. Para ella, soy como una encarnación del mal. El porqué, ya no lo sé y tampoco me importa. Estoy lista para pasar página. Lo único que quiero ahora es mi tranquilidad, y eso significa alejarme de ella tanto como sea posible. Estoy cerrando este capítulo con ella para abrir uno nuevo como esposa de Jerol, todo gracias a mi "considerada" madre. Lo que acaba de hacerme eclipsa todas las locuras anteriores y es imperdonable. Este último acto suyo quedará grabado en mi memoria. Dentro de cinco meses, comenzaré un nuevo capítulo en solitario. Al menos, no tendré que seguir vendiendo en la calle. Seré inmensamente rico y podré disfrutar de una vida cómoda y feliz.

"¿Nos vamos?" pregunta mi esposo, emergiendo del baño resplandeciente como un diamante en su costoso traje de tres piezas en azul marino.

En estos dos días que he pasado a su lado, si algo he descubierto es que guarda un alma atormentada. Se esfuerza por disimularlo, pero es evidente a pesar de sus esfuerzos. Si no es eso, entonces debe ser un diablo con un genio endiablado. No tengo claro cuál de las dos es, pero después de todo, solo soy su esposa por un tiempo; no debo cruzar ciertas líneas. Debo atender a mis propios asuntos y no inmiscuirme en los suyos. Yo enfrentaré mis problemas y él, sus propios demonios.

"¿Realmente necesitas venir?" le pregunto, solo para confirmar, ya que no encuentro sentido a que me acompañe a la casa de mi madre. Ese lugar no es para magnates como él.

"Es necesario. Eres mi esposa, ¿recuerdas? Debo acompañarte a donde sea, y lo mismo aplica al revés."

"¿Para qué tanto teatro? ¿Acaso intentas dar celos a alguien?" suelto sin pensar, pero enseguida me arrepiento al escuchar su brusca respuesta.

"¿Podrías dejar de hacer preguntas sin sentido? Estamos perdiendo el tiempo sin necesidad. Vamos ya."

¡Caray!

¡Menudo carácter! Lo sabía. Quizás por eso las mujeres no logran quedarse a su lado y él termina recurriendo a comprar una esposa desesperada como yo. ¡Puf!

Tomo el sobre de la cama y lo dejo atrás sin mediar palabra, pero él me alcanza justo al bajar dos escalones. Me rodea la cintura con su brazo y no me atrevo a replicar.

Cruzamos el inmenso salón que bien podría ser un salón de baile, con sirvientes ocupados en sus quehaceres. Aún no he tenido la oportunidad de explorar este castillo. Primero, porque he estado convaleciente, pero me reconforta poder caminar despacio sin dificultad. En dos o tres días me retirarán las vendas y estaré completamente recuperada. La segunda razón es que soy consciente de la temporalidad de todo esto. No quiero crear lazos ni recuerdos aquí. Estoy siendo precavida.

Al salir por la puerta, Jerol toma la delantera y nos dirigimos hacia la elegante limusina negra que nos espera cerca de la verja. Él sostiene la puerta para que yo suba y, tras asegurarse de que estoy cómoda, la cierra con un golpe seco antes de rodear el vehículo para sentarse a mi lado. Realmente no hacía falta tanto esfuerzo. Bien podría haberme pedido que le hiciera sitio en lugar de toda esa ceremonia innecesaria. De cualquier manera, el cristal tintado que nos separa del conductor se eleva, dejándonos a mi marido y a mí solos en la parte trasera de esta lujosa limusina. Los ricos viven de otra manera, eso es seguro. Hasta el aire que respiran parece de otro mundo comparado con el nuestro.

El viaje transcurre en silencio. Cada uno perdido en sus pensamientos; yo, contemplando el sobre que sostengo y preguntándome cuál será la reacción de mi madre, y él, mi esposo, absorto en la nada. Le lanzo una mirada furtiva. Más allá de su frialdad y su temperamento difícil de soportar, es la personificación de la belleza. Esos fríos y profundos ojos en forma de almendra, me pregunto cómo lucirían desbordantes de alegría. Seguramente serían los más bellos.

"Ya hemos llegado, creo", comenta, interrumpiendo mis cavilaciones sobre su mirada. Observo cómo abre la puerta de su lado y yo hago lo mismo con la mía.

Él baja primero y, al llegar a mi lado, toma mi mano de nuevo. Avanzamos juntos hacia la casa.

Como de costumbre, siempre hay gente en casa a todas horas. El avistamiento de un coche tan ostentoso debe haber llamado poderosamente la atención de todos, porque ahora todos están fuera, observándonos con asombro como si fuéramos seres de otro planeta, o mejor dicho, lobos en territorio humano. Algunos murmuran entre ellos, mientras que otros parecen haberse quedado con la boca abierta de par en par sobre la arena, como si nunca pudieran volver a cerrarla. Entiendo su estupor, porque en lo personal, siento que esto es un sueño. Un sueño del que no quisiera despertar jamás.

