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C5 4

Duncan encontró a su madre sentada en el sofá, frente al televisor encendido con volumen bajo, y dormida.

—Eres una pena de mujer –susurró sonriendo, y se inclinó a ella para alzarla en brazos y llevarla hasta la cama.

—Te vas a herniar, Tim –dijo ella entre sueños.

—Lo haría con gusto por mi chica —contestó él, y la vio sonreír, aún dormida.

Luego de dejarla en la cama y arropar a los gemelos, entró a la cocina a destapar ollas y cacerolas. Sólo había consumido un trago de su copa de vino y nada más. Moría de hambre.

Afortunadamente había encontrado a su madre durmiendo. Estaba seguro que lo esperaba para preguntarle cómo le había ido, y siendo sinceros, él no estaba seguro de qué contestarle. Ahora era probable que consiguiera un buen empleo… el cual venía adosado a una exuberante novia rubia y de ojos violeta.

Ah, y rica.

Sacudió su cabeza al caer en cuenta de que ni él mismo se tragaba esa historia. Más le valía seguir buscando empleo por todas partes. Ahora que sabía lo que se sentía al tener un traje de diseñador, no podía más que seguir luchando para cumplir sus metas. Necesitaba un capital pronto para poder poner a funcionar su proyecto, pero como mecánico, apenas si le alcanzaba para vivir, y no había nadie lo suficientemente loco como para confiarle a alguien joven y sin experiencia como él el dinero suficiente para que se alzara vuelo en la vida.

Diez mil dólares por salida, había dicho ella. Qué fácil para una niña rica desprenderse de una fortuna de ese modo. Pero a pesar de que le urgía el dinero, quería unas bases más dignas para su futuro.

Eh, ¿cómo hiciste tu fortuna?

¡Salí con una chica!

Sí, eso le tocaría contestar, y lo odiaría.

Se quedó quieto cuando notó que alguien intentaba abrir la puerta con demasiado cuidado. Ésta se abrió silenciosamente, y apareció Nick, que al darse cuenta de que allí en la cocina estaba su hermano mayor, dejó de preocuparse por el ruido.

—Vaya mierda.

—Eso digo yo, vaya mierda. ¿Qué son estas horas de llegar, Nick?

—No me jodas.

—Te joderé hasta que me harte. Eres un menor, vives en esta casa, ¡respeta!

—¡Wow! ¿Qué pasó con el sermón de siempre? “Nick, estudia, eso te hará alguien en la vida”, —dijo tratando de imitar la voz severa de Duncan— “Nick, deja esos amigos, no te aportan nada”, “Nick, no le causes tantas preocupaciones a mamá”. Echo de menos al viejo Dun.

Duncan se le acercó, lo tomó de la camisa y lo estampó contra la pared. Nick se cubrió la cara con los brazos esperando un golpe, aunque Duncan nunca le había puesto la mano encima, pero reconociendo así que esta vez se había pasado de la raya. Se detuvo cuando vio que su hermano sólo lo estaba olfateando.

—Además de alcohol y cigarros, ¿qué más consumiste?

—No te import… —No terminó la frase. Duncan le apretó la nuca y lo llevó a rastras hasta la pequeña cocina, lo obligó a doblarse y le metió la cabeza bajo el grifo de agua fría.

—Si gritas y despiertas a mamá, te irá peor.

—¡Ya basta!

—¿Qué estabas consumiendo, Nick?

—Marihuana, sólo un poco de marihuana.

—¿Me crees idiota? ¿Acaso crees que no reconozco el olor de la marihuana? ¡Tú no hueles a marihuana!

—Está bien. Sólo era un poco de éxtasis, pero sólo un poco.

Duncan lo dejó en paz. Nicholas se enderezó y se escurrió el cabello mojado.

—¡Eres un idiota!

—El que está drogado aquí eres tú, pero el idiota soy yo. Vaya historia. ¿Eres adicto?

—¡Claro que no!

—¿Dónde la consigues? ¿Con qué dinero?

—No te voy a decir—. Duncan lo miró de arriba abajo. Lo doblaba en peso, le sacaba una cabeza en estatura y aun así se le oponía.

—Un día de estos te matarás, o te mataré… no lo sé.

—¿Qué te pasa hoy? Ni que fuera la primera vez que llego tarde—. Duncan no dijo nada, sólo cerró sus ojos apoyándose en la encimera y apretando los bordes de ésta con sus manos.

—Me voy a dormir. No me molestes, y no te preocupes por mí, algún día dejaré la casa. –Iba arrastrando los pies mientras se encaminaba a la habitación que compartían desde siempre— Dormir… dormir… dulce sueño. Mañana hay escuela… Ah, no, verdad que es sábado.

