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C3 2

—¿Tan mal te fue? —le preguntó Heather a Tess por teléfono esa misma noche, mientras ella cerraba la puerta de la habitación de sus hijos después de comprobar que estaban bien.

—¿De qué hablas? —preguntó.

—Pues, ¡de tu cita con Adam Ellington! —protestó Heather —Has vuelto muy temprano, ¿no? Por eso deduzco que fue mal—. Tess entró a su habitación para desvestirse.

—Oh… Fue un desastre total, Heather —contestó Tess poniendo el altavoz para poder ponerse su pijama—. Yo… Te digo que ni siquiera recuerdo de qué hablamos, sólo sé que me enfadé y nos vinimos antes de pedir la cena.

—¿Cómo puedes no recordar algo que acaba de suceder? —Tess se encogió de hombros—. Oh, diablos, otra vez usaste a August como excusa para no involucrarte, ¿no es así?

—Yo nunca hago eso.

—Sí lo haces. Todos terminan con la impresión de que eres tan tonta como para seguir enamorada de un hombre que te abandonó en tan malas condiciones, pero es tu táctica para alejarlos; no me digas que…

—Yo nunca hago eso —repitió Tess, ceñuda—. Pero eso no importa.

—¡Sí importa! Ah… mamá se va a disgustar. Tenía esperanzas de juntarte con Adam, porque si hiciste eso, jamás te va a volver a buscar—. Tess se echó a reír.

—Esa era la idea. Él no me gusta.

—¿Estás siendo sincera?

—Bueno… Admito que es guapo, y… tiene cierto encanto, pero… No sé… Hay algo en él que me parece… sospechoso.

—¿Sospechoso?

—Sí. Oí decir que es un mujeriego consumado; y si me busca sólo para… ya sabes… Yo no quiero eso.

—Tess…

—Ya sé lo que me vas a decir… —la interrumpió, encaminándose a la cocina con el teléfono en la mano y buscando algo que comer—. Que tengo que mirar hacia adelante, volverme a enamorar y todo eso. Y lo sé… lo entiendo, aunque parezca que no. Pero de entre todos los hombres en el mundo… el último en el que me fijaría, sería este tipo… ¿cómo es su apellido?

—Ellington —le contestó Heather suspirando—. Adam Ellington. Qué mala memoria tienes. Pero algo que pareces comprender al fin es lo referente a tu vida… Al fin has dejado de esperar a August—. Tess guardó silencio.

Era verdad, ni ella lo podía negar. Su esposo se había ido sin importarle si ella estaba bien, si tenía para comer, si sobrevivía al parto, y los dos pequeños eran atendidos mientras tanto. Habían sido los peores días de su vida; mirar una y otra vez la puerta con la esperanza de que el hombre que había prometido amarla y cuidarla hasta el día de su muerte volviera a ella.

Ya no podía seguir amando a alguien así, y aunque como mujer se sentía sola, extrañando no sólo al que había sido su único amante, sino su amigo, su compañero y cómplice, era más que claro que no podría volver con él, jamás podría perdonarle.

Armó un sándwich y salió de la cocina hacia la sala, con el teléfono sujeto con el hombro.

—Si algún día regresa… No lo sé, Heather… —suspiró, sentándose en el sofá—. Necesito, aunque sea, saber el por qué… Me dejó con tantas preguntas e incertidumbres, y por tanto tiempo no hice sino preguntarme: ¿qué hice mal?, ¿en qué fallé? Pero a estas alturas, entiendo que el que falló fue él… Y si acaso tiene derecho a volver a sus hijos, pero a mí… me rompió el corazón, Heather. Me hizo daño y no sé cuándo pueda volver a estar sana.

—Pero mientras tanto, el tiempo corre y la vida se nos va. ¿Qué era lo que me decías a mí? Que disfrutara la vida, el momento, que me despelucara y no sé qué más—. Tess se echó a reír.

—No es lo mismo. Tú eras una mujer soltera, sin hijos, sin más que la juventud por delante para volver a empezar. Yo tengo a tres niños que dependen completamente de mí y de mis decisiones, y en este momento ni siquiera sé si quiero volver a involucrar a un hombre en mi vida, mucho menos en la de mis hijos.

—Pero… ¿acaso quieres ser como yo, Tess? —Tess torció el gesto y se recostó en el espaldar del sofá con el sándwich en la mano.

