Rechazando tu rechazo/C2 Como extraños
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C2 Como extraños

'Haré como si nunca hubiera posado mis ojos en ti, ni siquiera como si nos hubiéramos conocido. Por ahora, seamos desconocidos a sus ojos.'

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"Dante, ¿alguna vez has pensado en encontrar una compañera?"

Allen le pregunta, dejando su cuchara a un lado y haciendo señas al camarero para pedir agua, justo cuando la ve acercarse con la jarra. Ella coloca el vaso frente a él, él le ofrece una sonrisa y ella, ignorándolo, retira sus manos rápidamente del cristal.

"Con una me bastó, la otra se escapó con otro licántropo", le miente a Allen, dando un sorbo y desviando la mirada para verla detenerse un instante antes de seguir caminando.

"Curioso, pensé que nunca la encontraste, pero ¿a quién le importa?" Allen alza su copa, chocan y beben a su salud.

"Mira, ¿ves a esa chica?" Allen baja la voz, excluyendo a todos de su conexión mental y erige una barrera alrededor de su mesa. Dante sigue su mirada y ve a su compañera sonriendo junto a un camarero, quien le susurra algo al oído y la hace reír de nuevo.

Dante aprieta los dientes. "¿Qué hay con ella, Allen?" Mira de reojo y ve a su amigo sonreír con esa expresión que conoce demasiado bien; Allen está enamorado de su compañera. No le agrada el rumbo que está tomando la conversación, pero sigue fingiendo no saber nada de ella.

"Estoy pensando en convertirla en mi luna."

Siente a su lobo interior gruñir, pero lo reprime.

"Ella no es tu compañera ni miembro de tu manada."

Dante sabe que su compañera no pertenece a su manada ni a la de Allen. Recuerda que ella vive en un territorio neutral gobernado por el consejo. Todos los asuntos allí son administrados por el consejo, compuesto por cuatro Alfas de alto rango. Se suponía que él debía ser parte de ellos, pero se niega a colaborar. Aún les guarda rencor por el casi aniquilamiento de su manada.

Nunca le tendieron una mano cuando los pícaros asaltaron su territorio, ni cuando tenía catorce años ni al cumplir los dieciocho. Abandonaron a un niño y a su manada a la crueldad de los lobos salvajes y los Pícaros, dejándolos morir.

Ahora, la manada de aquel niño infunde temor en todos y él está arrebatándoles todo lo que construyeron y gobernaron. Uno de sus objetivos es que, algún día, el territorio neutral donde reside su Compañera también le pertenezca. Se asegurará de que vengan arrastrándose hasta su puerta, suplicándole de rodillas por ayuda.

Allen sonríe. "Lo sé, pero ella me gusta. Hay algo en ella que no puedo sacarme de la cabeza", sus palabras lo devuelven a la realidad, pero también le recuerdan por qué ella no está a su lado, la razón por la que solo ha tenido un amigo en toda su vida.

"Todavía recuerdo la primera vez que nos encontramos", comenta mientras Dante juega con su copa de vino antes de bebérsela de un trago, sintiéndose incómodo.

"Entonces, ¿qué te detiene?" le pregunta Allen. "Bueno, digamos que después de quitarme de encima al tonto que tiene a su lado".

Dante suelta una carcajada y simula desinterés por ella. No quería atraer miradas ni que su amigo sospechara que ella le interesaba. Eso arruinaría el acuerdo que acaba de cerrar con su manada, por lo que mantiene a raya sus emociones lupinas.

Luego observa detenidamente al macho y se da cuenta de que era uno de sus exmiembros. Lo ignora y bebe otro sorbo de vino.

Retoman la conversación sobre su manada. Él le dirige un par de miradas hasta que la ve salir del comedor. Finge que se le derrama la bebida sobre el esmoquin, se levanta e intenta limpiar la mancha.

El camarero trata de ayudarle a eliminar la mancha, pero él lo rechaza amablemente antes de pedir indicaciones para el baño.

Siguió su aroma y la esperó fuera del baño de mujeres. El perfume se intensificaba a medida que ella lo cruzaba, dándole la espalda sin percatarse de su presencia.

Dante desliza sus manos alrededor de su cintura y, apoyando su cabeza en la curva de su cuello, susurra tras su oreja, enviando una oleada de escalofríos a través de su cuerpo.

"Extraño tu fragancia".

Al soltarla, ella se gira bruscamente y le propina una bofetada.

"Me rechazaste, cretino. ¿Has venido solo para repetirlo?", él suelta una carcajada socarrona. "Quizás", la provoca con una sonrisa pícara, mientras ella se inclina hacia él, desafiante. "Y conoces de sobra mi respuesta".

Él la toma del brazo, atrayéndola hacia sí con firmeza, pero ella se resiste, intentando zafarse de su agarre.

"No tardarás en aceptarlo", afirma él con convicción.

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