Duncan despeinó sus cabellos, desesperado. Debía sacar a su familia pronto de allí. Quería rescatar a su hermano, y los gemelos crecían. Ojalá Allegra Whitehurst pudiera conseguirle ese empleo. Ya no se sentía tan escrupuloso acerca de la procedencia de su éxito, cuando acababa de ver a su hermano bajo los efectos de la droga.

Allegra miró a Edmund Haggerty con su mejor carita de perro apaleado. Siempre funcionaba con el viejo Haggerty, siempre, pero esta vez se estaba haciendo el difícil.

Haggerty era uno de los directivos más importantes de la Chrystal, tenía más de setenta años y cuatro matrimonios con sus cuatro divorcios encima. Los tres últimos habían sido con mujeres que bien podían ser sus hijas… o sus nietas. Pero eso poco le importaba a sus ex, que todavía lo acosaban con mensualidades y denuncias abiertas, pues como bien sabían, el viejo estaba forrado en dinero.

—No le voy a dar empleo a alguien que seguramente te está utilizando para darle un mejor estatus a su vida, ¡de ninguna manera!

—Ed, pero soy yo quien probablemente lo está usando a él. Le prometí un buen cargo aquí en la Chrystal.

—No me digas, y si no lo consigues, te echará.

—No, sólo quiero hacerle ese favor. Hazlo por mí, ¿sí? ¿O acaso quieres que vuelva con Thomas?

— ¡De ningún modo! Siempre dije que ese bueno para nada no te haría feliz, y mira, resultó siendo cierto. ¡Te hizo sufrir y eso no se lo perdono!

—Duncan no es así, es más, es todo lo opuesto a Thomas, te lo aseguro.

—No, Allegra, y no me pongas esos ojitos…

—Dale una oportunidad, ¿sí? –Allegra se sintió inspirada, sus pucheros le estaban ablandando el corazón al viejo, la estaba mirando como una mujer a dieta mira el chocolate –Mira, tú lo contratas, y si ves que es un flojo irresponsable, lo echas y ya, y así me lavo yo las manos también, ¿no te parece? Pero dale una oportunidad. ¿Cómo fue que tú, papá y el señor Matheson construyeron esta gran empresa?, ¿no fue acaso porque alguien creyó en ustedes? ¿No merece Duncan la misma oportunidad?

Edmund Haggerty la miró malhumorado, preguntándose cómo era posible que fuera tan débil ante aquella chiquilla.

—Aaaah, está bien, está bien. Tráelo, lo entrevistaré. Si no me gusta, lo despacho y fin del tema. ¿Me escuchaste?

—Fuerte y claro. –Corrió hacia él, le besó ambas mejillas, y salió de la oficina sacando su teléfono celular y marcando un número—. ¿Duncan?

Éste se hallaba debajo de un carro, untado de grasa y barro.

—¿Sí?

—Soy Allegra, Allegra Whitehurst, ¿te acuerdas de mí?

—Mmmm, hola, novia. Dime para qué soy bueno.

—Te conseguí una entrevista con Edmund Haggerty. –Contestó Allegra sonriendo, no sabía si porque le había llamado “novia”, o simplemente porque le estaba dando una buena noticia— No sé si has oído de él, pero es…

—¿Edmund Haggerty? Claro que sí. He leído todo sobre él, fue cofundador de la Chrystal, y probablemente el cerebro de la compañía durante… —se detuvo al escuchar la risa de Allegra. Nunca la había oído, y le pareció cristalina, transparente.

—Vaya que lo conoces. Te conseguí una cita con él. Ven ya mismo, que quiere conocerte. Por favor, sé cuidadoso, es un tesoro, pero también una vieja ave de presa, así que si quiere te acribillará.

—Me imagino.

—Te haré llegar el Armani que te pusiste anoche. ¿Te molesta? Debes ir bien presentado.

—Bueno…

—No te niegues, por favor. Luego si te echa fuera, estoy segura de que te las arreglarás para decir que es mi culpa, así que con esto sólo me aseguro de que sea tu responsabilidad y de nadie más. Lavarse las manos, lo llaman-. Él no pudo evitar sonreír.

—Está bien, envíalo.

—Bien. Estaré por aquí esperando para guiarte.

—Me parece perfecto… Gracias, Señorita Warbrook.

—De nada, Señor Richman.

Duncan salió de debajo del carro en reparación disparado como una bala.

—Hey, ¿qué pasó? –preguntó Martín al verlo.

—Me acaban de llamar para una entrevista de trabajo.

—Sí, y yo soy Tom Cruise. —Duncan miró a su amigo negando.

—Es una entrevista de trabajo, ¡en serio! –le aseguró mientras se encaminaba al baño para cambiarse el mono azul por su vaquero y camiseta polo.

