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C2 Un

Capítulo 1

Perspectiva de Nathaniel

Siempre se dice que el primer amor es una lección, pero el último es el verdadero. Nathaniel no estaba de acuerdo; para él, Clara Adrian era su primer y último amor.

Su única mujer.

Clara, la nieta de su niñera, la señora Adrian, había sido su compañera de vida desde la infancia. Juntos, compartieron pañales, aulas y promesas de envejecer juntos, rodeados de sus hijos.

"Ella era mía y yo era exclusivamente suyo", reflexionaba con una sonrisa, mientras hacía girar el anillo en su dedo.

Sus motivaciones y acciones giraban en torno a ella. Todo lo que Clara deseaba o proponía, él lo aceptaba sin dudar, porque era la única que realmente lo entendía, y su amor por ella impregnaba cada fibra de su ser. Ella era su oxígeno.

Habían pasado dos semanas desde su vigésimo sexto cumpleaños cuando ella, finalmente, le dijo que estaba lista para ser su esposa. A pesar de su firme creencia en la abstinencia sexual antes del matrimonio, lo cual lo llevó a prometerle mantenerse virgen, Nathaniel no podía evitar masturbarse cuando el deseo se hacía insoportable.

Clara, con su alma pura e inocente, iluminaba su existencia, dándole sentido a su vida, a pesar de ser consciente de su adicción a las drogas. Amaba cada uno de sus defectos.

"¿Qué sentido tiene amar a alguien si no puedes aceptar sus imperfecciones?", replicaba a quienes cuestionaban su relación con una adicta.

Al hablar de matrimonio con sus padres, se encontró con su rechazo. No veían en Clara a la mujer que él creía amar. Pero la amenaza de abandonarlo todo hizo que cedieran. Como hijo único y joya de la familia, Nathaniel sabía cómo hacer valer su posición. "Los privilegios de ser el único heredero", pensaba con una sonrisa cómplice.

No comprendía la aversión de sus padres hacia Clara. ¿Sería por su origen humilde o por su tendencia a gastar su dinero en ropa y caprichos? No importaba. Para él, Clara valía todo el oro del mundo.

Estaban en plenos preparativos de su boda y ella anhelaba que la suya fuera insuperable, la boda del siglo que ninguna otra pudiera alcanzar en los próximos cien años.

Él permitió que Clara tomara todas las decisiones, confiando en su criterio para elegir su traje, el lugar de la celebración y cada detalle. Deseaba que todo fuera de su completo agrado. Ella había invitado a casi todas las celebridades y a los paparazzi; ansiaba ser el centro de todas las conversaciones. ¿Quién era él para negarle algo?

El sudor le recorría el cuerpo, producto de los nervios y la excitación que lo embargaban. Aún le costaba creer que ella hubiera aceptado casarse con él tras tanto tiempo y esfuerzo.

Las sirvientas iban y venían ejecutando las órdenes mientras él se enfundaba en su traje de Armani. Ansiaba que llegara la noche, cuando la poseería con vehemencia y la colmaría con su pasión. Se excitaba con el pensamiento, intentando acomodar su miembro entre los apretados pantalones mientras ajustaba torpemente su corbata, asegurándose de que no se marcara.

Se reprendió internamente por esos pensamientos lascivos; debía ser paciente y aguardar al encuentro verdadero de esa noche.

Al salir, un niño se tropezó con él, le entregó un sobre marrón con una sonrisa pícara y salió disparado.

Con una sonrisa, observó el sobre con cautela, invadido por un presentimiento antes de abrirlo.

Querido natty boy,

Sin tiempo para formalidades, chico.

Hoy no me esperes en el altar, ya que estoy en camino a reunirme con el amor de mi vida. Fue entretenido hacerte creer lo de Ken, que no es mi primo lejano sino el padre del hijo que llevo en mi vientre. Eres demasiado ingenuo para mí; anhelo a alguien salvaje y brusco que sepa cómo dominarme, especialmente con su descomunal miembro negro pero...

Solo quería informarte que he transferido 2 mil millones de dólares de tu cuenta. Sé que no echarás en falta esa cantidad. No intentes buscarme, pues ya estoy lejos. No te amo.

No llores tanto, natty boy. Llorón, mamitis.

No te amo.

No puedo casarme contigo porque no eres el hombre adecuado para mí y dudo que puedas satisfacerme en la cama. Además, no me interesan los vírgenes.

Gracias por haber sido mi cajero automático personal; mi amor y yo disfrutamos derrochando tu dinero.

Xxx

Tu Clarabear.

"¡No!" exclamó él con agonía, sintiendo un dolor inmenso en el pecho mientras apretaba el papel en su puño. Su teléfono le avisó con una notificación; lo sacó y vio la alerta de débito del banco. Arrojó el teléfono al suelo con furia y se arrancó la corbata de un tirón.

"¡No!" gritó de nuevo, derribando todos los jarrones de flores, cuyo estruendo resonó por la habitación, mientras las lágrimas de ira brotaban de sus ojos y golpeaba la pared con su puño. Se desplomó en el suelo, tratando de comprender qué había hecho mal para merecer tal rechazo. Sus ojos se llenaron de una ira indescriptible, preguntándose qué más quería ella que él no le hubiera dado. Ella lo había dejado por otro, un hombre de piel oscura. Su corazón se hizo añicos ante la traición, y sus ojos se inundaron de lágrimas teñidas de rojo, sintiendo un dolor inmenso que le recorría desde la cabeza hasta el resto del cuerpo.

Ella me abandonó.

Ella mintió.

Su madre entró corriendo y observó su figura deshecha, arrodillándose a su lado, desconsolada. "Mamá", balbuceó entre lágrimas, con los labios temblorosos, "ella me ha dejado", sollozó, sin importarle si otros lo veían o no. "Mamá, duele tanto", dijo él, sacudido por el llanto.

"Mi niño, ya está bien", le consoló ella, limpiándole las lágrimas y continuando con su suave canto de cuna, acariciándole la espalda con ternura.

"La gente está esperando en la...", comenzó a decir su padre, pero se detuvo al verlo, con una expresión de profundo dolor en su rostro.

"Anula la boda", susurró su madre, limpiándose las lágrimas de los ojos y sollozando.

"No, mamá", la interrumpió él, sosteniéndola entre sus brazos mientras se enjugaba las lágrimas con firmeza. "La boda se va a realizar", afirmó con claridad, poniéndose de pie aunque con paso inestable. Ella deseaba verlo humillado, pero él le demostraría lo contrario, que era imperturbable.

"Hace falta encontrar a alguien más", declaró mientras todos lo observaban con inquietud.

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