Luna Roja/C1 Prólogo.
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C1 Prólogo.

Lunes, 01 de Enero de 1864.

Pasado.

El día en que la vida de la familia Phantomhive cambió por completo, fue en aquella calurosa tarde donde el hijo mayor de la familia: «Sebastian». Había decidido pasear por el campo de su casa, por unas horas, en su caballo blanco llamado «Amanecer».

El calor de aquel día era un poco sofocante para todos, tanto así que hasta las moscas se detuvieron en el establo. El aire estaba quieto, como una gran tormenta que se avecinaba. Pero Sebastian se había preparado para salir a cabalgar un rato en su caballo, puesto que su padre se había levantado bastante exigente con los sirvientes ese día. Estaba un poco enfadado, queriendo que todo fuera perfecto. Y eso disgustó un poco a Sebastian, quien por eso decidió distraerse un poco por el bosque alrededor de la mansión.

Mientras que el hijo mayor de los Phantomhive cabalgaba por esa pradera abierta, pensaba en lo mucho que anhelaba tener a alguien con quien platicar de muchas cosas. Aprender un poco de cultura, porque aunque su familia eran personas de alta clase. Vivían apartados de la civilización de aldeanos sin saber de mucho, porque menospreciaban a los de la baja costura. Quizás, por eso Sebastian fantaseaba con escaparse de su familia. O, de enfrentar a su estricto padre algún día. Pero le temía, y por eso se limitaba a obedecerle. Además, él tenía diecisiete años, así que no podía hacer más que obedecer a su padre, si no quería que este lo desterrase de sus tierras y lo maldijese de esa manera.

Haciéndolo un hijo de nadie.

Y por eso Sebastian recurría a escaparse un rato con su caballo por el frondoso bosque, porque sabía que en algún momento, no sería capaz de seguir manteniéndose en sumisión ante su severo padre. Y le diría todo lo malo que ha hecho. Cómo esclavizar hasta a los hijos de los criados negros, y dejarlos sin comer por dos días.

Porque Fausto era un hombre que despreciaba las pieles oscuras.

El joven estuvo cabalgando debajo del sol abrasador durante una hora aproximadamente, hasta que pensó que podría regresar a la casa; para informarse un poco de lo que estaba pasando. Porque su padre se estaba preparando como sí estuviese a punto de hacer una fiesta en la mansión Phantomhive. Y eso le pareció ciertamente curioso, ¿a caso volvería a hacer una fiesta donde invitaría a mujeres de alta costura para ver con quién su hijo mayor se quedaría?

No le sorprendería si así era, porque no era la primera vez que pasaba. Su padre elegía a las mejores mujeres del pueblo, y las postraba ante Sebastian como sí fuesen objetos para que él lograse elegir con quien casarse.

Pero, a él no le gustaba ninguna.

Él solo quería que su padre dejase de exigirle tanto, y que le permitiese enamorarse. Dejarle disfrutar de su vida como quería. Tener más libertad para salir de la mansión Phantomhive, y de conocer alguna fémina que le volviese loco.

Sebastian deseaba eso, y quien diría, que aquello pasaría en esa calurosa tarde.

El adolescente regresó a su casa una vez estuvo más calmado, y entró al establo con Amanecer para volverla a dejar en su lugar como siempre. Adentro estaba fresco y oscuro. Y el constante ritmo de la respiración y el resoplido de los caballos le relajaba bastante, a diferencia de a su padre. Volvió a meter a su caballo blanco en uno de los corrales, y como quería darle un poco de cariño por su compañía. Tomó el cepillo de Amanecer, de uno de los estantes y se acercó para peinarle su lacio pelaje, blanco como el invierno. Amanecer relinchó agradecido.

En ese momento, la puerta se abrió en un crujido, y la figura del padre de los Phantomhive apareció en ese instante con cierta severidad. El hombre dio un paso hacia dentro del establo con tanta fuerza y firmeza que, fácilmente todos los caballos comenzaron a relinchar y a chillar por su hostil presencia.

Sebastian se volvió hacia su progenitor, y bajó un poco la mirada de sus severos ojos, que le miraban con atención. Fausto, llevaba una ropa bastante formal, a pesar del calor que hacía. Y cuando vio la manera tan desarreglada en la que estaba su hijo mayor, sus fosas nasales se hicieron grandes debido a la cólera que le invadió.