—Era una tal… Señorita Warbrook, —insistió Martín— y le estabas coqueteando.

—¡No le estaba coqueteando!

—¡Claro que sí! Te he visto usar tus “jugadas” delante de las chicas, y ese tono de voz que usaste era exactamente eso, una “jugada”.

—Tienes la mente llena de porquerías.

—No me chupo el dedo. A ver, desembucha.

—Es alguien que conocí anoche…

—Ah, ¿ves que sí?

—Y que me está ayudando a conseguir un buen empleo. No pienses mal. No es nada de lo que te imaginas. Me voy a casa, tengo que ducharme y… arreglarme estas uñas.

Martín soltó un largo silbido.

—¡La cosa se pone interesante!

—¡Cállate! –dijo mientras le tiraba a la cara una vieja toalla sucia. Martín sólo pudo reír.

Cuando salía de la ducha y entraba a la habitación de su madre buscando algo con qué limpiarse las uñas, tocaron a la puerta. Detrás de ella estaba el calvo de casi dos metros chofer y guardaespaldas de Allegra, con una percha que seguramente contenía el traje, y una caja con lo que probablemente eran los zapatos. Duncan los recibió y lo invitó a pasar, pero Boinet se negó, y afirmó esperarlo en el coche para llevarlo hasta la Chrystal.

Viendo que nada podía hacer para que cambiara de opinión, Duncan lo dejó estar, y mirando atentamente el traje fuera de la percha, pensó que en sus manos sostenía algo que probablemente costaba lo que ese piso en que vivía con todo su contenido.

—Asco de ricos –susurró, pero igual se lo puso.

Quince minutos después, y bajo el asombro de algunos de sus vecinos, Duncan subía al Rolls Royce para ir a una entrevista de trabajo, con el cabello aún húmedo y las uñas limpias. Quizá el modo de alcanzar sus metas no era del todo limpio, pero no tenía más a mano, y estaba cansado de esperar.

Allegra vio llegar el coche y, de él, salir a Duncan. Él se detuvo un momento para admirar las puertas de cristal, mientras se abrochaba uno de los botones de su traje. Era guapo con ganas, pensó Allegra, y esperó a que entrara.

—Bienvenido –dijo una de las recepcionistas al verlo. A Allegra no se le pasó por alto la mirada de ave de rapiña que aquella mujer le había lanzado a Duncan. Él sonrió cordial, sin verla realmente, y eso la tranquilizó. Él no parecía ser uno de esos que coqueteaba a diestro y siniestro.

Se encaminó a él y le sonrió.

—Aquí estamos. Supongo que ahora todo depende de ti.

Duncan la estaba mirando atentamente. Ahora a la luz del día, sin peluca ni maquillaje extravagante, parecía totalmente diferente. No llevaba accesorios en el cabello, y realmente vestía muy sobrio. Al parecer la espalda descubierta era un asunto sólo para las fiestas.

—Haré mi mejor esfuerzo —aseguró él. A lo lejos, la recepcionista los miraba preguntándose si esos dos tenían algo, o si aún había oportunidad de lanzarse con ese bombón. Había que mirar cómo le ajustaban los pantalones por detrás…

—Por favor anúnciale a Haggerty que mi novio ya está aquí y que se entrevistará con él en cuanto nos dé su aprobación.

Diantre, era el novio de la dueña.

—Sí, señora –contestó alicaída.

—¿Está todo bien? –preguntó Duncan mirándola ceñudo.

—Sí, no pasa nada. Ven y te acompaño.

Duncan no perdió detalle. Fan de los coches de lujo y de carrera, lo sabía todo, o casi todo, acerca de la Chrystal. Su historia, su estado financiero, su participación en las carreras organizadas, la contribución al estado y al país…

Allegra iba contándole más o menos lo mismo. Al verla hablar tan entusiasmada le preguntó:

—¿Trabajas aquí? –Ella borró su sonrisa.

—No.

—¿En qué trabajas?

—No trabajo.

—¿No?

—Dirijo las fundaciones a cargo de la empresa. De todos modos, no me lleva mucho tiempo, soy simplemente… una figura decorativa, me llaman cuando hay que firmar algún documento importante, o para sumar mayoría en las juntas directivas, de resto…

—Es una lástima, seguro que lo harías bien–. Ella lo miró sorprendida— ¿Qué? –Preguntó él al verla reaccionar así.

—¿De veras lo crees?

—Es tu empresa, ¿no? Tu herencia. Creo que es motivo suficiente para hacerlo bien.

—El Señor Matheson y Haggerty se encargan muy bien., Habían llegado ya al piso donde se hallaba la oficina de Haggerty. Allegra se anunció con la secretaria del anciano, y se sentó en uno de los muebles a esperar ser llamados.