No, eso no le pasaría a ella. Todavía era joven, tenía apenas veintinueve años.

En algún momento…

¿En algún momento, qué?, se preguntó. ¿Sería capaz de volver a enamorarse? ¿Conocería a alguien más?

¿Le daría ella la oportunidad a ese alguien?

—Sam… —murmuró, y Heather guardó silencio, sabiendo que algo estaba pasando en la mente de su amiga—. No, no quiero eso… pero… es inevitable, ¿verdad? Soy incapaz de olvidar—. Escuchó a Heather respirar profundo.

—Ruego por ti, amiga —contestó—. Mereces ser feliz. Más que nadie—. Tess sonrió, y se despidió de su amiga y cortó la llamada.

Miró la sala, que estaba completamente silenciosa a esa hora de la noche. Los niños estaban dormidos ya, y ella sola aquí, pensando en que la vida se le estaba yendo y no era capaz de volver a empezar.

A pesar de tener a Heather como ejemplo de lo que podía pasar si no dominabas sus emociones, ella no era capaz de mirar hacia adelante. Una cosa era aconsejar a una anciana de ochenta años que volvía a estar en el cuerpo de una chica de veintitrés a que se aventara a vivir la vida, que cometiera locuras, porque sabía que era demasiado sensata como para llegar al extremo… Y otra cosa muy distinta era su propia vida. Ella no estaba sola, tenía a tres vidas que dependían completamente de sus decisiones. Si le rompían de nuevo el corazón, otros tres pequeños corazones saldrían lastimados también, y se arrancaría ese miembro del pecho antes que permitir que alguien les hiciera daño.

¿Qué estás haciendo con tu vida?, se preguntó, y de repente notó que la pregunta no venía de sí misma, sino que cada cosa alrededor parecía gritarlo. ¿Qué estás haciendo con tu vida? Cada día cuenta, ¡cada día es una vida!

Pero estaba aquí, atrapada. Se sentía incapaz de avanzar, porque, debía aceptarlo, tenía miedo. Miedo de volver a ser como antes, miedo de volver a amar y ser abandonada. A ella no la habían amado como se debía, y ni unos hijos habían ayudado a que ese hombre se lo pensara mejor antes de irse. ¿Cómo podía amarla alguien que no tenía lazos con esos tres chiquillos? ¿Cómo podría volver a confiar?

Estaba rota, rota para siempre.

—Tess —escuchó decir, y levantó la mirada. Se puso en pie abriendo grande su boca y sus labios. Allí, de pie en medio de su sala, estaba August, tan alto, tan fornido, tan guapo, tan… él. Estaba tal como la última vez que lo vio, con su cabello rubio corto, una camisa a cuadros a la que ella misma le había pegado unos botones nuevos, pero con un brillo que jamás le había visto en su mirada. Los ojos se le humedecieron olvidando momentáneamente todo lo que había sufrido los últimos dos años por culpa de él; todas sus miserias, todas sus lágrimas, toda su soledad, y corrió a él porque… porque era August.

Pero cuando estuvo a un par de pasos se detuvo.

Sí, definitivamente era él. No sólo el hombre que había representado todas sus alegrías y momentos felices, sino también, todo su dolor y momentos horribles.

—Tú… Has vuelto —dijo, mirándolo con dientes apretados.

—Sí —confirmó August, y dejó en el suelo un maletín que seguramente contenía su ropa. El suave sonido que hizo al depositarlo en el suelo pareció ayudar a terminar de despejarle un poco la mente.

—¿Hasta ahora? ¿Te tomó tanto tiempo encontrar el camino?

—Lo siento, Tess…

—¿Qué? ¿En serio? ¿Pretendes arreglarlo todo con un “lo siento”?

—Lo siento profundamente —insistió él—. Te amo. No he dejado de amarte, ni de pensar en ti. Estoy tan arrepentido de haberte dejado… Por eso he vuelto. Lo siento. Perdóname.

