Reino de los elegidos/C1 Capítulo 1
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C1 Capítulo 1

La exploración

El jardín occidental en primavera se había convertido en el refugio predilecto de la princesa Katrinetta para disfrutar de su escaso tiempo libre. Entre sus lecciones y las largas horas en la corte, esos momentos de ocio eran un tesoro raro. En la víspera de su decimoctavo aniversario, logró robar unos instantes para evadirse. No fue tarea fácil, especialmente porque su madre y los demás consejeros insistían en instruirla sin cesar acerca de la inminente ceremonia. Solo pensar en el nombre le provocaba un revuelo en el vientre, como si mil mariposas aletearan en su interior. Era irrelevante que sus primas y las damas que ya habían atravesado rituales semejantes le asegurasen que aquel cosquilleo no nacía en su estómago, sino más abajo, en el bajo vientre. Afirmaban que no era temor lo que removía sus entrañas, sino deseo; sin embargo, Katrinetta reconocía la ansiedad que se manifestaba con su desagradable presencia. A medida que se aproximaba el día, más anhelaba poder eludirlo por completo.

Reposando en su banco de mármol favorito, flanqueado por dos arbustos de un verde bosque meticulosamente esculpidos, se deleitó con un espectáculo de flores multicolores. Los tulipanes habían sido siempre sus flores predilectas, en particular los de tonos violeta y rosado, aunque en esta ocasión eran las rosas de un rojo intenso las que capturaban su mirada. El jardín floral era el único lugar donde podía tener la certeza de que su madre, la reina Rona (quien portaba el pomposo título de Emperatriz de Todas las Tierras al Este de las Montañas Glaciales y Reina de las Provincias al Sur del Mar Compazional) no iría a buscarla. Pero eso no significaba que no mandara a alguien más a encontrar a su hija perdida entre los insectos y demás seres alados. Consciente de que tendría un momento para recobrar la calma, para ocultar la sonrisa y la postura relajada que adoptaba cada vez que se refugiaba en este rincón, antes de que le sobrevinieran nuevamente las obligaciones y expectativas, Kit siempre elegía este lugar como su primer destino cuando lograba escaparse, aunque fuera por un breve lapso.

Hoy, ella observó a una hermosa mariposa de tonos azurados revolotear, sus alas majestuosas rozando las puntas de los pétalos mientras se deslizaba entre los tulipanes. Se imaginó con alas, liberada de las responsabilidades de la realeza y los rituales de cortejo. ¿Se movería entre las flores como lo hacía el insecto, o sería arrastrada por una tormenta de viento?

La respuesta llegó de forma abrupta cuando una urraca se lanzó desde el cielo, capturando al desprevenido ser de colores en su pico afilado y tragándoselo de un solo bocado. Kit, horrorizada, se llevó la mano a la boca al presenciar cómo la maravillosa criatura desaparecía. Si ella hubiese estado en el lugar de la mariposa, como había imaginado, ahora estaría revoloteando en el estómago del ave. Imaginó que la urraca sentiría algo parecido al aleteo frenético que ella sentía en su propio estómago. Kit se sintió como si hubiera devorado a miles de seres tan frágiles como el insecto que acababa de perecer.

"Eres un alma tan delicada."

La voz que sonó detrás de ella le era conocida. No hizo ademán de girarse. Aun sin sus palabras, habría sabido que estaba allí. Algo en su aroma, esa mezcla de cuero, un toque boscoso como el del cedro y su distintivo almizcle, siempre anunciaba la llegada de Eli y le dibujaba una sonrisa de alivio en el rostro. Esta vez, no había percibido su acercamiento, quizás distraída por el trágico final de la criatura ante sus ojos. Tomó aire profundamente, deseando que él no notara que inhalaba intencionadamente su fragancia, mientras él tomaba asiento a su lado, en dirección opuesta.

Esperó a que Kit girara su cabeza hacia él para continuar hablando. Ella se inclinó ligeramente, sin saber qué responder. Él tenía razón, era un espíritu sensible, tanto que su madre a menudo se cuestionaba cómo podía ser su hija. Pero sus tías y los otros miembros del consejo lo confirmaban una y otra vez; habían estado presentes en su Ceremonia de Nacimiento, y estarían en la próxima ceremonia, que tendría lugar pasado mañana. Al pensarlo, Kit sintió la bilis subir por su garganta, preguntándose cómo lograría enfrentarse a ello. No importaba cuántos de su familia hubieran pasado por la misma experiencia; la sola idea del médico real, Mikali, tocándola tan íntimamente, con sus dedos torcidos explorando antes de penetrarla, la hacía sentir mareada y con náuseas.