—Matheson… —susurró Duncan— ¿No es Matheson el apellido de tu ex?

—Sí.

—¿No es el presidente general de la Chrystal?

—Sí.

—Qué coincidencia.

Ella lo miró interrogante, pero en el momento apareció Haggerty mirando a ambos como un lobo a una liebre.

—Sigue –bramó. Duncan miró a Allegra con las cejas alzadas, pero ella negó haciendo una mueca para que le restara importancia a la actitud del viejo.

Duncan entró a la enorme oficina de suelo cubierto por una fina moqueta, libreros aquí y allí, cuadros con imágenes de famosos diseños de autos, un televisor que proyectaba una de las carreras de la Fórmula Uno, y, en el centro, un pequeño juego de minigolf, en el que ahora se ocupaba el anciano dueño.

—Siéntate, siéntate. Me dijo Allegra que quieres un empleo. ¿Exactamente de qué?

—Bueno, soy financista, tengo un master en la misma disciplina, y sé que me puedo desempeñar en cualquier cargo que me asignen. Soy observador y aprendo rápido y…

—Sí, sí, sí… todo eso parece un discurso ensayado. Dime, ¿qué es lo que buscas exactamente? Enamorar a Allegra, sacarle dinero, ganarte el corazón de todos por aquí hasta que te cases con ella, y te adueñes de la Chrystal, ¿no es así?

Duncan lo miró fijamente frunciendo el ceño. Relajó su cuerpo, no debía verse tensionado, pero tampoco como un pusilánime.

—Me gusta Allegra, y apenas la estoy conociendo, pero no me parece la típica chica tonta que se deja engañar tan fácilmente.

—Las mujeres se atontan a veces. Ya lo hizo frente al estúpido de Thomas Matheson.

—Error que aprendió con creces, créame. Le estoy profundamente agradecido a Allegra por conseguirme esta cita con usted, pero si eso se va a prestar para que luego ella tenga que sufrir humillaciones por ayudar a su novio, dejémoslo así. Fue un placer conocerlo.

—No he dicho que te puedas ir –dijo el anciano cuando Duncan se dio la media vuelta–. Muchachito insolente. ¿Cuántos años tienes?

—Veintisiete.

—¿Dónde estudiaste?

—Aquí, en Detroit.

—¿Qué hacen tus padres?

—Mi padre nos abandonó hacen cinco años y desde entonces no sé nada de él; mi madre es enfermera en el St. John Hospital.

—¿Cómo sé que luego no abandonarás a Allegra, así como tu padre te abandonó a ti? –Duncan apretó los dientes.

—Porque sé lo que duele el abandono, sobre todo cuando se es amado en una familia. De los errores de mis padres aprendí, no quedé lisiado.

Por fin Haggerty se detuvo en un momento de silencio. Lo miraba fijamente como si de un contrincante en un ring de boxeo se tratara.

—Allegra es una hija para mí. La terminé de educar cuando sus padres murieron en aquel terrible accidente. Limpié sus lágrimas en el entierro, y en vacaciones, cuando venía a quedarse en mi casa y la que fuera mi esposa en el momento, la abracé cuando despertaba llorando de sus pesadillas. Si le tocas un pelo, si la haces llorar, te perseguiré hasta el fin del mundo y te destruiré.

Duncan asintió aprobando al que quizá fuera su futuro jefe.

—Es increíble ver que Thomas Matheson, aun con todo lo que le hizo, siga vivo.

—Ese maldito me la debe, pero es el hijo del presidente de la Chrystal y no lo puedo tocar directamente. Tú podrías servirme.

—No me presto para destruir a la gente.

—No tendrás que hacerlo. El mero hecho que ocupes su lugar en la cama de Allegra ya será un golpe bajo. Estás contratado. Ven el lunes a las ocho. No sé qué te pondré a hacer, pero ya veremos en el camino qué se me ocurre.

Confundido, Duncan no pudo más que asentir.

—Gracias, señor.

—Vete, vete, interrumpes mi juego de golf.

Duncan salió, sin notar la mirada que Haggerty le dirigía desde su juego de mini golf. La Chrystal necesitaba más gente como él, pensó.

Luego de cerrar la puerta, Duncan dejó escapar el aire. Allegra corrió hacia él.

—¿Cómo te fue? ¿Fue muy horrible? ¿Sigues vivo? –él sonrió.

—Cómo se ve que lo conoces.

—Bueno, ha sido algo así como un padre sustituto.

—Sí, algo de eso me dijo. Pero no te preocupes, tengo empleo.

—Gracias al cielo –sonrió Allegra. Duncan la miró fijamente.