—Pero… —él se acercó a ella y le tomó el rostro en sus callosas manos. Las manos de un hombre trabajador, pensó Tess, que se le mide a todo con tal de darle a su familia lo que necesitaba. No eran las manos manicuradas de ese tal Adam, no. Y él era su marido, y era otra vez su olor, sus increíbles ojos azules, su cabello suave y abundante…

Por un momento, por un microsegundo, los dos años pasados desaparecieron, y volvieron a ser los mismos niños de antes. Él volvió a ser el mismo August inteligente, guapo y divertido; su apoyo, su amigo. Así que cuando él se inclinó para besarla, ella no pudo rechazarlo, porque estaba tan hambrienta de esto, de sus besos, de su atención, y su cuerpo empezó a desfallecer con estos besos tan conocidos, tan íntimos.

Había una marca que el hombre dejaba en el cuerpo de su esposa que jamás se podría borrar; un conocimiento, una identidad. Era innegable, era una tontería ignorarlo. Él la conocía en todos los aspectos posibles…

—Oh, Tess —oyó decir, y todo su cuerpo se envaró, alarmado, aunque no supo por qué. Se alejó un poco y algo la espantó. El cabello de August ya no era rubio, sino negro, y cuando al fin pudo mirarle la cara se espantó. ¿Quién era este hombre?

Heather había dicho su nombre. Adam… Adam Ellington.

—¿Qué haces aquí? Cómo…

—Perdóname por tardar tanto en encontrarte —le dijo este hombre, que no era August. Tess empezó a hacer fuerza para alejarlo, pero él la tenía atrapada en sus brazos—. Fueron demasiados años sin ti.

—No, aléjate. Tú… ¡No! —gritó, y abrió sus ojos dándose cuenta de que seguía sentada en el sofá, que la sala estaba en penumbra, que August no había regresado, que todo había sido una mala pesadilla.

Sintió un vacío tan grande, y se sintió tan tonta, tan tonta… Pero ¿qué diablos le había pasado?, se preguntó tratando de evitar un sollozo. ¿Es que acaso no se valoraba a sí misma? ¿Y en la realidad, sería tan idiota como para permitir que August la abrazara y la besara así otra vez? ¿Por qué diablos soñaba con él? Hacía tiempo que él ya se había ido de sus sueños, de los que se tenían de día y de noche.

Tenía anhelos, y al principio sólo los veía representados en August, pero conforme el tiempo había ido pasando, él ya se iba desapareciendo. Y ahora había soñado con él y en este sueño ella era todo lo que odiaba en una mujer: no había tenido carácter, lo había dejado besarla y abrazarla, aprovechándose de su debilidad.

De no haberse convertido él en el tipo de la cita de hoy, ¿hasta dónde habría llegado?

Se dio cuenta de que el sándwich seguía intacto en su mano, y se levantó para meterlo en el refrigerador mientras se cubría los labios y evitaba, con todas las fuerzas de su alma, llorar. Llorar no llevaba a nada, sólo profundizaba su soledad, porque no había nadie que la consolara.

Tess Warden era una tonta.

—Y al final, hubo que ponerlo en su lugar —iba diciendo Abel Robinson, uno de los más importantes socios en la compañía que Adam presidía—, y SteelWoods ahora es completamente nuestra —sonrió, y luego concluyó diciendo: —De nada—. Adam asintió, aunque no había prestado mucha atención—. Traeré para ti los papeles que debes firmar.

—No hace falta…

—Debe hacerse hoy mismo, Adam —insistió Abel. Pero es domingo, quiso decir Adam, no quiero firmar nada hoy; sin embargo, Abel se puso en pie, y luego Adam comprobó que no era sólo para ir por unos papeles, sino para fumarse un puro. Adam miró a Horace Goldman, su otro socio, quien sonrió meneando su cabeza.

—No has prestado atención a nada de lo que dijo.

—Claro que sí.

—Claro que no —insistió Horace—. ¿En qué piensas, Adam? Si no querías venir, sólo debiste negarte—. Adam se recostó en su cómodo sillón mirando la lejanía. Lo habían citado aquí para hablar de negocios; Abel y Horace eran hombres que vivían y morían por sus empresas, y su padre también había sido así. Adam sólo estaba siguiendo la tradición, sólo que era prácticamente un niño delante de este par de hombres que lo habían visto crecer, y a veces, a pesar de sus treinta y uno, lo trataban así.

—Es verdad… —admitió al fin—. Quisiera estar en otra parte.

—Y en otra compañía, imagino —sonrió Horace—. ¿Y qué haces aquí, entonces? Vamos, ve por ella.