El comandante de su guardia no dejaba pasar nada por alto. Sus ojos de un verde esmeralda se estrecharon ligeramente, denotando preocupación mientras examinaba su rostro. No necesitaba haberla conocido desde que era una niña para darse cuenta de las cosas; su perspicacia era notable. Él diría que era su obligación estar al tanto de todo, captar cada matiz, pero Kit había tenido otros comandantes y sabía que la habilidad de Eli era excepcional. Era solo una de las muchas destrezas que adornaban al apuesto hombre sentado a su lado. Siempre se sentía más protegida, su inquietud se disipaba cuando él estaba cerca. Habían sido amigos desde que ella podía recordar y, a menudo, se perdía en pensamientos sobre lo que podría ser si las leyes del reino no fueran tan enrevesadas y estuvieran tan en contra de sus propios deseos, en caso de que alguna vez tuviera voz y voto en el asunto.

"Kit, algo te preocupa", dijo él, con una voz suave que contrastaba con la rigidez de su uniforme real. Aunque no llevaba la cota de malla que usualmente completaba el atuendo oficial —pantalones grises con una franja púrpura lateral, una túnica y chaleco a juego, botas robustas y su espada siempre lista en la vaina—, su presencia seguía siendo imponente. El distintivo en su hombro indicaba que tenía la máxima responsabilidad de proteger a la princesa, y ella no podía imaginar a otro hombre más capaz para esa tarea. Tampoco podía dejar de mirar sus labios mientras hablaba. La barba de unos días, de un castaño claro, le confería un atractivo aún mayor de lo habitual. En su interior, comenzó a sentir una turbación diferente, más acorde con lo que su familia esperaba que sintiera ante la proximidad de su ceremonia. Era capaz de diferenciar claramente entre esos sentimientos.

Kit pasó su larga melena castaña por encima del hombro. Ese día la llevaba suelta, desoyendo la insistencia de su madre de que siempre debía llevarla recogida; algo que tendría que corregir pronto, antes de dirigirse al salón del trono para encontrarse con la matriarca. Sus pensamientos se enredaron por un instante mientras sostenía la mirada de Eli, buscando las palabras adecuadas para expresar sus inquietudes sin sonar infantil. Era de conocimiento común que en el Reino de Yewforia, todas las damas nobles debían someterse a la Ceremonia del Proem antes de iniciar su Exploración de tres años. Confesar en voz alta que sentía temor la haría parecer ingenua o, según su madre, débil. A pesar de que Eli la conocía mejor que nadie, no había motivo para exhibir sus debilidades.

Era evidente que él podía ver más allá de su fachada. "Kit, solo puedo intentar imaginar lo que sientes. Debes estar inquieta pensando en lo que se avecina. Pero antes de la ceremonia, aún tienes tu baile mañana por la noche. Va a ser un evento magnífico. Todos tus amigos y familiares estarán allí para festejar contigo. Seguramente podrás enfocarte en eso, ¿verdad?".

Kit buscaba las palabras precisas para expresarse, pero solo logró asentir. La delicada tiara de perlas que portaba se deslizó un poco, y con mano temblorosa la ajustó en su lugar. Por fin, consiguió susurrar: "Sí, creo que puedo". Alisó la falda de su etéreo vestido rosa y se acomodó de nuevo.

La sonrisa de él era cálida y reconfortante, haciéndola sentir segura incluso al borde del abismo. Su vida había transcurrido sin grandes sobresaltos hasta entonces, pese al temperamento dominante de su madre. No había enfrentado grandes adversidades... hasta ahora. En aquellos momentos en que se había sentido abrumada por algo que ahora le parecía tan trivial que ni siquiera podía recordar la causa, Eli había estado a su lado para consolarla y orientarla. Exceptuando una temporada de tres años en la cercana provincia de Eastbury y, acto seguido, otros dos años en la distante Ironton, Eliason Goedwig había servido en la corte en diversas capacidades, asumiendo su puesto actual cuando Kit cumplió los quince y tuvo la oportunidad de escoger a su propio comandante. No dudó en promoverlo. Después de todo, ya había ascendido al rango de capitán en el ejército de la reina y había dedicado todo ese tiempo lejos del Castillo Wrenbrook al servicio del reino. Su madre no había objetado su elección, lo cual había sido una sorpresa en aquel entonces, pero siempre estaba presente el recordatorio de que la reina Rona podía reclamarlo para su servicio personal si así lo decidía.

En realidad, Kit estaba asombrada de que Eli todavía estuviera allí, sentado a su lado, y de que la Reina Rona, con toda su autoridad y sabiduría, no lo hubiera mandado a algún rincón remoto del mundo a combatir a un enemigo desconocido.

Por las normas y trámites de la Elección, era evidente que Eli no constituía una amenaza real para Su Majestad. No obstante, a veces Kit sospechaba que su permanencia era solo para mortificarla, ya que su madre era consciente de que él siempre estaría fuera de su alcance.

"Puedes hallar la manera de enfocarte en el baile", le aseguró Eli, anclando de nuevo a Kit en el momento presente. Su sonrisa era más segura de lo que ella podría haber exhibido, incluso si lo hubiera intentado. "Confío en que lo lograrás. No te inquietes por el Proem. Será cuestión de un instante, y después, todo habrá pasado y podrás disfrutar de tu Exploración como desees."

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