—Tengo el presentimiento de que nos está mirando.

—Sí, está asomado a la ventana que da aquí.

—Bueno, entonces se hace obligatorio… —Se inclinó a ella y la besó. No fue el beso del lobby del hotel, que estaba destinado a enfurecer a Thomas, que los observaba, no. Este beso fue tierno, y hasta un poco tímido. Satisfecho, Edmund Haggerty cerró la cortina y se dedicó al fin a su trabajo.

Allegra se recostó en el pecho masculino. Aunque el beso no tenía la misma fuerza que el primero, no estaba saqueando su boca y llevándose el botín como la primera vez, había producido en ella la misma sensación. Desfallecimiento.

—G… gracias.

—¿Por besarte?

—Por… em… todo lo que haces.

—No, gracias a ti. Creo que en todo esto salgo ganando yo. Mira: tengo un buen empleo-. Alzó su mano para acariciar su aterciopelada mejilla, pero cuando vio que la uña de su pulgar no estaba del todo limpia, bajó la mano—. ¿Qué harás ahora?

—Bueno… almorzar con Edna, creo.

—¿Almuerzas conmigo?

—¿De veras? ¡Claro! ¿A dónde me vas a llevar?

—Me temo que no a uno de esos restaurantes a los que estás acostumbrada.

—A donde me lleves estará bien. —Él le tomó la mano, y, aunque se tratara de representar bien un papel, ella se sintió feliz al tomarla. Se encaminaron juntos al ascensor, de donde salía George Matheson.

—Mierda, —susurró ella, y Duncan la miró un poco sorprendido; no imaginó que ella soltara palabrotas, ni siquiera una como aquella.

—Allegra Whitehurst –dijo el hombre, y Duncan dejó de mirar a Allegra para prestarle atención al sujeto que venía rodeado como por cuatro hombres más y tenía una mirada que parecía sospechar y desconfiar de todo el mundo—. Qué placer verte de nuevo. Me gustaría hablar contigo. ¿Puedes ir a mi oficina, por favor?

—Lo siento, George, en otra ocasión será. Mi novio me invitó a almorzar.

—Es importante, Allegra –contestó el hombre ignorando a Duncan.

—El almuerzo también lo es. Nos vemos. —Se internó con Duncan en el ascensor, apretando sus labios, sin mirar a nadie. Duncan le sostuvo entonces la mirada a Matheson hasta que las puertas del ascensor se cerraron.

—No me digas. El padre de Thomas. –Ella simplemente asintió—. ¿Lo quieres mucho?

—No. Más bien me inspira miedo.

—¿Por qué?

—No… no lo sé. —Él frunció el ceño, extrañado. Tuvo deseos de tomar a Allegra por los hombros y reconfortarla, pero esas actitudes eran para cuando tuviera público, pensó.

Al estar fuera de los edificios de la Chrystal Duncan volvió a echar una mirada al conglomerado. Necesitaría más de un día para pasearlo todo, pensó. Extensos jardines rodeaban los diferentes edificios, y el principal, que en la parte alta de su fachada llevaba una estrella, símbolo de la empresa, brillaba al sol del mediodía, a pesar de que el cielo estaba un poco encapotado.

Anduvo unos pasos con Allegra a su lado y sacó su teléfono para avisarle a su madre que no iría a almorzar. Kathleen tenía el turno de noche a partir de esa noche y durante el día se quedaba en casa cuidando de los chicos.

—¿A dónde vas?

—A pedir un taxi. Dudo que se detengan aquí –contestó de manera distraída, mientras marcaba a Kathleen, pero nadie le contestaba.

—Boinet puede llevarte.

—No, gracias. No quiero molestar.

—¿Llamas a tu madre?

—Sí.

—Puedo ir a almorzar con ustedes? Me gustaría ver dónde vives –Duncan la miró fijamente un poco sorprendido por la petición.

—No es nada del otro mundo. Una casa pequeña, muebles…

—Vamos, llévame. Si no es nada del otro mundo, no veo por qué no puedo ir.

Él no le quitó la mirada de encima. Quizá se escandalizara cuando viera el sitio en el que vivía. Y si esa “relación” se alargaba, su madre terminaría enterándose de todos modos.

—Supongo que no puedo negarle una petición de esas a mi novia –dijo mientras avanzaba a través de los jardines en busca de la calle más concurrida por donde pasaban los taxis. Allegra lo siguió.

—Si sientes que estoy metiéndome demasiado en tu vida personal, no lo hagas.