—¿Cómo sabes que es una mujer?

—Porque tus ojos no brillarían tanto si fuera por otra cosa— Adam sonrió.

—¿Recuerdas a Tess, Horace? —Horace ladeó un poco su cabeza y lo miró como si se esforzara en recordar—. La chica que trabajó en mi casa, junto a su abuela, por varios años. Creo que te he hablado de ella.

—Oh, claro que sí. Una joven guapa… No me digas… —Adam sonrió asintiendo.

—Hace un tiempo, la volví a ver, pero… Ella no me recuerda.

—No es posible. Pasaron juntos muchos años, con todas sus aventuras.

—Pero me olvidó. ¿Algo así puede ser posible? —Horace se encogió de hombros.

—Las mujeres son buenas olvidando—. Adam elevó una ceja, pues seguro que Tess era la mejor en eso—. ¿Y ya le has hecho recordar? —Él sacudió su cabeza. ¿Cómo decirle que cada vez que intentaba explicarle quién era él, y por qué razón debía ella recordarlo, terminaba diciendo alguna tontería totalmente diferente? Su propia lengua lo traicionaba, o se quedaba callado como un imbécil—. No me decepciones —sonrió Horace, poniéndose en pie—. Siempre hay algo que se puede hacer. Debes conocerla bien, y ella a ti. Algo hará que se dispare su memoria. Vamos; oblígala a recordarte—. Adam sonrió asintiendo, viendo a Horace alejarse hacia donde estaba Abel, y los vio charlar desde su lugar.

Obligarla a recordar…

“No te olvides de mí”, le había pedido él cuando se despidieron aquella vez, cuando ella le dio aquella hermosa caja musical… pero ella sí que lo había olvidado a él, completamente…

Algo lo hizo detenerse en sus pensamientos. Aquella caja musical, él todavía la tenía. Sí, la había conservado todos esos años. Durante la universidad, la tuvo a la vista, y cuando volvió a casa, la guardó muy bien…

Se puso en pie sintiendo el corazón palpitarle fuerte en el pecho, y caminó rápido hacia donde tenía su auto aparcado.

—¿A dónde vas, Adam? —preguntó Abel—. No hemos terminado.

—Yo sí —le contestó Adam—. Firmaré esos papeles mañana en la oficina.

—Pero qué…

—Déjalo —le pidió Horace a Abel—. Es joven y tiene cosas que hacer un domingo—. Abel lo miró como si no comprendiera el lenguaje en el que le hablaba.

Adam subió a su auto y se encaminó directo a su mansión. Gregory le habló acerca de correspondencia, de acontecimientos tal vez importantes, pero Adam no le prestó atención. Fue directo a la caja fuerte de su habitación y puso la combinación.

Dentro, en el fondo, había una pequeña caja musical. No tenía la típica bailarina de ballet, ni un cisne, ni nada, era una simple cajita de madera con una pequeña manivela saliendo de uno de sus lados. Sin poder evitarlo, le dio cuerda y la música empezó a sonar.

È triste il mio cuor senza di te…

Tal vez esto le hiciera recordar quién era él sin que tuviera que usar las palabras. Ya había entendido que tratar de explicárselo era infructuoso, y ella no parecía interesada en escucharlo. Salió de la mansión con la caja musical en su mano y fue directo a la casa de Tess. Una vez allí, llamó a la puerta, pero nadie le abrió.

—Salió con los niños —le dijo una vecina; tenía un poco de sobrepeso y llevaba una amplia bata de estar en casa—. Están en el parque —le dijo, y le señaló con el brazo.

Sí, había visto el parque de camino aquí, estaba a sólo una cuadra. Volvió a subir al auto y condujo hacia allí.

Tal vez se bajó con mucha prisa, porque no vio al chico que venía en motocicleta, y éste lo esquivó un poco violentamente.

—¡Ten cuidado, idiota! —le gritó, y Adam se quedó allí, sorprendido, y apretando la caja musical en su mano. Dio el primer paso para cruzar la calle, y entonces un coche se detuvo justo a su lado, a punto de atropellarlo.

—Qué te pasa, imbécil —le gritó el conductor, Adam se disculpó, y con más cuidado del normal, cruzó al fin la calle.

