Un matrimonio atado por un contrato, al cual ella estaba forzada a aceptar. Él era su jefe, y ella, su secretaria. Le entregó todo cuanto él deseaba, pero su amor fue relegado. Sin embargo, cuando ella decidió irse, él le propuso matrimonio mediante un contrato para retenerla. Aunque en su corazón había lugar para otra persona, y no podía brindarle nada más que su destreza en la cama. Tras la boda, ella soportó el sufrimiento, pero artimaña tras artimaña minaron su paciencia. Al final, estaba resuelta a abandonarlo, pero de repente, él se negó a dejarla ir. Charles pareció percibir su tristeza, la abrazó de improviso y susurró: "Sarah, puedes confiar en mí. Jamás volveré con ella. Tú no eres como las demás. Realmente deseo estar contigo. Si no fuera así, no habría terminado con todas las otras mujeres. ¿Acaso no me crees?" Sarah sollozó con delicadeza: "Si has asumido que lo vuestro terminó, ¿por qué conservas su foto en tu cartera? ¿Por qué la extrañas aún? ¿No te das cuenta del dolor que me causa?" Charles la miró fijamente: "¡Ella es solo una mujer más de mi pasado!" El ambiente se tornó asfixiante y Charles dijo con voz baja: "Sarah, ¿te he dicho acaso que puedes irte? Recuerda, soy tu jefe. Tú eres mi secretaria y mi esposa." Con ira, Charles exclamó de nuevo: "¡Sarah, yo soy tu hombre!" "¿Ah sí? ¿Mi hombre?" Sarah rió y lo miró fijamente. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas: "¿Mi hombre? Señor Presidente, no soy más que una posesión para usted, ¡nunca he sido su esposa de verdad! Por favor, déjeme ir, se lo suplico."