—“Metiéndote demasiado en mi vida personal” –parafraseó Duncan—. Eso es un chiste, ¿verdad? Para bien o para mal, de mentira o de verdad, soy tu novio. Nunca me preguntaste, pero no tengo más novias, no salgo con nadie, y no me gusta nadie actualmente. Salgo contigo y de vez en cuando te beso. Me presentas ante tu gente como tu novio, y sin querer me metiste en una riña de familia… o ¿tal vez fue queriendo? Allegra Whitehurst, me parece a mí que estás más que “metida” en mi vida personal.

Ella esquivó su mirada mordiéndose el labio sin dejar de andar a su lado. Nunca lo había visto desde el punto de vista de él. Se sentía horrible.

—Siento mucho todo esto.

—Nah, —dijo él mientras llegaban al fin a la zona más transitada, estiró el brazo pidiendo un taxi— yo acepté entrar al juego, y una de las consecuencias es enfrentar a mi familia. ¿Te dije que mi madre es enfermera?

—No, no me lo habías dicho.

—Sí, y, además, tengo tres hermanos. Nicholas de dieciséis, Paul y Kevin de cinco. Son gemelos.

— ¡Gemelos! ¡Vaya! —El taxi se detuvo frente a ellos. Allegra lo miró horrorizada—. ¿Qué haces?

—Subimos a un taxi.

—¡Yo nunca he subido a uno!

—No te pasará nada.

—Dicen que uno se puede encontrar cualquier cosa en los asientos de atrás.

—Bueno, yo una vez encontré dinero, no es tan malo.

—Boinet está aquí, él nos llevará.

—Allegra, siempre hay una primera vez. Deja de ser cobarde y sube al taxi.

—Boinet no es solo un chofer, es mi guardaespaldas, si algo me sucede…

—Yo pondré el pecho para protegerte.

Ella lo miró dudando, no de sus palabras, sino de lo sensato de dejar a Boinet para irse en taxi a algún lugar de Detroit.

—Está bien. Dios, nunca me imaginé que haría algo como esto.

—Lo superarás.

—Edna me matará.

—No lo hará—. Allegra subió al taxi, mantuvo las piernas cuidadosamente cerradas y la vista al frente. Al verla, Duncan no pudo evitar reír –Niña rica.

—Lo siento. Pero no es mi culpa.

—No, ya veo. Llama a Boinet, dile dónde vas a estar, y a Edna, y a quien sea necesario, para que estés más tranquila.

Ella hizo caso de inmediato, y llamó a ambos. Duncan se sorprendió cuando vio que ella no llamaba a nadie más. Edna y Boinet eran, al parecer, toda su familia.

Cuando llegaron al conjunto de edificios donde Duncan vivía, Allegra salió del taxi mirando en derredor. Se sentía como viviendo una película de acción donde ella probablemente era una víctima, o una extra que moriría apuñalada. El brazo con que Duncan la rodeó la hizo sentirse más segura. Ningún ladronzuelo se atrevería a acercársele si alguien como él la estaba protegiendo.

Mi héroe, pensó.

Duncan la llevó hasta su torre y la condujo hacia el viejo ascensor. El edificio tenía todo el aspecto de ser uno ya viejo y muy usado. La pintura de las paredes se caía en algunas partes, inflada por la humedad. Había uno que otro grafiti por allí, y el llanto de un niño atravesaba las paredes y resonaba en el pasillo. Duncan hubiese querido que ella no viera nada de aquello, pero ella misma había insistido. Era de agradecer que no estuviera por allí ninguna de las bandas de adolescentes que acostumbraban molestar.

Sacó las llaves y abrió la puerta del 304, y con un ademán la hizo pasar.

Allegra miró todo.

Esperaba ver muebles desvencijados y sucios, con sábanas tapando la mugre, cuadros torcidos, o espacios vacíos en las paredes, tal como se mostraba que vivían los pobres en las películas y la televisión, pero no. La casa estaba limpia, el sofá sin ninguna manta encima, la mesa con sus cuatro sillas, y un agradable olor se desprendía de las ollas que hervían a fuego lento en la estufa.

—¿Mamá?

—¡Hijo! Llegaste temprano –Dijo Kathleen, desde algún lugar de la casa. Cuando salió, llevaba a uno de los gemelos desnudo en brazos, que casi se le resbala cuando vio a la hermosa rubia en medio de su sala. Paul, o Kevin, sintió vergüenza y se cubrió la cara y gritó. Kathleen lo dejó libre entonces para que corriera a su habitación.

—Vístete bien, ¡y ponte calzoncillos!

Kathleen sonrió a su hijo y a su invitada, como disculpándose por el estado de su casa, sus hijos y de ella misma. Allegra le sonrió.

Duncan se parecía a su madre. Las cejas que en él eran gruesas y oscuras, en ella eran arqueadas y largas. De cabello negro y largo, piel tostada y nariz pequeña. La diferencia estaba en el color de ojos; los de la madre eran verdes, y Allegra intuyó que más joven debió ser una belleza.

