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C1 CAPÍTULO I

Hola a todos,

Gracias por elegir leer este libro. Antes de que comiencen, quiero hacerles una advertencia importante. Este libro es oscuro, perturbador y explícito. No digan que no les avisé, porque eso es precisamente lo que estoy haciendo ahora.

Esta historia contiene:

- Abuso físico y sexual

- Violencia

- Temáticas maduras

- Contenido sexual

- Lenguaje soez

Si alguno de estos temas te resulta incómodo, te pido amablemente que no continúes. Insisto, si no te sientes a gusto con los contenidos explícitos que he mencionado, es mejor que no sigas. Agradezco a quienes elijan quedarse.

Disfruten la lectura del libro.

*******

Melina se acomoda el bolso en el hombro y tira de la puerta trasera del restaurante para abrirla. Pasa al vestuario de los empleados, un espacio pintado de gris con taquillas azules. Introduce su código en la taquilla, la abre, extrae su delantal y se lo anuda alrededor de la cintura sobre su uniforme. Viste una camisa blanca de botones y una falda negra. Se recoge su hermoso cabello rubio en una coleta alta y se dirige hacia la cocina. Un suspiro se le escapa al recordar la hora a la que terminará su turno esa noche.

El dulce aroma de la comida italiana la envuelve al entrar en la cocina. Saluda a sus compañeros de trabajo mientras se dirige a la puerta que da al comedor del restaurante. Alguien la adelanta y abre la puerta, entrando a la cocina.

"Hola, Melina", saluda Jane con una sonrisa. Jane es una joven atractiva de veintiún años, con cabello castaño y ojos marrones. Tiene la misma edad que Melina y trabajan juntas.

"¿Qué tal tu día, Jane?" Melina le sonríe a cambio.

"Todo bien. ¿Y tú?"

"Bien también."

"¿Pudiste dormir anoche?"

"Sí, ¿por qué lo preguntas?"

"Tienes unas ojeras bastante marcadas."

"¿De verdad?" Melina mete la mano en su delantal y saca un espejito. Estaba convencida de que las ojeras no se notaban cuando salió de casa. Se mira en el espejo para comprobar si aún es así. Su rostro no se ve mal, pero las ojeras siguen ahí.

"¿Tuviste una pesadilla anoche?"

"Sí, no conseguía volver a dormir."

Melina y Jane se habían vuelto íntimas amigas trabajando juntas durante los seis meses desde que Melina se mudó a Portland desde Los Ángeles.

"Lamento escuchar eso; ¿desde cuándo estás despierta?"

"Desde las tres de la madrugada". Ya son las cinco de la tarde.

"Debes estar agotadísima."

"Ya me he acostumbrado", confiesa Melina. Apenas logra dormir lo suficiente últimamente por las pesadillas que la acosan. Aunque han pasado seis meses, todavía sueña con el accidente noche tras noche.

"Dicen que hablar de eso ayuda", sugiere Jane. Ha estado intentando que Melina le hable de sus pesadillas desde que se lo mencionó por primera vez.

"Sí, lo sé. Ojalá algún día pueda abrirme lo suficiente para hablarlo." Melina siente demasiada vergüenza para revelarle a Jane lo ocurrido. Además, evita el tema porque le revive un dolor del que ha estado sanando.

"Ojalá. Si te sientes muy avergonzada o culpable para hablar conmigo, recuerda que hay profesionales que pueden ayudarte."

"Lo tengo presente." Melina le regala a Jane una sonrisa tenue, sintiéndose afortunada de tener una amiga así. Jane realmente se preocupa por ella, y no es fácil encontrar amistades tan valiosas.

"Me alegra oírlo. Quería hacerte una petición."

"¿Qué necesitas?"

"Mi madre llega hoy en avión y tengo que ir a buscarla al aeropuerto. ¿Podrías encargarte tú del bar y cerrar más tarde?"

"Por supuesto."

"Confío plenamente en ti, gracias." Jane le da un beso rápido en la mejilla a Melina.

"No hay de qué." Melina sonríe.

***

Melina descansa la barbilla en su palma, esperando a que el último cliente acabe su trago. Se inclina sobre la barra, observando al hombre. ¿Qué le atormentará? Se ha tomado una botella entera de Jack Daniels y ha llorado en silencio sentado en su silla. ¿Desamor quizás? Ella puede empatizar, pues su propio corazón aún está en proceso de curarse.

Exhala un suspiro de alivio cuando el hombre se pone de pie. Melina se despega del mostrador, sonriendo aliviada al saber que finalmente puede regresar a casa. Espera a que él salga antes de dirigirse al vestuario para recoger su bolso y su teléfono, ansiosa por llegar a casa y poner fin a la jornada.

Al volver al restaurante, Melina descubre que todas las luces están apagadas. Frunce el ceño, desconcertada. No recuerda haber apagado las luces. Encogiéndose de hombros, supone que quizás lo olvidó y avanza hacia la puerta para marcharse. Pero se queda petrificada al estar a punto de girar la manija al escuchar una voz. De súbito, las luces se encienden de nuevo.

"Todavía no es hora de ir a casa, principessa." Sus ojos se agrandan al reconocer inmediatamente la voz. "Tengo sed; sírveme algo de beber."