Mientras avanzaba, un pájaro voló delante de su cara, y luego un perro de repente se puso agresivo y empezó a ladrarle; su cuidadora tenía que usar toda su fuerza para controlarlo.

Localizó a Tess. Estaba en los juegos infantiles vigilando a sus hijos. Kyle rodaba en el resbaladero mientras Rori se columpiaba. Nicolle estaba en la caja de arena.

Adam se dirigió a ellos, vigilando que nada se atravesara, o lo mordiera, o lo picoteara, y al fin, luego de lo que pareció ser un largo camino lleno de obstáculos, la alcanzó.

Otra vez, ella lo miró confundida, como preguntándose quién era, y qué quería. Él ya no se molestó, sólo puso delante la pequeña caja musical.

—Qué… —empezó a preguntar ella, recibiendo la caja y mirándola ceñuda, confundida.

—Yo a ti —dijo él— nunca te olvidé. Nunca, Tess. Tuve que seguir mi vida, me casé con otra mujer… pero no te olvidé. Tú a mí sí. Pero por favor, recuérdame—. Tess abrió la boca para decir algo, pero Adam se acercó a ella y besó su mejilla—. Estaré cerca —dijo, y dio la vuelta alejándose.

Tess estaba sorprendida. Miró la pequeña caja de madera en sus manos tratando de encontrarle un sentido a lo que había dicho este hombre. Era un amigo de Georgina, la madre de Heather, y ahora recordaba que siempre que hablaba con él, era extraño, y molesto, y… Sí, era un mujeriego, recordó, y se había atrevido a besarle la mejilla.

Se limpió el beso sintiéndose irritada, y lo vio caminar hacia los autos que estaban aparcados frente al parque. Miró de nuevo la caja musical y le dio vuelta a la manivela, dos, tres veces.

Y la música empezó a sonar.

È triste il mio cuor senza di te

Che sei lontana e più non pensi a me

Dimmi perché.

Una serie de imágenes empezaron a sucederse en su cabeza, imágenes como de una película vista en su niñez, sólo que no era una película, era su vida.

El enorme piano Yamaha en la lujosa sala de una mansión de ricos. El niño de cabellos negros y ojos azules que lo tocaba, su sonrisa… El significado de la canción, Chopin, Adam… el mejor amigo que tuvo en toda su vida…

—Adam —dijo de pronto, con el corazón bombeando acelerado, los ojos inmediatamente humedecidos, las palmas de sus manos sudorosas—. ¡Adam! —gritó, y corrió tras él.

Adam estaba al interior de su auto, al otro lado de la calle, y cuando vio que ella lo llamaba, sonrió. Abrió la puerta para ir a su encuentro, y entonces un auto se estrelló contra el suyo.

Fue de repente. El auto perdió los frenos, patinó, y la defensa trasera se incrustó en su puerta; ésta se hundió, las bolsas de aire se dispararon, pero él terminó atrapado entre la puerta, el volante y el asiento, y con su cuello en un ángulo imposible.

—¡ADAM! —gritó Tess con toda su garganta, y corrió a él. Llegó al auto, pero no podía verlo a través del cristal roto, y dio la vuelta para abrir la otra puerta, y entonces alguien le impidió tocarlo. Empezó a patalear para liberarse del que la sujetaba, y cuando al fin lo logró, se metió en el auto y tomó la mano de Adam. Adam Ellington, el chico que le había dado su primer beso y había prometido no olvidarla jamás, estaba allí, con sus ojos cerrados, con sangre sobre su camisa blanca, con el cuello roto.

—No me dejes —le pidió—. No tú. Por favor. Tú no me dejes—. Él no abrió sus ojos, ni movió sus dedos para devolverle el apretón—. Adam, te lo ruego, por favor, vuelve a mí. Te lo ruego, por Dios, Adam…

La gente empezó a aglomerarse, espantados por lo súbito del accidente. Aunque había algunos locales comerciales alrededor, aquella no era una calle transitada como para que un accidente de este tamaño sucediera. ¡No estaban en una autopista!

Los paramédicos llegaron, de inmediato con sus guantes de látex puestos. Movieron al fin a Tess y la alejaron para poder examinar a Adam.

Ella lloraba. ¿Cómo pudo esto haber pasado? ¡Acababan de reencontrarse!

Y antes de que el paramédico se lo dijera, ella ya lo sabía. Adam se había ido.