—Buenas tardes. Perdone que venga sin anunciarme.

—No, no… disculpe por… ¡Duncan! ¿Cómo no me has avisado?

—Pero si tú siempre estás hermosa –dijo él besándole los cabellos— Madre, ella es Allegra, una amiga que quiere conocerte y conocer mi casa. Allegra, ella es mi madre.

Ambas mujeres extendieron su mano y se la estrecharon.

—Tiene una casa preciosa.

—Gracias. Con todos estos varones en casa, es difícil mantenerla ordenada.

—Habla de los gemelos, no de mí –se defendió él.

—Duncan también es un poco desordenado, aunque dice que no.

—No vivió demasiado mi honra –Se quejó él. Kathleen la invitó a sentarse, y Allegra lo hizo así. Se sentó en el sofá y madre e hijo desaparecieron en la cocina.

—¿Quién es?

—Ya te dije, una amiga.

—Tú no traes a tus amigas aquí. ¿Quién es?

—Mamá… —Kathleen se asomó a la sala, donde estaba sentada Allegra, con su espalda recta como si fuera una modelo en una audición.

—Mírala, está tan fuera de lugar aquí como yo en la Casa Blanca.

—¿No te gusta?

—No la conozco, pero si la has elegido, algo bueno tendrá, ¿no?

—¿Elegirla?

En ese momento asomó la cabecita de uno de los gemelos en la sala. Encantada, Allegra le agitó la mano.

—¿Eres Paul? ¿O Kevin?

—Paul –contestó el niño.

—¡Vaya! Yo nunca había visto unos gemelos así pequeños, ¿sabes?

—¿Nunca?

—No, nunca. Sólo en televisión. —El otro gemelo salió. Tenía cara de avergonzado. Debía ser el que fue visto desnudo antes. –Hola, Kevin— El niño le rehuyó la mirada.

—Si nunca habías visto gemelos así, te los regalo. Seguro se verán bien en tu sala –Bromeó Duncan, asomándose a la sala, pero Allegra estaba segura de que mataría a cualquiera que osara tocarle un pelo a uno de esos niños.

—Estás loco. Ve a que te atiesen un tornillo.

Los gemelos la miraron asombrados. Nunca habían visto a nadie que le dijera algo así a su hermano mayor. Y él no se enojaba, al contrario, sonreía. Allegra se convirtió de inmediato en el ídolo de aquél par de niños. Kevin incluso olvidó que había sido visto desnudo y se acercó para mostrarle uno de sus juguetes. Entonces Paul se sintió celoso y quiso mostrar también el suyo.

Kathleen observaba la escena mientras cuidaba de la comida en los fogones. Esa chica rubia tenía hechizados a tres de sus hijos. Era peligrosa.

A la hora de la comida se sentaron todos alrededor de la mesa, Duncan preguntó por Nick, que no estaba. Al parecer, notó Allegra, era constante que el adolescente no estuviera con ellos a la hora de comer.

Hubo que añadirle una silla, pero fuera de eso, todo parecía demasiado normal. Allegra escuchaba a Duncan hablar, a Kathleen regañar a los niños, a Paul y a Kevin preguntarle si se veía tal o cual programa. Uno de ellos incluso regó lo que quedaba de su bebida. Kathleen, que parecía entrenada para ese tipo de accidentes, limpió inmediatamente la mesa, y no quedó ni huella de él.

Allegra miró a Duncan impresionada. Esa era una familia de verdad. No estaba el padre, y Duncan aún no le había contado por qué. Imaginaba que habría muerto o algo, pero, aun así, aquella era una familia de verdad.

Cuando la cena terminó, y Duncan anunció a todos que llevaría a Allegra hasta su casa, los niños se despidieron de ella con sendos besos en las mejillas. Kathleen la invitó a volver cuando quisiera, y Allegra prometió hacerlo.

Duncan la llevó de vuelta a las afueras del edificio.

—No tienes que mentir. Si deseas no repetir la experiencia de compartir una mesa con mi familia yo entenderé.

—¿Estás loco? ¿Sabes hace cuánto tiempo no comía en familia? ¡Milenios! George, Edmund, Edna y hasta Boinet han intentado ser una familia para mí, pero cada uno por separado y a su manera. Verte a ti con todos ellos es… Dios, ¡cómo te envidio!

—¿A mí? ¿Tú? ¿Una de las mujeres más ricas del país?

—Sí, yo. Tienes algo que yo nunca podré comprar con dinero.

—Qué.

—Una familia.

