Salvajes y épicas aventuras sexuales/C3 Mascota sexual de papá 3
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C3 Mascota sexual de papá 3

Sandra actuó como si no notara el desorden en su pecho y respondió: "La verdad, nada especial. Probablemente vaya a la casa de mi novio y me quede un rato".

"No hay problema. Pero recuerda que hoy es el día de lavar la ropa de papá. Asegúrate de reunir toda tu ropa sucia para que yo te la lave", dijo Silvestre, y justo en ese momento, su mirada se desvió hacia el pecho de Sandra. No pudo evitarlo por unos instantes. Lo observó durante un momento antes de volver a mirar a Sandra a los ojos y decir:

"Eh... cielo. Tienes un poco de... esto..." Sandra notó que no podía terminar lo que quería decir. Silvestre no quería decir pecho, senos ni nada por el estilo. Sandra decidió seguir como si no tuviera idea de a qué se refería.

"¿Un lío? ¿Dónde, papá?" preguntó Sandra, usando la palabra cariñosa.

"Deberías darte cuenta. Tienes algo en tu... pecho", contestó él, y Sandra bajó la mirada, fingiendo sorpresa al ver el jarabe.

Con su dedo índice recogió el sirope, lo llevó a su boca y, mirando fijamente a los ojos de su padrastro, lo chupó lentamente. Silvestre no sabía qué pensar sobre lo que su hijastra intentaba hacer y tragó saliva, apartando la mirada por un momento. Comenzó a reflexionar sobre sus comportamientos extraños recientes, lo que le hizo sentirse algo incómodo.

"Gracias, papá".

"No hay de qué. Solo asegúrate de limpiarte bien después de comer para que pueda lavar esa mancha junto con el resto de la ropa", sugirió.

"Muchísimas gracias. Eres el mejor padre del mundo", dijo Sandra con entusiasmo.

A lo largo de la comida, Sandra notó cómo su padrastro echaba miradas furtivas a sus pezones cada vez que podía. A menudo lo veía con una mirada intensa y la mandíbula tensa.

Sandra empezó a preguntarse por qué no había notado nada de esto antes. No era la primera vez que andaba por la casa sin sujetador, aunque no era algo que hiciera con frecuencia.

Después de terminar de comer, ambos se levantaron y se dirigieron al fregadero para dejar los platos en el lavavajillas, como solían hacer. Al llegar a la cocina, a Sandra se le ocurrió una idea traviesa. Ella iba adelante y su padrastro la seguía.

Cerca del lavavajillas, dejó caer su tenedor como si fuera un accidente y se inclinó rápidamente, ofreciendo su trasero a la entrepierna de su padrastro. Sabía que no debería estar haciendo eso, pero no pudo evitarlo. Su trasero rozó levemente la entrepierna de Silvestre y sintió su miembro semi erecto. Esta vez, no se sorprendió, sino que se sintió complacida. Su entrepierna se estremeció al contacto. Recogió el tenedor, se enderezó y depositó sus platos en el lavavajillas. Su padre estaba sorprendido y confundido por su comportamiento, pero no encontró palabras para expresarlo.

"Gracias por la comida, papá. Voy a subir a mi cuarto a ordenar la ropa", anunció antes de dirigirse a su habitación.

Tan pronto como llegó, Sandra no perdió tiempo y le mandó un mensaje a Daniel. Estaba ardiendo de deseo y necesitaba que Daniel la poseyera. Podría haberse dado placer ella misma, pero eso no saciaría su ansia en ese instante. Lo que realmente anhelaba era sentir una polla dura dentro de ella.

En menos de un minuto después de enviar el mensaje, Daniel respondió, avisándole que estaba cerca y que podía pasar por su casa.

Sandra ya no podía más, consumida por el deseo. Se cambió a unos shorts de yoga y se puso unas bragas rosas sexys y una camiseta de tenis azul. Se deshizo de su top desordenado, se colocó un sujetador y se puso otra blusa más apropiada.

Con rapidez, echó toda su ropa sucia, incluido el top desaliñado, al cesto de la ropa. Al entrar al baño, vio sus bragas de algodón húmedas en el suelo.

Recordó a una amiga contándole que a su novio le gustaba guardar sus bragas húmedas después del sexo para excitarse con ellas cuando ella no estaba. Inspirada por esta confesión atrevida, Sandra recogió las bragas y las llevó hacia el cesto, pero las dejó caer intencionadamente a un lado. Con el resto de la ropa sucia ya dentro, salió corriendo de la casa con una sonrisa pícara en el rostro.

Silvestre escuchó el portazo mientras permanecía de pie detrás del fregadero, con la mano en la mandíbula, atormentado por pensamientos sobre su hijastra. Estaba sumido en reflexiones, intentando no dar crédito a las recientes actitudes sospechosas de ella.

Su mente regresó al momento de la comida, cuando ella había lamido de forma sugerente la mancha en su pecho. Su miembro se endureció al presenciar aquel acto tan erótico. Se esforzó al máximo por desviar la mirada de su pecho, pero, como era de esperar, no lo consiguió.

"Dios mío, ¿qué me está pasando? Estoy pensando en mi hijastra", se reprendió Silvestre, intentando distraerse de aquellos pensamientos vergonzosos. Decidió que lavar la ropa le ayudaría a despejar su mente. A la madre de Sandra le disgustaba lavar, así que él se había hecho cargo de esa tarea. Además, no le importaba, ya que solía estar en casa.

Subió las escaleras y se dirigió primero al cuarto de Sandra. Al llegar, tomó el cesto de la ropa para comenzar su labor matutina. Justo cuando iba a levantar el cesto, algo en el suelo captó su atención. Dejó el cesto y se agachó para recoger la prenda. Sus ojos se abrieron de par en par al reconocer que era una braga, seguramente de su hijastra, y estaba húmeda. Al instante supo que no era orina, sino su fluido íntimo.

Se suponía que debía soltarla al suelo de inmediato, pero se encontró aún sosteniéndola en su mano. Jamás había lavado las bragas de Sandra. Aunque Sandra tampoco había dejado nunca sus bragas o sujetadores en la cesta con la ropa sucia para que su padre las lavase. Siempre se encargaba ella misma de lavar su sujetador y bragas.

Sylvester no entendía qué le había poseído, pero antes de que se diera cuenta, estaba llevando la braguita mojada hacia su rostro. Lo único que sabía en ese instante era que necesitaba olerla. Por más que supiera que estaba mal, tenía una necesidad desesperada de conocer el olor de la crema íntima de su hijastra.

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