Salvajes y épicas aventuras sexuales/C5 Mascota sexual de papá 5
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C5 Mascota sexual de papá 5

Sandra entró al camino de su casa y se detuvo en el garaje. Rompió a llorar dentro del coche. Sentía que había un enorme obstáculo en su relación con Daniel. Siempre se había llevado bien con él, a pesar de que no la satisfacía plenamente. Solía resolverlo por su cuenta al llegar a casa, pero hoy era distinto.

Su mente estaba en llamas. No sabía si estaba enfadada porque Daniel no la complacía o porque anhelaba a su padrastro, quien parecía tener exactamente lo que ella deseaba. Recordaba el día en que escuchó a su madre gemir durante casi media hora mientras mantenía relaciones con él.

No podía identificar la fuente de su frustración. Quería enfadarse con su padrastro por haberle hecho concebir pensamientos indebidos sobre él. Se sentía vacía, como si no estuviera presente cuando ella y Daniel hacían el amor. Daniel solía abrazarla y hacerla sentir protegida, pero hoy no pudo soportarlo. Odiaba haberle dicho a Daniel que no se le acercara nunca más. Pero no era su culpa, estaba frustrada y no pudo contenerse.

Salió del coche con la esperanza de que su padre estuviera en su estudio. No quería enfrentarse a él en ese momento. Temía haber dañado su relación con él, además de la que tenía con Daniel.

Era cierto que su padre se excitaba con videos inapropiados y pensaba en ella, pero nunca la había hecho sentir menos que su hijastra. Ahora, Sandra lo veía de una manera diferente, y eso la aterraba.

"¿Y si mi atracción por él arruina nuestra relación como padre e hija?", se preguntaba. Aunque él nunca la había tratado de forma distinta, sentía que su mundo se transformaba.

"¿Hay alguna manera de ocultar que lo deseo? ¿Puede él fingir que no me desea?", se cuestionaba Sandra mientras caminaba hacia la puerta principal, las lágrimas surcando su rostro.

Silvestre había terminado de lavar la ropa y estaba en su estudio cuando escuchó que se abría la puerta principal. Miró el reloj de pared y notó que apenas había pasado una hora desde que su hijastra se había ido.

Fue al salón para recibirla y la encontró llorando. Se preguntó qué la afligiría tanto. Se acercó a ella para entender qué sucedía.

"Mi hermoso ángel, ¿qué te pasa? ¿Por qué lloras? ¿Te ha lastimado?", preguntó, y Sandra negó con la cabeza sin levantar la mirada. Él le levantó suavemente el mentón para poder mirarla a los ojos, rojos e hinchados por el llanto. A pesar de las lágrimas, Sandra seguía siendo la imagen de la belleza e inocencia.

"Dime, ángel mío, ¿qué te ocurre?", insistió.

"¿Puedes abrazarme?", sollozó Sandra. Él la levantó en brazos, al estilo de las bodas, se sentó en el sofá y la acomodó en su regazo. Intentó ser lo más delicado posible, pero por dentro estaba furioso. Necesitaba saber si Daniel había hecho daño a su hija. No dudaría en tomar medidas contra Daniel si ese fuera el caso.

"Mi amor, cuéntame qué sucedió. Dile a papá lo que pasó y él lo resolverá para ti". Intentaba que su voz sonara dulce, pero su tono ronco no era el más reconfortante.

"Papá, creo que algo no está bien conmigo", le confesó Sandra a su padrastro con una voz suave, mientras las lágrimas seguían deslizándose por su mejilla.

Silvestre empezó a sospechar que el problema era con él y no con su hijastra. Al ver a Sandra llorar, se llenó de una preocupación y un amor paternal inmensos, y estaba listo para confrontar a Daniel si él era la razón de su tristeza. Sin embargo, en ese momento, su perspectiva cambió. Tenía en su regazo a una hermosa e inocente joven, con sus brazos suaves rodeándolo y sus labios cerca de su cuello, llorando y vulnerable.

"Mi hijastra está tremendamente afectada y necesita consuelo paternal. Este no es momento para tener pensamientos como esos". Silvestre sacudió la cabeza, intentando despejar su mente.

"No hay nada malo contigo, mi ángel. Eres maravillosa y perfecta. ¿Por qué pensarías eso? ¿Daniel te hizo daño? ¿Te dijo algo hiriente?" Silvestre luchaba por mantener la calma. Quería ser un consuelo, pero la ira lo consumía. Estaba furioso con Daniel por hacer llorar a su hija y frustrado consigo mismo por sentirse atraído por su hijastra, quien se sentaba inocentemente en su regazo. Su miembro comenzaba a despertar.

Deseaba apartarla de su regazo antes de que ella notara su erección, pero también quería consolar a su hijastra. En ese momento, sintió que ella lo necesitaba más que nunca, pero no podía controlar su excitación.

"No, papá, él no me dijo nada. Tampoco me golpeó".

"Entonces, ¿por qué hablas como si algo no estuviera bien?", le preguntó.

"No puedo decirlo, papá", murmuró ella en su cuello, abrazándolo más fuerte, envolviéndolo con sus brazos. Parecía buscar aún más consuelo, pero ¡maldición! su pecho presionaba fuertemente contra el suyo. Sabía que no debería estar en esa posición con su padrastro, pero no podía evitarlo. En ese momento, lo único que Silvestre podía hacer era rezar para que su erección no se intensificara.

"Puedes confiar en mí. Puedes contarme cualquier cosa, mi hermosa angelita", la animó Silvestre, mientras seguía luchando por controlar su creciente excitación.

"Sé que debería contarte todo, pero esto no puedo decirlo. No esto", respondió Sandra, y su padrastro se sentía cada vez más frustrado. Todo lo que quería era que ella confiara en él. Necesitaba que le contara todo.

"Sandra, mírame", le pidió, y ella levantó la vista hacia él con sus grandes ojos azules, brillantes por las lágrimas. Su mirada no hacía más que agravar la situación con la erección de su padrastro. Sus ojos, húmedos y seductores, hacían que la sangre afluyera con más fuerza a su entrepierna. Cerró los ojos, tomó una respiración profunda y los volvió a abrir.

"Entonces, dime, mi pequeña angelita, ¿qué necesitas de mí?" Silvestre no estaba seguro de por qué hizo esa pregunta, pero sentía que era la adecuada. Todo lo que quería era saber cómo podía hacerla feliz.

Sandra ni siquiera sabía lo que quería de su padrastro, pero tenía claro que deseaba algo de él.

"Es que no quiero... Pero, ¿realmente me has querido?" Silvestre no esperaba esa clase de pregunta. Casi pierde la razón. Comenzó a imaginar y a cuestionarse por qué ella le haría tal cuestión.

"Para ser honesto, no me esperaba esto de ti. Siempre te he tratado como si fueras mi hija. Te quiero y eso lo sabes. Te quiero más que a nada en este mundo".

"¿A pesar de todo?"

"A pesar de todo. Nada puede cambiar eso. Te quiero, Sandra, y siempre lo haré". Esta vez, la llamó por su nombre. En ese instante, el corazón de Sandra latía a mil por hora. Sentía algo punzante en su trasero. No necesitaba que nadie le dijera que era el miembro de su padrastro.

Se sentía satisfecha al ver que su padrastro se excitaba simplemente por tenerla sentada en su regazo. Eso le dio el valor para hacer lo que jamás pensó que haría.

"Yo... yo solo..." Sandra se detuvo y le dirigió una mirada intensa. Silvestre esperaba que continuara y, de repente, ella se inclinó y lo besó en los labios. Él abrió los ojos, sorprendido. No lo veía venir.

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