Hace apenas dos días, perdí mi tienda y todo lo que me mantenía en equilibrio. Me quedé sin nada. Casi pierdo la vida también. Pero hoy, soy una señora de alta alcurnia. No solo tengo a este magnate adinerado como esposo, sino que también tengo cincuenta millones reposando en mi cuenta bancaria. Desde que Jerol hizo la transferencia, reviso mi teléfono casi cada hora para asegurarme de que el dinero sigue ahí. ¡La ansiedad que me provoca es para reírse! Aún me cuesta creerlo. La vida es, sin duda, un carrusel de sorpresas. Hoy puedes ser pobre, y mañana despertarte rico. No juzgues a las personas por lo que son hoy.

Toco suavemente la puerta de lo que fue mi hogar y espero a que el nuevo dueño abra. Ya no es mi casa. Hoy piso este lugar por última vez. Con esta casa y todo lo que contiene, nos despedimos hoy. Curiosamente, no siento nostalgia. Es como si nunca hubiera pertenecido aquí, tal vez porque nunca valoraron mi existencia. No sé si extrañaré este triste lugar que llamaba hogar.

Empujo la puerta despacio ya que nadie parece dispuesto a atenderla. Espero que haya tenido la decencia de no tener a un hombre en casa a estas horas, más aún sabiendo que Jerol le avisó que vendríamos hoy. Sería demasiado bochornoso.

Al abrir la puerta, y dado que Jerol no muestra intención de esperarme afuera, entramos juntos al asfixiante espectáculo de mi madre besuqueándose con un hombre en el deplorable sofá, desvencijado y roto. Hasta se escuchan chirridos mientras ella frota su trasero contra los muslos del hombre, o quién sabe qué más. Bueno, parece que llegué tarde para evitar este deseo. ¿Acaso no es para eso un dormitorio, que está a apenas un par de pasos de donde están cometiendo sus actos? ¡Por Dios!

Ella se detiene, nota nuestra presencia y nos dirige una sonrisa incómoda a Jerol y a mí mientras se despega del sujeto, arreglándose el vestido. Parece que la palabra "vergüenza" jamás ha formado parte de su vocabulario.

Debería sentir vergüenza y agachar la cabeza por lo que Jerol tuvo que presenciar la primera vez que lo llevé a mi casa, pero me mantengo erguido y con el semblante impasible. Si hay algo que realmente me avergüenza es estar relacionado con esta mujer escandalosa e inmoral, y como no puedo cambiar ese hecho, no me autoflagelaré por ello. No tiene importancia de dónde venimos, sino en lo que nos convertimos, sin estar definidos por las personas con las que nos criamos o los lugares de origen. Esta mujer despreciable no va a dictar quién soy ni quién seré, y aquel que desee juzgarme basándose en ella, puede irse al diablo, porque no me importa en lo más mínimo. Se dice que no se debe juzgar un libro por su portada, y yo soy fiel creyente de ese principio. Que se joda el dicho de que la manzana no cae lejos del árbol. No tengo nada en común con esta mujer, no me parezco en nada a ella y jamás lo haré.

"¡Hola, yerno! Espero que traigas buenas noticias. Por favor, siéntate". Ella abre su boca sucia y pestilente. ¿Notas su odio? No le importo en lo absoluto. Ni siquiera se molesta en disimularlo. Ni saludos, ni bienvenida, ni un simple '¿cómo estás?'. ¡Absolutamente nada! A veces hasta pienso que no puede ser que ella me haya dado a luz. ¡Ja, me río por no llorar!

"Nadie va a sentarse". Exclamo, percibiendo la incomodidad de Jerol y con la firme intención de no permanecer aquí ni un minuto más de lo necesario. "Solo he venido para entregarte tu merecida parte del trato y para hacerte una única pregunta". Ella dirige su mirada hacia mí y la sostengo con la mía. Nunca antes la había confrontado. Jamás la cuestioné, ni me atreví a replicarle o alzarle la voz. A pesar de todas las injusticias que me infligió, siempre fui una hija respetuosa. 'Honra a tu padre y a tu madre', ¿cierto? Eso lo cumplí al pie de la letra, pero eso se termina hoy. La vida me ha enseñado que el respeto se gana y que si uno no se respeta a sí mismo, nadie más lo hará. Y esta mujer, aquí presente, jamás ha intentado siquiera merecer ese respeto. ¿Cómo podría, si ni siquiera se respeta a sí misma?

"Espero que no hayas sido tan codiciosa como para tomar ni un solo centavo, Angeline. Confío en que hayas traído la cantidad completa que acordamos."

"Antes de eso, dime, madre. ¿Qué crees que te mereces? ¿Qué piensas que mereces por ser una madre, y no cualquier madre, eh? ¿Acaso un galardón?"

"¡Modera tu lenguaje, señorita! Que tu esposo esté presente no te autoriza a tratarme con desprecio. No olvides que sigo siendo tu madre."

¡Madre, mis pies! ¡Si tan solo entendiera lo que realmente significa ser un padre, y ni hablar de una madre! ¡Por el amor de Dios!

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