Ah, el corazón le dolía, ¡ardía! ¿Era su culpa? Si tan sólo ella lo hubiese reconocido cuando le habló allí en el parque… Si tan sólo…

Oh, Dios mío. Él había estado intentando hablar con ella desde hacía semanas… ¡meses!

Anoche habían salido, y él había querido decirle algo, y ella lo había arruinado todo acusándolo de mujeriego, de tener segundas y terceras intenciones. ¿Qué le había pasado?

Vio cómo se llevaron su cuerpo, y no pudo evitar llorar, llorar por él, llorar porque lo había perdido otra vez.

—Dios, era tan joven —dijo alguien, lamentándose, y Tess sólo miraba al frente, con los ojos secos. Ahora los tenía secos. No había parado de llorar en todos estos días. Cuando en la iglesia hablaron cosas tan bonitas de él, cuando lo dejaron en tierra junto a sus padres no había parado de llorar, pero ahora parecía indiferente a todo, sentada en un mueble de la sala de aquella casa en la que había vivido de niña, que ahora parecía tan fría y muerta.

Tess estaba impactada, todavía no se lo podía creer. Era tan irreal, como un mal sueño.

—Señorita Tess —saludó alguien, y ella al fin levantó la mirada.

—¡Greg! —exclamó. Ahora que había recordado a Adam, recordaba todo lo demás. Gregory había sido el mayordomo de esta casa, y había cuidado a Adam desde que naciera, y desde que su madre muriera, había sido lo único constante en su vida.

Sin poderlo evitar, se acercó a él y lo abrazó, y otra vez volvió el caudal de lágrimas. Gregory miró en derredor. No era usual que una joven abrazara a alguien del servicio, y seguro que ya estaban murmurando, así que, con delicadeza, la tomó por el brazo y la alejó hacia la cocina.

—He visto que no ha comido nada, y debe…

—No tengo hambre.

—Pero debe…

—Nada pasa por mi garganta —insistió ella—. No, puedo… el nudo no me deja, Greg. Oh, Greg… ¿Por qué la vida es tan injusta? Era demasiado joven, tenía… tantas cosas que decirle… —Gregory bajó la cabeza asintiendo, al parecer, sin nada qué decir a eso.

—¿Conocías a mi hijo? —preguntó una mujer entrando también a la cocina, y Tess se giró a mirarla. Era una rubia muy guapa de ojos gris pálido. Vestía de negro, y sus ojos tenían la marca de las lágrimas. No podía ser la madre de Adam, ella había muerto mucho antes de que él y ella se conocieran. La mujer sonrió al comprender la confusión de Tess—. Yo no lo di a luz, sólo fui la segunda esposa de su padre, pero creo que soy lo más cercano que él tuvo a una madre.

—Felicity Hightower —dijo Tess de repente, y la mujer la miró elevando sus cejas—. La conozco… yo… Soy la nieta de Ellen Abbot… Usted contrató a mi abuela para que trabajáramos en su casa… Pero luego se divorció del señor Aaron, y… —Felicity pareció confundida un momento, pero su mirada se fue iluminando al reconocerla.

—Claro que las recuerdo… Oh, eres Tess… Dios, qué alegría verte —Felicity la abrazó como si fuera una vieja amiga, lo que sorprendió un poco a Tess. Sabía que estas grandes señoras nunca se mostraban tan cariñosas con sus empleados—. ¿Sabes lo mucho que te buscó Adam?

—¿A mí?

—No tienes idea de lo que ese pobre pasó cuando… se enteró de que tú y tu abuela se habían ido. ¿A dónde se fueron? ¿Dónde estuviste todo este tiempo? —Tess parpadeó varias veces mirando al suelo. De verdad, ¿qué había sucedido?

Un año después de que Adam se fuera, su abuela había renunciado al trabajo con los Ellington, y juntas se habían ido a Los Ángeles. Por más que le rogó que no se fueran, Ellen estaba decidida, y dado que tenía la patria potestad sobre ella, y ella aún era menor de edad, había tenido que obedecer y seguirla. Se habían enojado mucho, pero la abuela sólo decía que ahora estarían mejor. En Los Ángeles, la anciana encontró trabajo en un hotel, y ella siguió estudiando, aspirando entrar a una universidad para no quedarse atrás, para estar a la altura de Adam, y lo había conseguido, pero luego… olvidó completamente a Adam. ¿Por qué?