—¿Sebastian? —su padre le llamó con severidad. Y éste trató de mirarlo con firmeza, ahí a un lado de Amanecer; quien se calmó una vez que el adolescente le pasó una mano dulcemente por la cabeza.

—¿Sí, padre? —dejó escapar de sus labios el castaño. Observando como su progenitor caminaba hacia él con desagrado, en su rostro cubierto de arrugas; por la vejez en la que lentamente estaba entrando.

Fausto se abrió camino hasta Sebastian en el establo, y sus ojos se encendieron con indignación al ver a su hijo mayor cubierto de sudor y suciedad. ¿Cómo alguien de la alta costura podía verse de esa manera?

—¿A dónde fuiste sin mi consentimiento? —Fausto le preguntó en un gruñido y, Sebastian se pegó contra los establos, incómodamente.

—Sólo dí una vuelta a los alrededores, padre.

—¿Y sin habérmelo dicho antes? —escupió el hombre, y se pasó una mano por su perfecto pelo negro cubierto de laca—. Mírate, muchacho. Tan sucio y desagradable como un criado negro. ¿A caso quieres pertenecer a esa gentuza luciendo así?

Sebastian se sintió avergonzado, y un poco enfadado de que su padre volviese a meterse con sus sirvientes. Pero, como en todas las demás ocasiones que ocurría, él no hacía más que asentir a las palabras de su padre.

—Lo siento, padre —susurró, sabiendo la gran decepción que era para él—. Enseguida me cambiaré éstos trapos sucios.

—Escucha, muchacho —Fausto se acercó a él, y puso una mano sobre el corral de su caballo con severidad, diciendo—: Hay un momento y un lugar para divertirse con los caballos, pero luego está el punto en que es hora de que dejes de ser un niño y te comportes como un maldito hombre —señaló, y golpeó a Amanecer con el puño cerrado por el costado, con mucha fuerza. El caballo soltó un bufido y dio un paso hacia atrás.

Sebastian apretó la mandíbula al ver aquello, y su respiración se aceleró por no decirle nada a su progenitor en ese momento de calor. ¿Cómo se había atrevido a pegarle a un animal? Y más cuando se trataba de Amanecer, su amado caballo de la infancia.

—¿Por qué le hiciste eso, padre? —Sebastian dejó salir con un enfado que había salido demasiado tímido, mientras que se encontraba frente a su padre tratando de mantenerle la mirada—. Él no tiene nada que ver en esto.

—¿Y eso qué importa? Es un maldito animal y ya. —Fausto replicó, frunciendo el ceño—. ¿Hasta cuando vas a seguir preocupándote como un crío por ese maldito caballo? ¡Ya verás que lo mataré para que aprendas a ser un hombre!

—¡No, padre! —Sebastian chilló, y su padre enfurecido lo abofeteó en ese momento con severidad y todos los caballos se quedaron quietos en el establo.

—Eres una decepción —masculló el padre, y el castaño no hizo más que bajar la cabeza con la impotencia recorriéndole por todo el cuerpo y los ojos humedecidos—. Y espero que me hagas caso, muchacho, o juro por Dios que te destierro. Sin hogar, sin comida, sin riquezas y sin mujeres. ¿Entiendes?

Sebastian apretó aún más la mandíbula, y sus ojos se perdieron en sus elegantes zapatos negros.

—¿Me escuchaste, muchacho? —su padre repitió con severidad, y se acercó a él para sujetarlo del pelo con fuerza y que éste le mirase a los ojos—. ¡Responde cuando tu padre habla!

—¡Entendido, señor! —él gritó finalmente, con la voz en un hilo—. Entendido… Lo entiendo, padre. —terminó diciendo, y Fausto con una sonrisa en sus labios dejó de sujetarlo del pelo con violencia y lo soltó. Alisó su ropa con sus dedos, y le avisó a su hijo:

—Hoy es un día importante y tú no lo arruinarás.

Sebastian se quedó en silencio con la respiración agitada, y eso fue suficiente para que su padre terminase de decirle:

—Quiero que subas a tu habitación y te pongas algo más presentable ahora mismo, date un maldito baño. Porque la mujer más deseada del país está a punto de venir a nuestro campo, y no podemos recibirla de esa manera. ¿Entiendes? La princesa «Victoria Pride» será nuestra huésped a partir de ahora.

