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C5 Capítulo 4

Cuatro años antes

Día de la coronación del Montero Celestial

Ariana no paraba de probarme todo tipo de peinados. Desde el cabello amarrado en todo tipo de trenzas hasta caídas de cabello en forma de cascada que parecía natural, aunque definitivamente no lo era. Mi cuero cabelludo ya estaba adolorido de tantos jalones.

Los últimos meses habían sido duros, me metí de lleno en entrenamientos extenuantes, dividí mi tiempo de forma que pasaba mucho rato en la biblioteca estudiando a todos los seres místicos, desde los comunes vampiros hasta los ocultos dragones. Además, tuve que dejar de lado varias clases de psicología al punto de dejarlo de lado con tal de usar mi cerebro para guardar información sobre la historia de los monteros. Personalmente creía que muchos de los datos y fechas eran innecesarios, pero estaba obligada a saberlo.

El bendito báculo de Estordes seguía siendo un misterio, ningún libro tenía información sobre eso, hablaban de espadas, dagas, hachas y otros artefactos que apoyaron a los monteros del pasado, cuando las armas de fuego aún no habían sido creadas, pero ningún autor mencionaba algo sobre un báculo. Ni siquiera en las armas de los místicos. Todos parecían conservar la calma con respecto al báculo que supuestamente iba a blandir, pero yo estaba estresándome cada vez más porque no tenía idea de dónde mierda encontrarlo.

—Este —anunció Ariana dando un último retoque a mi cabello—. Desde el principio supe que era el indicado.

Dando varios brinquitos de felicidad, puso un espejo frente a mí y me maravillé ante mi reflejo. Me veía bien y eso que solo era un ensayo. No tenía una pizca de maquillaje, por lo general no usaba y aún así pensé que era el día en que más hermosa me había visto. Era un día especial y por lo tanto debía verme especial según las palabras de Ariana. No sabía cómo debía verse un Montero Celestial, pero al mirarme, supe que justo así es como debía lucir.

—Eres un genio —le dije admirada—. Casi ni parezco yo.

Ariana sonrió orgullosa mientras me despeinaba. Aún era temprano, todavía debía bañarme, vestirme, comer algo para que mi estómago estuviera tranquilo y después peinarme y maquillarme. Ya tenía a un séquito asignado para ello.

El día transcurrió más lento de lo que me habría gustado. Por un lado, quería que todo ocurriera rápido y llegara lo más pronto posible, así enfrentaría la situación y cuando menos lo esperara, todo habría terminado. Por otro lado, quería que el momento nunca llegara, me daba pánico que algo saliera mal: Podía tropezar, decir una tontería o lo que más me aterraba, que alguien apareciera entre la multitud y gritara que todo había sido un error, que el Montero Celestial no existía y cancelaran todo o la pesadilla final; que dijeran que se equivocaron de persona y la elegida o elegido era otra persona.

Respiré profundamente y solté el aire. No, eso no iba a pasar porque yo había sacrificado todo, dejé de ir a fiestas, dejé pasar amistades, me aislé de lo que sería una vida humana normal y me arriesgué incontables veces para demostrar que yo era la merecedora del título. Me sometí a entrenamientos que me fatigaron física y emocionalmente. Puta mierda, incluso había dejado ir (entre comillas porque lo seguía amando) a Lucas por aceptar mi responsabilidad como Montera Celestial. Estaba preparada y hoy sería el día en que mis actos se verían recompensados.

Cuando la guerra por el día eterno se librara yo estaría más que lista para liderar a los monteros.

Tomé el baño más largo de mi vida, me quedé dentro del agua aun cuando esta se enfrió y todavía seguía dentro aun cuando la piel de mis dedos se arrugó. La vestuarista fue la que me sacó a regañadientes del agua.

Entre tres mujeres, incluida la vestuarista, me ciñeron en un hermoso vestido azul pastel con incrustados plateados y rosas pastel. Era hermoso y estaba hecho a la medida, era tan cómodo que no necesité contener la respiración para poder entrar en este y la tela era tan suave cuya textura casi asemejaba el agua. No me atreví a mirarme al espejo, primero quería estar lista, pues si algo no me gustaba en mi reflejo, seguro me acobardaría y ordenaría cambios que no me favorecerían.

Ariana logró ser la peinadora oficial después de rogarle a mi madre y a la líder del consejo de monteros, aquella mujer de edad avanzada con sonrisa y mirada amable. Alegre y emocionada, Ariana entró con dos ayudantes para peinarme como toda una princesa (lo dijo textual). No era una princesa, era una guerrera y cuando lo comenté Ariana solo se encogió de hombros y me dijo que podía ser una princesa guerrera sin problemas.