Ellen falleció y ella se quedó sola, deprimida, y apareció August, y quedó embarazada…

De repente toda su vida estaba pasando ante sus ojos, como si hubiese olvidado todo esto, como si no fuera su vida, sino la de alguien más, y su corazón empezó a latir con fuerza, porque ahora se estaba dando cuenta de que si había perdido a Adam había sido su culpa. En su cerebro siempre estuvo la información de dónde estaba él, dónde encontrarlo, pero a partir de un punto, todo acerca de él pareció desaparecer.

—¿Me buscó? —preguntó, aunque la respuesta era obvia.

—Muchas veces —contestó Felicity— y durante mucho tiempo—. Se miraron la una a la otra en una muda comunicación, y Gregory puso en sus manos una taza de té humeante. Tess bajó la mirada hacia la taza y trató de respirar hondo, o volvería a llorar descontroladamente.

—La muerte no es justa —dijo al fin, sintiendo que le faltaba el aire—. Adam no debió morir. No era su momento, es injusto. Injusto.

—Al contrario, Tess —dijo Felicity con delicadeza—, es lo más justo que tenemos en la vida; nos llega a todos por igual.

—Pero Adam… Él no… No era su hora.

—¿Qué sabemos? ¿Tenemos manera de saber cuándo será nuestra hora?

—No, pero…

—Sólo nos queda estar listos.

—Pues yo no estaba lista —lloró Tess de nuevo—. Para nada—. Felicity respiró profundo y tomó la mano libre de Tess.

—Te entiendo.

—Ni siquiera puede… decirle… tantas cosas. Teníamos… tanto que hablar—. Felicity asintió sin decir nada—. Me perdí su vida —lloró Tess. Durante todos estos años… no supe de él…

—Entonces —dijo Felicity llevándola hacia la mesa de la amplia y luminosa cocina—, ven, te contaré todo lo que quieras saber acerca de Adam—. Tess la miró a los ojos un poco sorprendida por ese ofrecimiento—. Todo lo que él te hubiera contado, y todo lo que puedo decirte yo.

—¿De verdad? —Felicity asintió con una sonrisa triste.

—¿Por dónde empiezo?

—Supe que él… se casó… y se divorció—. Felicity contestó con un asentimiento.

—Se divorció tan sólo un año después; Christen, aquí entre nos, fue una perra.

—Ella…

—Cometió adulterio… —contestó Felicity—. Adam no la odió, a pesar de eso. Por el contrario, casi la justificó. Me dijo que en cuanto volvieron de la luna de miel, ella se empeñó en quedar embarazada, y cuando pasados los meses eso no sucedía, fue a los médicos. Éstos no hallaron nada malo en ella, así que arrastró a Adam a hacerse los exámenes… y resultó que Adam… era estéril.

—¿Qué? —Felicity asintió.

—Los médicos no dieron con la causa… él simplemente… jamás iba a ser padre —Tess cerró sus ojos, y Felicity siguió hablando, diciendo algo acerca de que Christen pudo haber hecho las cosas de un modo diferente, sin tener que humillar públicamente a Adam, pero ella ya no fue capaz de pensar en nada más.

Recordó a Adam con Nicolle en sus brazos, la manera como la acostó en su cuna, la delicadeza con que la había arrullado.

Las manos le temblaron, completamente empapada en sudor, y sintió que ya no podía más, así que se puso en pie y caminó al jardín dejando a Felicity prácticamente hablando sola. Se iba a ahogar, no le entraba el aire. Miró las plantas, sus flores, la luz del sol sobre ellas, pero todo eso lastimó su vista… Sin embargo, siguió mirando alrededor, como si buscara algo, o a alguien.

—Devuélvemelo —pidió, no supo a quién, y con los puños y los dientes apretados, reclamó: —No sé quién te dio permiso de borrarlo de mi memoria, de borrarlo de mi vida… Ahora te lo exijo: devuélvemelo.

—¿Tess? —la llamó alguien, pero Tess no atendió.

—Que me lo devuelvas…

¿A quién? Preguntó. ¿A August? O, ¿a Adam?

Fue demasiado para Tess, y sin poder respirar, sin fuerza en sus miembros, cayó al suelo.

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