Él la miró atentamente por un largo rato. Era verdad, ella había estado sola desde que sus padres murieron. Se preguntó entonces quienes habían sido sus compañeros de juego, y por qué no había desarrollado lazos de amistad en la escuela, o en la universidad.

Ella, sin notar que era observada, sacó su teléfono y llamó a Boinet, que aseguró ir por ella inmediatamente.

—Yo podría haberte llevado de nuevo en taxi.

—¿Y vivir de nuevo esa experiencia? No, gracias.

—Vamos, no fue tan malo.

—Pero tampoco fue una maravilla. Boinet vendrá por mí. Además… no tiene sentido que me acompañes, si luego tienes que regresarte solo.

Él se encogió de hombros, como si no le importase. Allegra bajó la mirada mostrándose insegura, lo que le hizo alertarse.

—Sólo te conozco desde hace un par de días, pero… gracias, Duncan, por todo.

—Bueno… no ha sido fácil… así que acepto tu agradecimiento—. Allegra no pudo evitar reírse.

—Has debido pensar que estoy chiflada.

—Aún lo pienso. Pudiste haber dado con un pervertido.

—No, no lo creo.

—Ah… ¿de veras? Yo mismo podría ser un pervertido. Podría violarte en un rincón de estos, ¿sabes? Nadie se daría cuenta por más que grites –Allegra no borró su sonrisa, al contrario, ahora lo miraba con una ceja alzada.

—Tú no tocarías a una mujer hasta que esta te dé permiso.

—¿Por qué estás tan segura?

—Lo has hecho conmigo. Como no te he dicho que puedes besarme siempre que te apetezca, te abstienes.

—Te besé en el lobby, anoche, en el hotel.

—Sí… pero casualmente allí estaba Thomas… no me has dicho qué te hizo cambiar de opinión. Estabas muy cerrado con eso de que no querías entrar en la farsa.

Él sólo sonrió. No le iba a decir que escuchó al idiota ese hablar de ella en los términos que se expresó. La miró entonces con una pregunta en mente. Sólo había besado a Allegra dos veces, anoche en el hotel y hoy frente a Edmund Haggerty, y en ninguna de las dos ocasiones ella pareció ser la mujer fría que Thomas había descrito. Miró sus labios. Si ahora la besaba… ¿qué respuesta obtendría?

—Vaya, se ha puesto frío el clima —comentó ella ignorando que él le estudiaba los labios como un odontólogo estudia una caja de dientes.

—Sí —contestó él.

—¿Cómo hacen en tu casa en el invierno? No vi que tuvieran hogar.

—Radiadores eléctricos.

—Ah… debo parecer tan tonta.

—No, sólo ignoras algunas cosas a las que no fuiste expuesta.

—Ya.

Allegra miró a Duncan, su humor se había puesto un tanto extraño en los últimos minutos. Y Boinet se demoraba.

—Puedo… —preguntaron los dos al tiempo, y rieron.

—Tú primero –insistió él.

—Bueno… Sólo estaba pensando que la primera vez que te vi dijiste algo que me hizo entender que eres virgen.

—¿Qué?

—Sí, dijiste algo sobre falta de experiencia, y yo pensé…

—¡Pero yo estaba hablando acerca de experiencia laboral!

—Sí, luego caí en cuenta de eso… —Duncan no pudo contener la risa.

—¿De veras creíste eso? Increíble.

—Fue un malentendido. Edna realmente está loca por lo que hizo. Pero por otra parte… creo que no respetaba mucho a esos hombres que acudieron a la cita. Edna hizo bien.

—Bueno, si al final todo resulta bien, creo que yo también se lo agradeceré.

— ¿Al final?

—Sí, cuando todo esto termine… no va a ser eterno, ¿no? —Ella lo miró tratando de disimular la impresión. ¿Final? Apenas estaba adaptándose al principio, ¿por qué pensaba él en el final?

Afortunadamente, en ese momento llegó Boinet en el Rolls Royce, y ella se salvó de tener que dar una respuesta.

—Bueno, hasta pronto. Te veré… luego, supongo.

—Llámame con anticipación cuando me necesites.

—Sí, lo tendré en cuenta. Suerte el lunes con Ed.

—Gracias.

Duncan la vio caminar hacia el coche casi como si tuviera prisa, lo que le extrañó. En un momento ella buscaba temas para conversar y al otro se escabullía como gato mojado. Vio a Boinet abrirle la puerta trasera del coche y luego, mientras daba la vuelta para subir él, le dirigió a Duncan una mirada cortante, como si lo culpara por traer aquí a su niña. Duncan lo miró sin expresión alguna. Sabía que Boinet no lo aprobaba del todo, pero bueno, él tampoco lo haría. Suspiró entrando a la casa, ahora debía enfrentar el interrogatorio de su madre.

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