Cerré los ojos durante un momento y cuando los abrí, mi cabello era mi mejor aliado. El peinado se veía mucho mejor que cuando lo practicamos por la mañana. Un Montero Celestial no era un príncipe ni una princesa, menos aún un rey o una reina, pero al verme la descripción de princesa guerrera encajó a la perfección. No tuve palabras.

El maquillaje elegido fue lo más natural posible, casi parecía que no tenía. Estaba hermosa, nunca me consideré como tal, pero joder, podía jurar que ese día sería el ser humano más hermoso del mundo. Y entonces sonreí, ese era mi día, solo debía disfrutar. De pronto, todos los nervios e inseguridades desaparecieron, no quedó más que la certeza de que mis deseos se verían concedidos.

—Oh, Vivi —Ariana me sonrió por el espejo—. Te admiro tanto, en serio —me abrazó—. Eres tan fuerte, decidida, feroz en la batalla y créeme que me gustaría ser como tú —arregló una minúscula imperfección de mi cabello—. Ningún ser humano te merece, no lo olvides —rio—. Bueno, excepto el que tu aceptes claro. Pero debe ser muy bueno.

Ambas reímos, sabía que se refería a Lucas, pues a pesar de que habían pasado varios meses desde que me rechazó, no lograba soltarlo tan fácilmente. El verlo a diario no ayudaba y aunque él era cortante como el filo de una espada, mi corazón seguía latiendo por él. Intentaba hablar con todos los chicos posibles para distraerme, tal vez encontrar a alguien que me pareciera mejor que él, pero era imposible.

Ya no importaba más, acepté que lo amaría por siempre y no me quejaría, pues el simple hecho de saber que vivía y que respiraba el mismo aire que yo, era más que suficiente. Tendría que conformarme con ello.

Me asomé desde mi habitación hacia el patio principal del cuartel. El cuartel siempre había sido grande, era capaz de albergar a más de doscientos monteros en caso de que hubiese una contingencia y tuviésemos que agruparnos. Ese día el número de asistentes sería elevado, habría miembros del consejo de todos los países, vendría incluso familia lejana como mis tíos que no eran monteros tan comprometidos con su hija Siena, mi prima. Según lo que había escuchado, mis tíos decidieron mantenerla alejada de nuestra realidad con la justificación de que todo era sangre, muerte y tragedia, aunque tenía los conocimientos básicos para defenderse en caso necesario.

Ya la había buscado en redes sociales. Era una chica alegre, despreocupada y popular, siempre estaba de fiesta o de vacaciones o disfrutando de una tarde con amigos y una cena romántica con su novio. También tenía algunas fotos de su universidad, estudiaba derecho y por lo que se veía, tenía todo el porte; segura de sí misma, carismática y feroz. Una parte de mí envidiaba que nunca tuvo que ver una muerte o cosas peores como ver a tus compañeros sucumbir ante los místicos y seguirlos hacia el plano astral para jamás verlos de nuevo.

Josué tocó la puerta y se asomó. Una vez que se cercioró de que no había nadie, entró.

—Quiero tu autógrafo amiga, por favor —me extendió una servilleta y una pluma—. Serás toda una celebridad y lo quiero gratis antes de que cueste una fortuna.

Reí ante sus ocurrencias. Ser Montero Celestial no era algo que presumir, solo era un honor que habría que merecer.

—Dime que no hay mucha gente.

—No hay mucha gente —hizo una pose graciosa—. Hay muchísima.

Solté un quejido, bueno, ya estaba un poco mentalizada.

—No te preocupes —hizo una reverencia—. Lo harás increíble y me verás jurarte lealtad con todo mi corazón.

Quise tenerlo más tiempo conmigo para que me hiciera olvidar que más de cien monteros conocerían a su líder, pero se excusó diciendo que quería agarrar un buen lugar y se fue.

Una hora después me llamaron y me enfrenté a mi destino.

Las puertas del salón principal se abrieron revelando una cantidad de gente inimaginable, todos los ojos clavados en mí. Yo caminé pausadamente y de forma segura viendo siempre hacia el frente, justo donde el cáliz de hielo reposaba, expectante. Supuestamente esa cosa brillaría y convertiría el vino en sangre (esperaba que no literalmente) la cual me haría fuerte y poderosa de forma que pudiera liderar a los monteros a la supuesta guerra que se presentaría en un futuro.

Llegué hasta la alfombra adornada con pétalos de todo tipo de flores y me erguí lo más que pude, debía verme imponente y confiada.

La montera líder del consejo se acercó con una capa plateada en las manos, se veía tan elegante y delicada. Detrás de ella apareció un hombre de tal vez unos treinta años con anteojos tan grandes como la mitad de su cara. Ambos tenían expresiones serias.

