Reino de los elegidos/C12 Capítulo 12
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C12 Capítulo 12

Aeros, el caballo de Eli, que se encontraba a pocos pasos, soltó un relincho impaciente. Eli echó un vistazo atrás y observó a los otros dos soldados, quienes se removían inquietos. Kit dedujo que les habían ordenado marcharse o llegar a una hora concreta, y ella estaba retrasándolos. Contuvo la respiración y luchó por no derramar lágrimas, mientras echaba un vistazo a Galter y al otro hombre, un sujeto alto, ágil y pelirrojo cuyo nombre no lograba recordar.

"Escucha, Kit, debo partir. Pero quizás sea para bien. Ambos sabemos..." Eli se detuvo, clavando su mirada en la de ella, y Kit entendió lo que vendría al final de esa frase. No hacía falta que él lo pronunciara. Sabían que lo suyo nunca estaba destinado a ser. Su madre se interpondría a cada paso, y aunque él se quedara para su Exploración, nunca sería parte de su Elección. Kit incluso se atrevía a pensar que, si él tuviera alguna oportunidad de ser seleccionado como Representante de su provincia, su madre hallaría la manera de manipular la votación o de evitar que fuera él quien Eastbury eligiera para optar al trono.

Kit avanzó un paso titubeante, aún sin estar lista para dejarlo ir, y él la recibió con los brazos abiertos. Con los ojos cerrados, se fundió en su abrazo, sintiendo la tensión de sus músculos definidos contra el uniforme mientras él correspondía al gesto. Inhaló su esencia y una serenidad la envolvió. Por un instante, se vio transportada al día anterior, cuando se había sentido tan atemorizada y al borde del pánico, pero de repente, con una profunda inhalación, encontró la paz. Una pregunta se formó en su mente, pero la rechazó, negándose a considerar la posibilidad de que esas dos respiraciones estuvieran de alguna manera conectadas. En vez de eso, se sumergió en los recuerdos de todas las alegrías que habían compartido a lo largo de los años: corriendo por los establos de niños, persiguiéndose a caballo entre los árboles del bosque, horas disfrutadas en el jardín entre flores, poesía y mariposas. Esos eran algunos de los momentos más dichosos que recordaba.

También cruzaron por su mente épocas sombrías. Ya se había ido antes, y cuando su madre lo alejó por primera vez, Kit sintió que el mundo se desmoronaba bajo sus pies, creyendo que nada la repararía jamás. Pero él regresó, y ahora, ella elevaba plegarias a cualquier deidad dispuesta a escucharla, anhelando que esta vez su partida fuera breve y que él retornara a su lado, sano y salvo, y si era posible, antes de su vigésimo primer cumpleaños.

"Debo partir". Su voz era como el viento acariciando su mejilla, un eco tenue y distante.

"¿Recuerdas aquella vez en las ruinas que descubrimos en el bosque, la mansión señorial, casi consumida por las llamas?" Kit hizo la pregunta, haciendo caso omiso de su advertencia y retrocediendo para poder mirarlo directamente a los ojos. "¿Recuerdas cuando nos convertimos en proscritos?"

Una sonrisa ladeada se esbozó en su rostro apuesto. "Lo recuerdo. Si tu madre lo descubriera, me haría rodar la cabeza". Ambos soltaron una carcajada, aunque un dejo de melancolía ensombreció su alegría.

"Si fuera necesario... ¿lo harías de nuevo?" preguntó ella con voz temblorosa, esperando que él captara la esencia de su pregunta entrecortada. Habían pasado más de tres años; ella era apenas una niña entonces, inconsciente de su propia inocencia. Él, un joven a punto de aventurarse al mundo por vez primera, rebosante de entusiasmo pero temeroso de que la añoranza lo invadiera antes incluso de dejar atrás los confines del castillo.

Los ojos de Eli brillaron con un destello travieso. "¿Volvería a besarte, a pesar de que las leyes dictan que ningún hombre debe besar a una dama noble antes de que inicie su Exploración, y solo un hombre que sea un Representante elegido de alguna provincia puede besar a una mujer una vez que comience su Elección... bajo pena de muerte?"

"Sí. ¿Lo harías otra vez?", preguntó ella, con la mirada fija en él mientras rogaba por escuchar la respuesta que tanto deseaba.

Él alzó la mano y acarició su mejilla con delicadeza; las yemas ásperas de sus dedos prendieron en su piel una llama lenta y ardiente que se coló hasta lo más hondo de su ser. Su voz era ronca al contestar: "Sí, lo haría. En nuestro rincón secreto, allí entre los árboles, donde los únicos testigos seríamos tú y yo. Sí, Katrinetta, te besaría de nuevo."

El brillo en sus ojos le confirmó que él también lo sentía, esa chispa que se resistía a extinguirse a pesar del embate de mil olas de la razón.

Ella le sonrió, anhelando estar ahora mismo en esa cabaña del bosque, lejos de aquellos que pretendían arrancarle de su lado. Pero no era posible, y por más que lo deseara, jamás podría regresar a ese instante en que sus ansias la impulsaron a persuadirlo de besarla en nombre de la experiencia, aunque había mucho más detrás de aquella solicitud que una simple falta de conocimiento carnal.

Aún con sus manos sobre ella, él comenzó a retroceder lentamente hacia su caballo. "Cuídate, Eliason", le suplicó Kit, estirando sus manos para mantener el contacto incluso mientras él se alejaba.

"Que seas feliz, Katrinetta", respondió él, y un sonrojo trepó por su cuello tiñendo sus mejillas de rojo. Con una última mirada cargada de deseo, la soltó, despidiéndose con un suave ademán. Se dirigió a la montura, introduciendo su pie izquierdo en el estribo y lanzando el derecho por encima de Aeros en un movimiento ágil, quedando así montado de espaldas a ella. El caballo emprendió un trote hasta alcanzar a los soldados que esperaban, y Kit permaneció observando, con una lágrima solitaria deslizándose por su mejilla.

Había un leve alzamiento en la tierra a medio camino del claro, entre el punto donde ella se encontraba y la puerta que daba paso a otra área de los dominios del castillo y al reino que se extendía más allá. En cualquier instante, él se esfumaría de su vista, y no tenía forma de saber cuándo lo volvería a ver. Su respiración era agitada, pero se resistía a parpadear, temerosa de perder la última oportunidad de contemplar su figura tan conocida. Justo antes de que Aeros coronara la cima, Eli se giró para mirarla una vez más, y aun a esa gran distancia, ella pudo discernir su sonrisa. Le devolvió el saludo con la mano, y él respondió con un gesto breve antes de voltearse y desvanecerse de su vista.

Ella se quedó allí, observando el lugar donde él había desaparecido, durante un largo rato antes de inhalar profundamente y secarse la mejilla. La voz de su madre retumbaba en su mente, recordándole que era una princesa, que tenía responsabilidades para con el reino y consigo misma. Con la espalda recta, Katrinetta se volvió y empezó a caminar de vuelta al castillo, incierta sobre lo que su Exploración le reservaba, pero consciente de que podía afrontar el camino que tenía delante sin preocuparse por las miradas ajenas o sus posibles pensamientos. Al menos, había algo positivo en ello, reflexionó, sintiéndose orgullosa de su optimismo, una cualidad que raramente se reconocía. Pero hoy marcaba un nuevo día, un nuevo comienzo, y a pesar del dolor que le causaba la pérdida de Eli, estaba resuelta a cumplir con sus obligaciones. Eso era justamente lo que él esperaba de ella, lo que deseaba que hiciera. Solo tendría que hallar la manera de lograrlo con el corazón hecho añicos.

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