El corazón de Melina late desbocado mientras comienza a temblar. Baja la vista hacia sus manos, que tiemblan tanto que ya no puede sostener la manija de la puerta.

"No hay motivo para el miedo, principessa. Solo vengo a tomar lo que me pertenece." Aunque de espaldas al hombre, puede visualizar claramente la sonrisa malévola en su rostro.

"Tho-m-m-as", balbucea, con los ojos inundados de lágrimas y un dolor punzante en el corazón al decir su nombre.

"Date la vuelta", exige él.

"No puedo."

"Sí puedes, y lo harás. Date la vuelta y mírame", ordena elevando la voz.

"Lo siento", murmura ella, intentando pedir perdón por lo sucedido hace seis meses, pero las palabras apenas son un susurro mientras las lágrimas brotan de sus ojos.

"¡Te he dicho que te des la maldita vuelta, Melina!", Thomas golpea una mesa con su puño.

Sobresaltada, Melina da un respingo mientras las lágrimas continúan deslizándose por sus mejillas. Se gira con lentitud, presa del temor a las consecuencias de no obedecer. Siente un vacío en el pecho y sus rodillas se debilitan hasta que se derrumba en el suelo, quedando fija la mirada en él mientras se sienta en una de las sillas del restaurante, con las piernas cruzadas. A su lado, dos hombres de mirada intimidante. A uno de ellos lo reconoce: es Leo, el guardaespaldas de Thomas.

Ella clava su mirada en él y siente cómo se forma un nudo en su estómago. Los hermosos ojos azules de él, que antaño solo destilaban amor hacia ella, ahora están incendiados por la ira.

"Acércate", le ordena él, mientras introduce la mano en el bolsillo de su pecho y extrae un cigarrillo. Su acompañante se acerca con un encendedor y le asiste para prenderlo. Inhala profundamente y espera a que Melina se acerque.

Ella niega con la cabeza. Thomas arquea las cejas, lanza el cigarrillo al suelo y lo aplasta con el pie.

"No sé qué te hizo pensar que tienes alguna opción. Joder, ven aquí ahora mismo", le gruñe.

"Lo siento, te juro que no quería hacerlo. No tenía opción. James me forzó", exclamo entre sollozos.

"¿Ah sí? ¿No tenías opción?", replica él con sarcasmo.

"Sí, te lo juro".

"Qué curioso, considerando que eres su maldita esposa. Muévete y trae tu trasero aquí, ¡ya!"

Contraria a sus órdenes, Melina intenta huir de él. Se pone de pie y se gira para abrir la puerta detrás de ella, pero, para su sorpresa, está cerrada con llave. Melina zarandea la manija intentando abrirla, presa del pánico al escuchar pasos que se acercan. Al voltear, ve a Leo acercándose. Suelta un grito cuando alguien la sujeta del cabello. La arrastran lejos de la puerta y la lanzan frente a Thomas.

"¿Te ha matado eso?", pregunta Thomas con una burla en su voz. "Pareces la misma de cuando te conocí", dice mientras levanta las manos y acaricia con los dedos su hermoso rostro. Recorre su nariz afilada y sus prominentes pómulos. Sus manos se detienen en sus labios temblorosos, ahora resbaladizos por las lágrimas. La mira intensamente a los ojos verdes y retira su dedo.

Ella cierra los ojos y espera el golpe, pero este nunca llega. Al abrir los ojos de nuevo, se encuentra con la penetrante mirada de él.

"¿Dónde está mi dinero?"

"No lo tengo."

"¿Crees que tengo tiempo para perder, Melina? Dime dónde está mi dinero y te aseguro que tu muerte será menos dolorosa."

"Te lo juro, no lo tengo. James se llevó todo."

"Entonces tendremos que hacerlo de la forma difícil."

"¿A qué te refieres?" Melina pregunta con los ojos desorbitados.

"Leo, agárrala y llévala al coche. Llama a Kimberly. Dile que tengo un regalo para ella," dice Thomas con una sonrisa maliciosa mientras se pone de pie. Se abotona el traje y camina hacia la parte trasera del restaurante.

Melina intenta arrastrarse hacia la puerta de entrada, olvidando que está cerrada con llave. Leo la alcanza antes de que pueda llegar y la levanta en vilo mientras ella grita y se debate. La carga al hombro y se dirige hacia la cocina.

"¡Cállate de una vez!" le espeta Thomas a Melina en la cara.

"Por favor, suéltame, te lo suplico, Thomas. No sé dónde está el dinero. James lo tiene. Créeme, por favor."

Él no responde y se dirige hacia la puerta trasera. Al salir, dos vehículos se acercan a ellos. Thomas se sube a uno de los coches mientras que Leo introduce a Melina en una furgoneta. Ella abre la boca para gritar en busca de ayuda, pero su voz se ahoga al sentir un pinchazo. Un segundo después, sus ojos se vuelven pesados. Alcanza a ver una jeringuilla en la mano de Leo, pero su mente comienza a nublarse antes de que pueda entender lo que sucede. Su cuerpo flaquea y la oscuridad la envuelve.

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