—Viviana Munguía Silva, nacida de entre sangre y dolor, bajo la luz de una luna de sangre, eres tú quien nos dirigirá en la guerra por el día eterno —se alzó un silencio sepulcral—. Los antepasados te eligieron, tu destino se selló desde tu nacimiento, el día de hoy, en tu vigésimo cumpleaños, tomarás posesión de tu puesto como Montera Celestial y te convertirás en nuestra líder.

Me quedé sin palabras, no sabía qué decir. No sabía si debía decir algo. Tal vez tenía que dar una especie de discurso, pero no había preparado nada. Oh, por todos los infiernos, todavía ni era nombrada y ya estaba metiendo la pata.

Por suerte, el tipo de lentes me salvó, pues alzó el libro y entonó un extraño cántico. Poco a poco, todos se unieron al cántico, era una melodía tétrica, pero armoniosa, era una mezcla de esperanza y terror, de dolor y placer. Todo comenzó a darme vueltas, una extraña energía me invadió, me sentí ligera y poderosa, un hormigueo de emoción apareciendo en las yemas de mis dedos. Cerré los ojos y me hundí en la sensación de júbilo, la melodía se avivaba, era estimulante. Era adictiva.

Justo cuando sentí que yo también me uniría al cántico, este cesó abruptamente. Abrí los ojos y vi que me extendían la copa. No la agarraban directamente, si no con un pañuelo tejido con hilos de oro. Titubeante, acerqué mi mano para tomarla.

Por un segundo y sin conocer la razón, me sentí extraña. Me pregunté qué tanto había valido la pena perderme de toda mi infancia y adolescencia, por mi mente pasaron imágenes de Siena siendo tan alegre y tranquila, recordé a las chicas riendo mientras se daban consejos sobre chicos y pensé en mi virginidad intacta ¿Se suponía que la Montera Celestial debía ser virgen? Por un minúsculo instante imaginé cómo habría sido mi vida de no haber nacido en una familia de monteros. Pensé en mi hermano y tragué saliva.

Deseché todos esos pensamientos negativos para centrarme en lo que tenía adelante; el cáliz.

Lo tomé con ambas manos y miré el interior vacío. El tipo de lentes tomó la botella de vino hecha de cristal y vertió el líquido. Sí, se veía rojo como la sangre, pero no podía ser porque provenía de la botella sellada y no había forma alguna de que fuera de sangre.

Suspiré inaudiblemente y acerqué el cáliz a mi boca. En cuanto mis labios tocaron el hielo, me sorprendió lo gélido de este. Empiné un poco el cáliz y probé el vino. Estaba bueno. Imaginaba que sería dulce, pero no lo era, aún así tenía un gusto agradable. Cuando alejé el cáliz de mis labios vi la mirada preocupada de la líder y el tipo de lentes. Esa fue la primera advertencia.

Entonces miré el cáliz y vi que este no estaba brillando. Bueno, no podía ser de importancia ¿no? Tampoco había que tomarnos tan literal las escrituras. Pero el silencio tosco y denso no opinaba lo mismo.

—El cáliz —dijo alguien entre la multitud—. No está brillando.

Maldita sea.

—Debe ser un error —dijo la líder—. Puede que tarde un poco.

Pero pasaron dos minutos y todo seguía igual. Me empecé a preocupar.

—No es la elegida —externó un hombre de barba prominente y acento extranjero—. El cáliz no falla.

Estaba por dejar el cáliz en su lugar, cuando este se removió. Primero pensé que había sido yo, pero después noté que se estaba moviendo por sí solo, ¿qué mierda?

—¡Síguelo! —exclamó el hombre de lentes—. Está respondiendo.

Hice lo que me pidió y me dejé llevar por el cáliz, me jalaba hacia algo… O hacia alguien. Nos abrimos paso entre la multitud y nos detuvimos frente a alguien que veía por primera vez. Mi prima Siena miraba el cáliz con desagrado, su nariz respingada se fruncía en confusión. Entonces me miró. No podía ser, eso debía ser un error, pero el cáliz me seguía jalando hacia ella. Un sentimiento oscuro y opaco empezó a caer sobre mí.

—Tómala.

Lo dije sin pensar, obviamente no quería que tomara el maldito cáliz que me pertenecía, pero fue un impulso que no pude controlar. Temblando, Siena extendió la mano y tomó el cáliz. Casi se le cayó, así que lo tomó con ambas manos.

Y entonces mi mundo se derrumbó cuando el maldito cáliz de mierda brilló con todo su esplendor. A su lado, su madre tenía una expresión de total angustia, sus ojos se llenaron de lágrimas. Al otro lado, su padre le hizo una señal para que bebiera. Aún sin entender qué pasaba, Siena acercó el cáliz a sus labios y bebió. Al terminar, me miró fijamente.

—Tiene un gusto metálico.

Ahí supe que sí era literal. El vino se convertiría en sangre en presencia del o la elegida. Una elegida que no era yo.

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