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C3 Conocerlo

Perspectiva de Mia

"Es él", susurré para mí misma al verlo alejarse, mientras papá nos regalaba una sonrisa tranquilizadora antes de seguirlo. "Es él", repetí en voz baja, sin apartar la mirada de mamá.

"¿Qué te ocurre, cariño?", preguntó mamá acercándose a mí. "¡Es él!", exclamé aún en estado de shock, manteniendo el contacto visual con ella. "¿Qué sucede, querida?", inquirió, sujetando mi rostro entre sus manos. "El chico de mis sueños, mamá, es él", confesé, todavía sorprendida.

"¡Vaya!", expresó mamá, guiándome suavemente hacia el sofá. "Tal vez se deba al lazo que os une, sabes que no hay nada más fuerte que el vínculo entre hermanos", comentó mientras acariciaba mi mejilla con ternura. "Pero parece que él me rechaza", dije en un murmullo, recostando mi cabeza en su hombro.

"Mantén la calma, mi vida, él solo está intentando procesar todo, comprenderás que asimilar noticias así no es sencillo, pero te aseguro que con el tiempo cambiará de actitud", me consoló mamá con esas palabras. Yo solo pude suspirar, cerrar los ojos y perderme en mis pensamientos.

Durante los últimos dos días, he estado rebosante de emoción ante la idea de conocer por fin a mi hermano mayor. Desde niña, siempre anhelé tener un hermano que me cuidara y me protegiera, pero nunca lo tuve. A los siete años, mamá y papá me revelaron que papá tenía otra familia y que esa era la razón por la que no estaba siempre con nosotros. Aquello me partió el corazón, pero cuando papá mencionó que tenía un hijo seis años mayor que yo, por alguna razón, me llené de ilusión y deseé fervientemente conocerlo.

Constantemente le rogaba a papá que me permitiera verlo, pero él insistía en que aún no era el momento, que nos haría encontrarnos cuando fuera oportuno.

Cada día de mi vida, anhelaba el momento de conocer a mi hermano. Me imaginaba a ambos yendo al parque, compartiendo almuerzos y hasta lo veía defendiéndome de los bravucones más grandes.

Siempre he vivido como una niña buena, con la esperanza de que, al conocerme, mi hermano mayor no encontrara razones para rechazarme.

Hace tres años, papá llegó a casa bañado en lágrimas y con el alma en pedazos. Nunca antes lo había visto tan desconsolado. Intenté confortarlo, preguntándole qué sucedía, pero mamá me mandó a mi cuarto sin más explicaciones.

Más tarde esa noche, papá entró a mi habitación y, con voz entrecortada, me contó que había perdido a su esposa a causa de una enfermedad terrible. Al escuchar la noticia, lo primero que exclamé fue: "¿Y mi hermano?". La preocupación por él me invadió, y me preguntaba qué estaría sintiendo. Le pregunté a papá cómo estaba él, y me respondió que estaba destrozado. "Quiero verlo", le rogué, pero solo negó con la cabeza y prometió llevarme a su encuentro cuando cumpliera los dieciocho.

Desde entonces, contaba los días para ese encuentro, hasta que llegó hoy y su reacción no fue la que yo había esperado.

"¿En qué piensas?", preguntó mamá, alzando mi rostro. "¿Crees que nos aceptará?", inquirí con temor. "Claro que sí, aunque necesitará tiempo", me consoló, depositando un beso en mi frente.

Poco después, papá regresó con una sonrisa cansada y nos tranquilizó: "Está intentando asimilarlo todo, no se preocupen".

"¿Estás bien, querida?", preguntó papá, agachándose frente a mí con una mirada inquisitiva. "¿Te da miedo lo que pueda hacer tu hermano con sus habilidades?". Ante su pregunta, negué con la cabeza y afirmé: "Tiene habilidades increíbles, y no me asustan, él es mi hermano". Le sonreí, y él me correspondió con un abrazo reconfortante. "Es un buen chico y estoy seguro de que será un excelente hermano mayor para ti", me susurró al oído antes de besarme la frente y retirarse.

"Cara", llamó él, y una señora que rondaba los treinta avanzó. "¿Sí, Alfa?", respondió ella. "Cara es la niñera de Ricardo; lleva en esta mansión desde que él nació y Ricardo la considera como una segunda madre", nos explicó papá. "Un placer conocerte, Cara", la saludó mamá con cordialidad. "Cara te mostrará tu habitación y te dará un recorrido por la casa", añadió papá, mientras yo asentía sonriente. "Sígueme", indicó ella, tomando la delantera, y yo me limité a seguirla.

Ascendimos por la larga escalera, dejando atrás cuatro puertas, hasta que se detuvo frente a la quinta. "Aquí tienes tu habitación y esa de allí es la de Ricardo", señaló la puerta contigua a la mía. "Si necesitas algo, no dudes en llamarme", me dijo antes de alejarse.

Con una mezcla de curiosidad y reserva, contemplé la puerta de Ricardo sintiendo el impulso de llamar, pero me contuve y, en su lugar, abrí la puerta de mi habitación.

Al entrar, lo primero que captó mi atención fue un cuadro en la pared, pintado en mi tono azul predilecto. Una cama grande dominaba el centro del espacio, mientras que un amplio armario adornaba una esquina y, en la opuesta, se encontraba una mesa de lectura de buen tamaño. En la pared, colgaba un televisor inteligente junto a un conjunto de DVD.

Con un suspiro profundo, me dejé caer sobre la cama boca arriba y mi mente, casi sin querer, se deslizó hacia Ricardo. Sus ojos escondían algo inusual, un misterio que no lograba descifrar ni entender.

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