—¿Victoria Pride? —Sebastian no lo pudo creer, y con estupefacción en su rostro apenas miró a su progenitor.

Porque él conocía a Victoria. O, al menos había escuchado de ella por esos lares. Como todo el mundo en el país de Obsiditlant. Porque ella era la princesa que gobernada a todo el continente. ¿Por qué alguien de la relaza de quedaría en su humilde campo? Y más siendo alguien, como Victoria Pride.

Sebastian no lo podía asimilar, y sus labios estaban entreabiertos en la sorpresa. Él estaba estupefacto.

—Sí, muchacho —Fausto asintió, y volviéndose hacia la puerta del establo para irse, agregó seriamente—: Ella se ofreció para educarte a ti y a tus hermanos, mientras que está de paso aquí, así que no la decepcionemos y prepárate para recibirla.

***

Sebastian Phantomhive estaba tan elegante y brillante como un diamante, luciendo esas prendas de la alta costura acompañado de su familia en la entrada de su mansión. Todos se habían reunido para ver la llegada de la princesa; quien en ese momento no se hizo de esperar, puesto que las elegantes rejas negras de la casa se abrieron ante su bienvenida. Y un precioso carruaje apareció. El coche tenía arreglos florales, y era muy dorado; tanto así que parecía ser de oro. Eso casi dejó boquiabierto al codicioso Fausto y a su mujer. Mientras que Sebastian tenía una punzada extraña en el pecho, y observaba a un lado de su familia como esa carroza se acercaba con una sublime elegancia.

Las pezuñas se los precioso corceles blancos chocaban fuertemente contra el duro pavimento, avisando la llegada de la princesa. Fausto con su cabeza les hizo una seña a los criados negros; que significaba que fueran a preparar el comedor para el almuerzo. Siendo ese instante en que la carroza de detuvo frente a sus narices expectantes, y la familia Phantomhive se quedó sin aliento.

De pronto, el cochero de pelo blanco saltó de la parte del conductor asiento y abrió el carruaje. Una mujer negra con el cabello rizado en una elegante coleta, y un precioso vestido, se bajó entonces. Y después esta misma, demostrando ser la criada personal de la princesa, extendió su mano hacia adentro del coche para que su majestad se bajase en ese instante.

Y así pasó, puesto que una hermosa mujer, blanca y de cabello rubio ondulado que caía como cascada, salió con absoluta elegancia. Ella tenía un vestido ondulado blanco, ceñido a su estrecha cintura con una cinta de color melocotón. Un sombrero a juego de durazno que estaba colocado finamente en lo alto de su cabeza, oscureciendo sus ojos.

Entonces, la familia Phantomhive se arrodilló ante la realeza, y todos con ojos enormes miraron a la princesa sin aliento alguno. Era una mujer más que hermosa, era sublime. Incluso ante un abrasador calor que le estaba haciendo sudar un poco, ella lucía como todo un diamante.

Los Phantomhive contemplaron a la princesa acercarse un poco hacia ellos, avanzando despacio con la barbilla levantada y los hombros perfectamente alineados. Paso a paso, con su vestido blanco como la nieve, susurrando sobre el suelo de baldosas. Y cuando finalmente se detuvo frente a esa familia, Fausto sin tardar le extendió su mano como un fiel perro faldero, y ella la tomó con una cortés sonrisa modelo en sus labios rosados.

Fausto le besó los nudillos, y Sebastian se quedó perdido en la belleza que emanaba de esa mujer.

—Bienvenida, mi realeza —el padre de la familia pronunció, y con orgullo dejó la mano de la princesa.

Entonces, el resto de la familia comenzó a lanzarle muchos halagos, que normalmente se trataban de lo hermosa y perfecta que lucía. Ocasionando que la princesa no hiciera más que sonreír modestamente, mirando de vez en cuando con una mirada juguetona hacia el muchacho que yacía sin decir ni una palabra frente suyo, cuyo nombre era Sebastian.

Y cuando de pronto los ojos de ambos se encontraron en ese momento, Sebastian pudo sentir como sí hubieran hecho un clic inmediato. Porque mientras que Victoria era rodeada por su familia… Ella le sonrió de repente.

Le había dedicado una sonrisa a él.

Una maldita sonrisa que dio inicio a la desgracia dentro de la familia Phantomhive, quienes no sabían que le estaban dando techo al mismísimo Diablo.

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